3.31.2008

Soy horrible: Los Ultratumba, de Gkill.


No juegan pelota. Nunca lo han hecho. Nunca lo harán. Cuando los otros niños jugaban pelota, Los Ultratumba escuchaban Los Toreros Muertos a todo volumen. Ponían los parlantes en las ventanas. El dato era ultrajar la tranquilidad del prójimo todo cuanto fuera posible. Cuando los otros niños se hacían los galanes frente a las niñas, y las invitaban a pasear bajo el atardecer y a endulzar la vida tomando helados de tutti fruti, Los Ultratumba pasaban por ahí eructando y diciendo malas palabras. Los Ultratumba son esos manes de los que uno quiere ser amigo porque, de lejos, parece que hacen lo que les da la gana, que no tienen ni Dios ni ley, ni padre ni madre ni perro que les ladre. Cuando Los Ultratumba decidieron tener una banda de punk, no fue para conseguir peladas, sino para asustarlas y sabotear sus fiestas de quince años.

Los Ultratumba son la banda que todo adolescente confundido necesita. Si no eres guapo, rubio, popular, tuco. Si andas más chiro de lo que creías. Si no les caes bien ni a las mamás ni a las tías ni a las primas ni a las hermanas. Si las abuelitas del barrio se juntan por las noches para planear tu asesinato. Si cada vez que tocas guitarra tus viejos te piden que calles ese ruido infernal. Si no te mamas una fiesta llena de peladas bailando Fausto Miño. Si odias el perfume y el gel y las camisas manga larga. Si la última vez que escuchaste a alguien tocando Ricardo Arjona le entraste a patadas. Si te acuestas tarde y te levantas tarde. Si nunca en la vida te piensas poner un terno. Si prefieres las pastillas a las hamburguesas y las cervezas a las abdominales. Si no te has bañado en una semana. Si vas donde la chupa te lleve. Y si todos los domingos despiertas con taquicardia, al borde de la muerte, y el lunes vuelves a los malos pasos, Los Ultratumba son la banda sonora de tu vida.

La música pasa a segundo plano. El trío guayaco es una instalación artística. Un happenning de apetito insaciable. He estado en varios de sus conciertos, en Guayaquil, Quito y Portoviejo. He visto gente que no puede con ellos y sale corriendo despavorida, ofendida, cubriéndose los oídos con las manos. He visto gente que se les quiere ir encima y partirles la cara. He visto gente deslumbrada, tocada, bendecida y felizmente manoseada por las puercas manos de Los Ultratumba. He escuchado decir que son una banda de culto y que son la peor banda de toda la historia. Jamás he visto un público indiferente, que es mucho más de lo que puedo decir de la mayoría de bandas de este país.

Los Ultratumba son una experiencia, un momento, el primer trago de la noche o ese trago del estribo, el maldito, que te manda barranco abajo, sin frenos. Tocan duro, rápido. Te dicen las cosas como son, en tú cara. No tienen vergüenzas. Son vulgares y batracios a propósito. Sus canciones se llaman, por ejemplo, “Sin sacar”, “Sin condón”, “Quiero matar a tu padre”, “A mis panas los botan de las fiestas” y, cómo no, “Soy horrible”. Odian las metáforas. Dicen que su público, su verdadero público, es el de la Martha Roldós, donde tocan en sitios de paredes negras que sudan y huelen a bazuco. Aman incomodar al resto. Sueñan con tocar en el hospital psiquiátrico Lorenzo Ponce, mientras los internos saltan los muros y se escapan.

Por lo pronto, van a tocar en el Diva Nicotina, en Guayaquil, este viernes 4 de abril. Nosotros, Los Pescados, estaremos ahí, haciéndoles el aguante.

Los Ultratumba arrancaron en 1996. Ya son un clásico, aunque muchos aun no los escuchen y prefieran un mundo sin ellos. Este año planean sacar disco nuevo, bajo el sabio título “El rock te paga con rock”. Los Ultratumba no van a entrar al cielo. Tampoco al infierno, no creo que Satán los soporte.

Acá un par de grandes éxitos. Son temas para público de criterio formado, o para niñas encerradas en un internado de monjas. Como dicen en las playas que no tienen salvavidas: entre bajo su propio riesgo.






3.28.2008

Paul Pott TV


Esto talvez lo no le incumbe a este blog. Es la historia de un tipo que fue de B a A. Del margen, al centro de la página. De ser y verse como un don nadie a que el mundo lo adore, precisamente, por verse como se ve, o, mejor dicho, como se veía.

Paul Pott apareció audicionando para el reality Brit’s Got Talent, que vendría a ser el American Idol de Inglaterra. Sólo con el nombre, se nota que los ingleses siguen siendo más distinguidos que los norteamericanos. Pott canta ópera. Lo hacía desde niño. Quería ser el nuevo gran tenor. No le importaba si tenía que subir de peso y ponerse cuernos de plástico en la cabeza. Tenía su sueño (algo que no todos tienen y que a muchos les hace mucha falta) y no pensaba más que en ello. De niño cantaba todo el tiempo. De grande, después del colegio, ni si quiera se le ocurrió pensar en una carrera universitaria. Se mudó, de Inglaterra a Italia, y empezó a tomar clases. Dicen que Pavarotti lo había seleccionado para que tomara lecciones especiales con él.

Cuando Pott no podía más de la felicidad, y pensaba que todo lo que había buscado no estaba tan lejos como se suponía, vino el desastre, por partida doble. Sufrió de un tumor y luego tuvo un accidente en motocicleta. Pott sobrevivió, pero aquello le costó dinero y los ahorros que tenía destinados para sus clases con Pavarotti, tuvieron que diluirse durante el tiempo que le tocó estar en recuperación.

A primera vista, se nota que algo no anda bien en la cabeza de Paul Pott. Parecería que su cerebro está por otro lado, sobre el escenario de un gran teatro, o en el momento justo de la colisión, cuando salió volando y no tuvo tiempo de pensar en nada antes del aterrizaje forzoso. Tiene los párpados caídos, los cachetes hinchados y los dientes chuecos. Su sonrisa parece un intento de sonrisa, mezclado con los segundos que preceden un llanto silencioso. Cuando supo que su carrera de cantante tendría que esperar, se consiguió un trabajo vendiendo celulares.

Apostar por él resulta complicado. El mismo Pott dice que la confianza en sí mismo no es lo suyo. Los jueces lo supieron desde el primer momento. Seguramente pensaron “aquí va de nuevo, la humillación pública de un patético perdedor de nacimiento” Le preguntaron ¿qué haces aquí?, él dijo vine a cantar ópera. Los jueces no se rieron en su cara, pero casi, hicieron unas muecas que le bajarían el ánimo a cualquiera. Simon Cowell (famoso por ser el malo de American Idol), soltando un suspiro de fastidio, dijo: ready when you are.


Corte a: Paul Pott asiente con la cabeza, hace la señal para que una asistente del show aplaste play en una máquina. Suena Nessum Dorma, de la ópera Turandot. Los jueces quieren que todo acabe rápido. El público piensa en cómo reírse sin ser mala gente. Paul Pott abre la boca. Desde el fondo de su vida accidentada sale una voz iluminada, todo él se ilumina, todo está iluminado. El tema sube su intensidad. Una anciana sentada en el medio del público comienza a llorar. La gente aplaude, grita, y piensa que al final tendrá que pararse. Simon Cowell no lo puede creer. La cámara montada en la grúa muestra a Pott con el pecho hinchado, cantando a toda madre. La gente pierde el control, la cordura, lo pierde todo. Suenan los acordes finales. El público, emocionado hasta las lágrimas, se pone de pie y aplaude con todas sus fuerzas. Una de los jueces, llora. Paul Pott cierra la boca, y vuelve a su mirada de niño perdido, de gordito que no sabe cómo contarle a su mamá que los malosos del colegio volvieron a robarle el dinero del almuerzo.

La primera vez que lo vi, se me pusieron los pelos de punta, y creo que también lloré o quise llorar o lloré para adentro. No me gustan los realitys, menos los que tienen que ver con música (aunque confieso que el de Tommy Lee, Gilby Clark y Jason Newsted me entretenía) pero esto es un trozo de historia en la TV, como la llegada del hombre a la luna.



Los directores de cine y TV tienen mucho que absorberle a este momento. Los cortes son magistrales. Si fueron hechos en vivo, el director de cámaras de Brit’s Got Talent es un genio. Recordé Tiny Dancer, de Elton John, en Almost Famous, de Cameron Crowe. Recordé Won’t get fooled again, de The Who, en Summer of Sam, otro joint de Spikee Lee. Puede que Paul Pott venga de un show sospechoso, irreal y mentiroso, pero no se contagió, Pott es un tipo genuino, un gran tipo.

Acá va el video. No se lo pierdan. Si se demora en cargar, esperen, y verán.



Este cuento acaba con Paul Pott ganando el concurso, cantando frente a la reina y grabando un disco llamado One Chance.

Acá la portada.

3.24.2008

La Escuela Del Rock tendrá su venganza en DVD.


Volví a ver School Of Rock durante un muy poco santo sábado de semana santa. La vi acompañado. Con esos panas que son aliados y brillan de felicidad con cosas como estas. Es una de esas películas absolutamente sociales. Para ver en grupo, recitar líneas, corear canciones, retroceder escenas espectaculares, comentar y decir cosas como: de ley que esta película va creciendo con el tiempo.

En los circuitos de cine comercial del Ecuador no estuvo nunca o, si lo estuvo (que lo dudo mucho), estuvo un par de días y se bajó de la cartelera sin pena ni gloria. Apestada con un país que no la supo recibir. Tal vez no la creyeron lo suficientemente comercial, y eso que Jack Black ya era un tipo famoso que llevaba gente a las salas. Tal vez pensaron que los niños ecuatorianos no disfrutarían de la historia. Alguien pudo haber sugerido que los infantes criollos no tienen nada que ver con el rock. Alguien, un ser malintencionado y con visión de corto alcance, pudo creer que una película sobre un perdedor que les enseña rock a niños pelucones es una pérdida de tiempo. Tengo mis sospechas de todo tipo. Pero el punto es que los niños no pueden seguir sin verla.

The School Of Rock es algo básico para la primaria. Creo que si formara parte del programa educativo nacional, nuestra historia sería otra, más intensa y más entretenida. Ciertos niños la verían y pensarían que ser adulto puede llegar a ser divertido. Habrían más artistas y menos políticos. O tal vez, no, pero seguro habría más gente haciendo lo que quiere y no lo que el sistema, The Man!, los obliga a hacer para sobrevivir. Lo más importante de School Of Rock, que está llena de cosas importantes, es un mensaje claro: el rock es libertad.

En pocas palabras, es la historia de un treintañero que ha querido ser rock star toda su vida y no lo ha logrado. Como se ha quedado con deudas y sin banda, acepta un trabajo de maestro sustituto en una escuela para niños bien. Allí, casi por casualidad, se da cuenta de que los niños, en su clase de música, tocan y lo hacen bien, pero les falta onda. Entonces, el maestro corre a su van y saca sus instrumentos, los tiene todos, desde guitarras clásicas hasta una batería. Y lo primero que les enseña es un Sol corrido que sirve de base para Smoke On The Water, la de los recién venidos Deep Purple. El resto es puro rock and roll.


A través de la música, los niños aprenden que pueden salvarse. No importa ser nerd, o gordo, o torpe, o que tu viejo no te de bola por lo que eres sino por lo que él quiere que seas. Si tocas, en serio, todos los días, tienes una oportunidad. Los chicos lo hacen y rematan con un show espectacular.

Me sorprende consultar y enterarme de que esta película, de 2003, ha pasado un tanto desapercibida frente a nuestras narices. Entiendo que parezca una ligera comedia para niños, pero es mucho más, lo prometo. Es la clase que todos desearíamos haber tenido de chicos. Y es una lección de vida. Si no se empeñaran en educarnos como a borregos, habría más de donde agarrase cuando uno siente que la tierra no lo quiere y que por eso se lo está tragando. En The School Of Rock, los niños, zombis en potencia, despiertan con el distorsionado rugido de una guitarra. Y lo hacen a tiempo, más que a tiempo. Porque el rock te da ética, moral, honestidad y fuerza. Como dijo Calamaro: la vida es dura, pero el rock and roll también es duro.

The School Of Rock se consigue en La Liebre Video Club (González Suárez). Mejor, si tienen chance, pescar la original, el material extra es muy recomendable. La dirigió Richard Linklater (que hizo Dazed and Confused, la mamá rock de That 70’s Show, en 1993), un rockero de corazón. Y la escribió Mike White, que ayudó en el guión de Nacho Libre y sale en esta película, como el mejor amigo de Jack Black, el personaje de White es el verdadero maestro de escuela.

Acá va el trailer. Tengan paciencia y chequéenlo.

For Those About To Rock
We Salute You.


3.19.2008

Días aún más extraños. Con Ray Loriga, como él mismo.

Ray Loriga es un infante terrible que no se mató a los 27 y ahora está grande. Nació en Madrid, el 67. Ya pasó los 40. Tiene tatuajes, muchos. Tiene actitud. Es un rock star que escribe libros y dirige películas. A los 25 publicó Lo peor de todo, su primera novela. Con ese libro se puso en vitrina y la gente empezó a decir que Loriga era el futuro, un futuro de pastillas y trago y música alta y subsuelos donde la gente se mete heroína y se queda echada en el piso. Luego vinieron Héroes (1993), Días extraños (1994) y Caídos del cielo (1995). Tres en libros en tres años. Algunos dicen que Loriga es más cantidad que calidad, que de joven se creía lo máximo y que no es tan bueno como el cree que es. No dudo que se haya creído lo máximo. Pero es que tener 25 y leer que eres el nuevo mejor escritor de España es como mucho, para cualquiera.

Loriga se me hace como Johnny Depp. Ambos conocieron el éxito temprano y se empacharon. Depp chupaba como loco para escapar de su cara en las revistas para adolescentes faranduleras. Loriga se metía de todo y escribía sobre sí mismo. Las novelas de Loriga son, en teoría, autobiográficas. Vivía y escribía. Vivía y escribía. Vivía y escribía. Tuvo su época de icono pop y tuvo que mantener su mala reputación tan alta como pudo. El trabajo de Loriga era ser Loriga: estar mal, colgado del brazo de algún vicio, diciendo malas palabras y desmayándose en público. España lo necesitaba como ahora Estados Unidos necesita a Britney Spears. Si Loriga hubiese muerto, sería como Kurt Cobain y como Jim Morrison. Muchos querían que se muera para probar que la vida te cobra todo lo que le pides prestado. Pero Loriga no se murió. Y estoy seguro de que él y la vida están a mano, se llevan bien.

En el 97 trabajó con Almodóvar en el guión de Carne trémula y dirigió La pistola de mi hermano, su ópera prima. En el 99 escribió el que, dicen, es su mejor libro, Tokio ya no nos quiere. Dicen que es su mejor libro, su graduación como escritor propiamente dicho. Dicen que antes Loriga vivía del escándalo, de caerle mal a los adultos y de ser odiado por las mamas y manoseado por las hijas. No sé qué tan buena sea la novela ni porqué, se supone, es la novela de un escritor maduro y no la creatividad desbocada de un adolescente punk rock. Lo cierto es que Loriga se cansó de ser el Loriga de tabloide. Sus libros siguientes, Trífero (2000) y El hombre que inventó Manhattan (2004), se supone, son más craneados que insolentes. Estoy seguro de que algo pasó en medio. Loriga soltó el acelerador, se quitó la regla de libro por año, se dio una ducha y anduvo en tercera, relajado, mirando al frente, con las manos a las 10 y a las 2. poniendo direccionales y cediendo el paso a las ancianas que andan en VW’s.

Loriga ya no se pinta el pelo ni se pelea con los policías. Ya no lo necesita. Ahora escribe bien, bastante bien, piensa todo dos veces y produce como un animal. Tiene un programa de entrevistas en TV. Quienes lo han visto piensan que a Loriga se la va la mano, que es pesado y vanidoso y arrogante. Se me hace que Loriga odia la TV, que lo hace porque le pagan bien y quiere que sus hijos pequeños estén cómodos. Para desquitarse de la pantalla chica, sospecho, Loriga se hace el grande y se burla de sí mismo y de todos los que lo miran. El año pasado estrenó el film Teresa, el cuerpo de Cristo, con Paz Vega y Leonor Watling. Dicen que sus películas no son ninguna gran cosa. No las he visto, pero les tengo fe. Siento que Loriga está de mi lado, que es uno de los nuestros. Seguro, en su casa, tiene muchos discos increíbles.

Escribo sobre Loriga porque Días aún más extraños, su nuevo libro, está en Quito y está muy bueno. Es una colección de artículos de prensa más una carta al escritor argentino Rodrigo Fresán más dos cuentos.

Acá lo que subrayé.

Del cuento: Virginia se enamora.

Lucía es rubia y alta y monísima. Gini es alta y morena y guapa. No tan guapa como Lucía, claro. Gini nada muy deprisa. Lucía es perezosa. Gini lee novelas, Lucía lee novelas de amor. Gini llora. Lucía también. Las dos, Gini y Lucía, tienen poco pecho, las dos piensan en una operación, Lucía está reuniendo dinero, lo cual no es difícil, porque es rica y es muy guapa y ya no tiene que ayudar en la farmacia y vive en París y todo eso. Lucía le ha enseñado a Gini el pecho que quiere. No es muy grande, es el pecho con el que desearía haber crecido. El pecho que Dios le debe. Lucía ha recortado el pecho de una actriz famosa, no quiere que Gini vea la cara, quiere que vea sólo su pecho, el pecho de Lucía, que ya imagina suyo ese pecho bien formado, pero discreto. Gini en cualquier caso reconoce la foto y el pecho y sabe a qué actriz pertenece, pero no dice nada.

El cuento es perfecto y tiene un personaje secundario que no tiene nada que envidiarle a, digamos, Sancho Panza.

Del artículo: Los libros quemados.

John Cheever se levantaba todas las mañanas muy temprano, se ponía un traje de tres piezas, cogía un maletín y llevaba a sus hijos a la parada del autobús en el Upper West Side de Manhattan. Después de despedir a los críos con la mano, volvía a entrar a su edificio, pero en lugar de subir a su piso, bajaba hasta un pequeño cuarto junto a las calderas en el que había puesto una mesita y, sobre ésta, su máquina de escribir. Una vez allí, se quitaba el traje y escribía en calzoncillos, el calor de las calderas así lo exigía, hasta que los niños volvían del colegio. Entonces se vestía de nuevo, agarraba su maletín vacío e iba a la parada del autobús a recogerlos. Día tras día, Cheever fingía tener un empleo y una oficina y una posición que no tenía. Le avergonzaba confesar a sus hijos que en realidad no era más que un escritor.

Creo que en el fondo a los libros les gusta ser quemados, en la plaza no, en el almacén, tal vez porque los escritores somos todos muy vanidosos y cualquier luz que ilumine nuestro nombre por un instante es bien recibida, aunque sea la luz de las llamas, o tal vez porque los libros quemados en la plaza arden convencidos como ningún otro de sy efectividad y su peligro.

Cheever, padre devoto.



Del artículo: Una herida antigua.

Los que nos hemos impuesto la absurda obligación de escribir películas nos enfrentamos a menudo a esta duda fundamental: ¿qué asuntos merecen subir a la gran pantalla y cuáles están mejor dónde están? En la literatura, por ejemplo, o en la vida.

Del artículo J. L G.

A Godard le llamábamos God, que es Dios en inglés; también a Bergman le llamábamos Dios. Ninguno de los dos se enfadaba.

Del artículo: Después del dolor.

No hay bandera que valga una vida, la patria es una sopa, un aroma, un recuerdo, un monte, un verso. No hay patria que se refleje en un charco de sangre.

Del cuento: Buenas noches (publicado en McOndo, la antología de 1996). Lo incluyo porque es un gran cuento y es como la voz en off de River Phoenix en My Own Private Idaho (1991), de Gus Van Sant.

Hay algo que he aprendido en todos estos años: puedes dormir en cualquier parte pero no puedes despertarte en cualquier parte.

Cuando era pequeño me quedaba dormido en la mitad de los partidos de fútbol, sobre todo si jugaba de portero o si tenía que rematar un córner. Esperar acontecimientos nunca ha sido mi fuerte.

Mi hermana me mandó hace poco una carta pero la verdad es que ahora que no tengo a nadie prefiero no tener definitivamente a nadie.

Creo que la tranquilidad me mantiene despierto. Son los problemas los que me dan sueño.


Del artículo Gracias, señor Dylan.

Plagiando, con libertad, la gran chaqueta metálica de Kubrick: dentro de cada ignorante hay un fan de Bob Dylan luchando por salir. Cuando mi hijo me pregunte por qué carajo venimos al mundo, tendré muy clara la respuesta: para escuchar discos de Bob Dylan.

Rodrigo Fresán le vio lavarse los pantalones vaqueros con el jabón de manos de un hotel de lujo. Cuando alguien le sugirió que mandase los pantalones a la lavandería, Dylan contestó que hacía ya muchos años que su padre le había enseñado a lavarse sus propios pantalones. Penélope Cruz me contó, después de compartir con él un rodaje, que Dylan nunca come de lo suyo y que prefiere comer un poco de lo que le den los demás. Y que con eso le basta. Andrés Calamaro, al que tanto quiero y tanto extraño, guarda su segundo de Dylan con el mismo celo con el que guarda todo lo suyo. Y así hemos ido todos, en peregrinación, buscando al Dylan que llevamos dentro.

Lo cierto es que resulta complicado hablar de Dylan, porque la razón se desboca y se vuelve uno cursi y argentino.

Una vez le pagué un café a Bob Dylan en Sevilla y, en contra de la leyenda (probablemente Bob Dylan no es un santo ni un monstruo, sino lo que podría llegar a ser un hombre en el mejor de los casos), me devolvió una sonrisa y me ofreció su mano y me regaló esos dos minutos con Dylan que cualquier admirador que se precie se ha pasado la vida buscando. ¿Y qué me dijo? Me dijo gracias. Y yo le dije: no, señor Dylan, gracias a usted.

Dios fumando.




Aguante Loriga.

3.15.2008

Los amigos de Juno


Estoy contento. He hablado de Juno toda la semana. Con amigos y extraños. He recibido comentarios. Acá, en el blog, unos cuantos. En la calle, hartos. La gente está viendo la película y está enganchando sin problemas. De pronto siento que hay una hermandad y que hay esperanza. Si el mundo se conmueve ante la travesía de una adolescente embarazada, fajada ante la vida, fajada por debajo de sus jeans, lanzada, firme, fuerte, amante de Iggy Pop y respondona, no estamos tan mal como creíamos.

Juno todavía no llega al cine y eso la hace aun más especial. Cuando venga, iré a recibirla y la veré en pantalla grande, como corresponde, recitando líneas y cantando el soundtrack. Imagino que se comercializará como una película de adolescentes para adolescentes. Aunque aquello suena mal, es lo necesario. El Ecuador necesita que sus quinceañer@s vean Juno. Me encantaría llenar una sala de cine con esas chicas que sueñan con ser J. Lo y ponerles Juno a todo volumen, a lo Naranja Mecánica. Tal vez no serviría de nada, pero sería muy divertido. Ahora mismo nos faltan Junos y nos sobran J. Los. Claro que ser minoría tiene su encanto, y su glamour.

Quienes ya vieron la película se quedaron enamorados de los personajes secundarios. Tienen razón. Son encantadores todos. Su-Chin, que protesta contra el aborto frente a la clínica donde Juno pensó desembarazarse, la enfrenta con firmeza, no cede, se asusta, se atemoriza, se encoge, pero no se mueve, ni se va a su casa, y cuando Juno decide no hacer lo que iba a hacer, su amiga-enemiga la bendice y le desea suerte. Vijay (suena a VJ), compañero corredor de Bleeker, que abre la boca una sola vez en toda la película, remata como los grandes, diciendo “deberías dejarte el bigote”, como quien dice vas a ser papá y tienes que parecerte a los papás. Leah, la mejor amiga de Juno, mucho menos brillante pero más en forma con el mundo que la rodea, es todo el acolite que alguien podría necesitar. Y así con todos. La corona se la llevan Bren (
Allison Janney) y Mac (J.K. Simmons) MacGuff, la madrastra y el papá. En una primera vista, desconfié, seriamente, de ambos. Lo discutí con otros amigos de Juno, volví a la cinta, y terminé convencido. Los MacGuff son los padres de familia más avispados que ha parido el cine gringo en mucho tiempo. Prefieren la razón al drama, el diálogo al conflicto, la broma a la crítica, y saben estar al lado sin entrometerse. Qué grande la madrastra en la escena de la ecografía. Que grande el padre poniendo sus manos, su rabia y su alegría, sobre los hombros de un Bleeker que viene de correr y viene corriendo, para acostarse al lado de Juno cuando ella acaba de dar a luz. Que grande el silencio de Bleeker.

Los personajes secundarios son clave en una buena película (tanto o más que en una buena vida), en una mala, son simple escenografía mal pintada.



Me animé a repetir tema porque siento que estamos jalando para el mismo lado, haciendo fuerzas por una película que no debe pasar desprevenida. Pero no todo es redundar en la emoción. A continuación más soundtrack de Juno, para los que todavía no lo consiguieron, para los aliados.

Arrancamos con All The Young Dudes, que sí, fue escrita por Bowie (quien lleva el record de tributos en este blog), pero, cronológicamente, no le pertenece. La escribió, en calidad de fan y productor, para Mott The Hoople, banda glam inglesa de finales de los 60’s. El álbum se llama All The Young Dudes y se lanzó en 1972. Trivia: 1974, Mott The Hoople de tour por USA, les abre Queen. 1975, Freddie Mercury escribe Now I’m Here, e incluye la frase Down In The City, just Hoople and me.





Sticking With You, The Velvet Underground, con la voz Moe Tucker, la baterista, en primerísimo primer plano. Lou Reed, en un despliegue de buen gusto, entra después. Una canción de cuna, escrita y protagonizada por una banda salvaje.





Tree Hugger, de Antsy Pants, un dulce grupo de grandes para chicos chicos y chicos grandes.





Sea Of Love, de Cat Power, nombre de combate para Charlyn “Chan” Marshall. En Ecuador ha sonado poco o nada, y eso no puede seguir así.





Cierro con Loose Lips, otra de Kimya Dawson, que es madre y está trabajando en un disco para niños y cada día me cae mejor.







Canciones suaves, tal vez. Blandas, jamás.

3.10.2008

Así suena Juno

AVISO: LAS CANCIONES AL FINAL DE ESTE POST ESTAN OPERANDO NORMALMENTE. SI TUVIERON DIFICULTADES, LES ASEGURO QUE LAS TRABAS TECNOLÓGICAS HAN SIDO SUPERADAS.

Llegó. Por fin. Anda por ahí, cerca. Toca preguntarle al dealer de confianza por esa película gringa sobre la peladita embarazada. Se llama Juno y está bien. No es ni tan independiente ni tan ruda como nos querían hacer creer. Pero tampoco es mentirosa. O por lo menos Juno, el personaje, parecería no conocer la mentira o no poder aguantarse la honestidad. Esta man habla serio.

Supongo que después del Oscar a mejor guión original, Juno estará en el Ecuador tarde o temprano. Ese Oscar cerró con broche de oro un año maravilloso para la cinta. Sobre todo, porque la Academia hizo gala de su olfato para la farándula, y coronó premiando a la ya famosa Diablo Cody, que escribió ésta, su primera película, envalentonada por las emocionadas críticas que recibió Candy Girl: A Year in The Life of an Unlikely Stripper, el libro de memorias basado en sus años de bikinis y tubos. Cody no aprendió a escribir de la noche a la mañana ni mucho menos, pero publicó su sonado debut a los 24, nada mal, tras una larga temporada como blogger en su Pussy Ranch virtual. Trabajó para un semanario de Twin Cities llamado City Pages, pasó por la tan desaparecida como prestigiosa revista Jane y en 2007, un buen día, apareció como columnista en Entertainment Weekly, codo a codo con gente como Stephen King. Cody no piensa parar. Los estudios andan tras ella, se habla de dos guiones nuevos para este año y el comienzo del próximo. Por lo pronto, Dreamworks la contrató para escribir el piloto de la serie The United States Of Tara, idea original de Steven Spielberg, una comedia sobre una madre de familia con personalidades múltiples. Si Cody fuese el diablo, no estaría haciendo algo que salió de la cabeza de Spielberg. Tampoco hubiese escrito Juno, que se deja ser tierna y correcta bajo el ala de un personaje memorable.

El Diablo en la huelga. www.myspace.com/diablocody

Juno tiene 16 y está embarazada. No tiene novio. Tiró con Bleeker, su mejor amigo, por curiosidad, por aburrimiento y por que entre los dos hay algo fuerte. No está preocupada, lo tiene todo fríamente calculado. Intentó intentar abortar, no pudo, el lugar olía a dentista y le dio mala onda. Resuelve dar al niño en adopción, a una pareja de clase alta. Nadie tiene de qué preocuparse. Ella se hará cargo, como corresponde. Cree que el asunto no es TAN grave. La verdad es que no tiene idea de lo que se le viene encima. Su padre y su madrastra son sospechosamente comprensivos, pero terminan cayendo bien. No conoce a su madre, pero todos los años recibe, de ella, por correo, un cactus enano en el día de su cumpleaños. Juno tiene sus cactus apilados en su cuarto y los años apilados para soportar este momento. En el camino, conecta con Mark (Jason Bateman), el proyecto de padre oficial para su bebé. El tipo es un adulto propiamente dicho, hace años tuvo una banda noventera que le abrió a The Melvins, ahora escribe comerciales y tiene una casa inmensa. Juno le dice eres un vendido, y le pregunta, ¿qué dirían The Melvins?, y Mark se hace el que entiende la broma, pero no, algo en él se despierta, ata cabos, concluye que está perdido. Vanessa (una sorprendente Jennifer Garner), la esposa de Mark, ha esperado este bebé toda su vida. Por un momento las cosas están a punto de derrumbarse.

Juno con los futuros padres del bebé.

Juno es rockera, ama a Iggy & The Stooges y a Patti Smith. Juno se cree más cool de lo que es, pero no de lo que puede llegar a ser. Tiene una repuesta irónica, ingeniosa e inmadura para todo. Sus comentarios incomodan. Juno te hace reír, mucho, parecería que ni el embarazo le tumba esa actitud de chica mala que escupe sobre el pelo rizado de las porristas. Juno usa ropa de chico y cae en su propia trampa y se salva. No sale ilesa, ni entera, pero sale del hueco mejor de lo que entró.

Juno es una estupenda y preciosa Ellen Page. Viene de la TV y tal vez por eso sea el negativo perfecto de, digamos, Melissa Joan Hart. El chico de la historia es el mismo Michael Cera que lo logró todo como Evan en la súper Superbad. Y el director es Jason Reitman, que hizo la gran Thank You For Smoking. O sea que Juno estuvo, y estará, en buenas manos.

All The Young Dudes.

Para colmo, una banda sonora que la rompe. Muy a lo Wes Anderson: música sobre todo el filme. Pongo unos temas que me llegaron. El dato es que se bajen todo el disco, no se van a arrepentir.

Dearest, de Buddy Holly.


A Well Respected Man, The Kinks


Tire Swing, de mi nueva amiga Kimya Dawson
www.kimyadawson.com


Superstar, Sonic Youth tocando los Carpenters. Una joya.


Anyone Else But You, The Moldy Peaches, la banda de Kimya Dawson


Por si acaso, estos son The Moldy Peaches. La gata es Dawson.

3.07.2008

La cambiadora de páginas, en cartelera, todavía.

Estas son las protagonistas de la película que vi hace unos días, en una sala prácticamente vacía, no pasábamos de cinco espectadores. Pensé de ley, una película franchute en Cinemark corre el riesgo de fracasar miserablemente. Como que esas cosas son más Ocho y medio que Plaza de las Américas, y espero de todo corazón que le esté yendo mejor en el Ocho y medio, porque se lo merece.

Parte con un incidente un poco forzado. La pequeña Mélanie Prouvost, pianista en potencia, está dando una prueba que le permitirá estudiar oficialmente en un gran conservatorio. Una de las juezas es la famosa pianista Ariane Fouchécourt (Catherine Frot), quien en un acto increíble hasta para una película de ciencia ficción, deja que en plena audición de la niña entre una tipa cualquiera que busca su autógrafo. La niña, esto no es tan forzado, pero casi, pierde el control y la puntería, falla, desafina, cae y cuando intenta levantarse se hunde más. La niña se resiente con el piano y con la vida.
Acá la pianista y su esposo.

Años después, Mélanie (Déborah François, que tan bien estuvo en L’ Enfant), anda por la vida sin pasión, hermosa, amargada y apagada. La encontramos trabajando para un abogado, trabajaría en cualquier cosa porque su sueño quedó frustrado cuando era niña. El abogado resulta ser el esposo de Ariane Fouchécourt (que misteriosamente se ve exactamente igual que en el pasado inmediato), y resulta que necesita una niñera por una breve temporada y, claro, Mélanie toma el trabajo y llega a una casa inmensa, tan fría como puede ser la burguesía francesa.

El resto es venganza, fría, calculada y retorcida venganza. La famosa pianista tuvo un accidente hace poco, está frágil y necesita de alguien. Mélanie pasa de niñera a cambiadora de páginas y entonces la película se pone realmente buena. La maldad de Mélanie no tiene límites, y se aplica en un estilo súper europeo: silencios, miradas, escenas largas, planos quietos y sensaciones a través de contemplaciones y comentarios sutiles. En pocas, grandes actuaciones en una película que depende enteramente de cosas así.

Déborah François: Touch Of Evil

La cambiadora de páginas me atrapó porque se mete con algo que todos hemos querido hacer y, esto se seguro, no todos hemos podido. Es una cinta egoísta, muy para adentro, pero efectiva. Mélanie arruina la vida o un momento importante en la vida de Fouchécourt, por completo. La enamora y embarra con su mala onda la relación de los esposos, la carrera de la pianista y los músculos en desarrollo del hijo, un niño, que también quiere ser pianista.

Denis Dercourt, el director, también es músico o ex músico, tal vez le pasó algo parecido y por eso se pasó al cine, para vengarse. Lo cierto es que posiblemente esta cinta no nos acompañe por mucho tiempo y por lo tanto hay que verla YA.

Los dejo con una escena que me dejó frío. La pianista en acción, tocando como los dioses, y el diablo atrás.


3.04.2008

La película Once aterrizó en Quito

Once fue la cinta B en la pasada ceremonia de los premios de la Academia. Se trata de una película pequeña, hecha con cien mil dólares (que puede sonar a mucho, pero que ni siquiera en el Ecuador da para un largometraje con todas las de la ley) y unos pocos buenos amigos. La historia de dos músicos que no la pegan, callejeros, quebrados, que ya no son tan jóvenes como para vivir de las cervezas que les puedan dar en un bar de mala muerte. Dos personas que se encuentran tratando de cambiar la vida que tienen por la que quieren tener.

Sí, se enamoran, o por lo menos él se enamora de ella, que vive con su familia checa en un pequeño departamento. Ella no puede enamorarse porque sigue enganchada a su esposo, a quien no vemos si no hasta muy avanzada la cinta, a su hija, a quien conocemos de inmediato y, en general, a la idea de vida en familia feliz. En rigor, ella no quiere ser una rock star ni mucho menos, pero entiende, y apuesta por, el talento de él, que podría llegar lejos. Ambos personajes están solos y prefieren compartir sus soledades a seguir deambulando en singular. En eso, la película acierta, se trata de un encuentro mucho menos elaborado que el de, digamos, Scarlett Johansson y Bill Murray en Lost In Translation (Perdidos en Tokio). No hace falta una gran atracción física o sensorial, aunque siempre termine pasando algo, así sean breves segundos de un silencio incómodo que podrían llenarse con besos.

Once se hizo oír por una canción en particular, “Falling Slowly”, que ganó el Oscar a mejor canción. El tema no es ninguna revelación, peca de predecible y meloso, pero funciona. Acá cuando la tocan por primera vez en la cinta. Un gran momento.






En Once hay muchas, muchas canciones. Se pasan la película cantando, no al estilo musical de Broadway, donde todos les ponen melodías a sus líneas de diálogo. Se la pasan cantando en vivo, ensayando, en cuartos minúsculos y en un estudio que logran alquilar por unas horas. Y está bien, es una película sobre músicos, pero también es una película a la que le falta cine. Ahora bien, es preferible una película a la que le falte cine, a una a la que le sobre “la magia del cine”.

Glen Hansard y Markéta Irglová, los protagonistas de esta película, no son actores, son músicos. Hansard hasta tiene banda, se llaman The Frames. Ninguno de los dos domina el tramposo arte de hablar en la pantalla, pero aquello a ratos es maravilloso, porque los personajes que interpretan no pueden hablar en la vida real, conectan sólo cuando están tocando.

Acá va otra canción, que según yo es mejor que la famosa “Falling Slowly”, se llama “When Your Mind’s Made Up” De paso, una de las mejores escenas de la película.




Once no es perfecta, pero refresca y conmueve. Le falta maldad. Es una película sentida, querida por quienes la hicieron, que se deja querer, fallida a ratos, en la que el corazón de los irlandeses pudo más que la razón. Está disponible, en su versión original, en La Liebre Video Club (González Suárez).

Para hacer justicia, les pongo el video de Guaranteed, la canción que Eddie Vedder hizo para Into The Wild, la nueva película de Sean Penn. Vedder no estuvo nominado para un Oscar, pero ganó un Globo de Oro con esta súper canción.