5.27.2008

The Last Shadow Puppets: el otro lado del Mono.

No recuerdo exactamente cómo fue que llegué a los Arctic Monkeys. Recuerdo el rumor. Banda casi adolescente que regala su música vía Internet, a punto de lanzar su álbum debut, miles de fans desesperados. Luego, en cuestión de segundos, en un abrir y cerrar de ojos, corte a: “Whatever People say I Am, That’s What I´m Not” (lo que sea que diga la gente que soy, es lo que no soy) es el nuevo álbum debut más vendido en la historia del Reino Unido, destronando al gran “Definitely Maybe”, álbum debut de Oasis. Todo el mundo lo tiene. Todo el mundo lo oye. Si no has escuchado a los Arctic Monkeys, no estás en nada. Si no te gustan, eres cool, o simplemente snob, antipático, hecho el bacán. Se ponen de moda y recuerdo haber estado feliz al respecto. Una buena moda, pensé, una esperanza. El disco salió a comienzos del 2006. Ese mismo año, los Arctic Monkeys fueron el mejor “nuevo acto” según los Brit Awards y la rompieron toda, to-da, en los premios de la prestigiosa revista británica NME, donde ganaron “mejor banda nueva” y “mejor banda inglesa”. En 2006, Alex Turner, el Monkey compositor, tenía veinte años.

“Favorite Worst Nightmare” (peor pesadilla favorita), el segundo larga duración de los AM, salió en abril del 2007. La avalancha de éxitos, premios y giras fue mayor que la primera vez. Hace meses, en los Brit Awards 08, los AM volvieron a llevarse los premios más cotizados. Hoy por hoy, ya no son una moda. Tal vez sí, una moda más grande, más de moda, más rentable, pero nunca una pura moda. Los AM pueden vender millones de discos y tener millones de fans y sonar en millones de ciudades alrededor del mundo, pero no se han vendido. Su segundo disco es, definitivamente, menos user friendly que el primero. Es pegajoso, sí, y engancha y le gusta a mucha gente, pero también propone, se pone retos, y los supera.



Ahora bien, mientras esperábamos un tercer disco de los AM, se anuncia que Alex Turner tiene un proyecto paralelo y que será ése el disco que escucharemos. Ok. Interesante. Imposible parecerse mucho a los AM. Vamos a ver. El pasado abril vio la luz “The Age Of Understatement” (la era de la subestimación), álbum debut de The Last Shadow Puppets, la otra banda de Turner, junto a Miles Kane, de The Rascals. Turner y Kane se conocieron en la ruta, compartiendo escenarios, hoteles, gustos, conversando entre trago y trago. Hablaron de hacer algo juntos, supongo, porque lo de sus respectivas bandas, rock básico de calidad, tiene sus límites. Y formaron The Last Shadow Puppets, que no es una banda propiamente dicha sino un dúo con un productor y la London Metropolitan Orchestra detrás. Música de mucha cabeza. “The Age Of Understatement” suena como la banda sonora de una invasión, de una guerra, de una batalla épica con muchos muertos y algún héroe desfigurado que come lobos y, al final, de vuelta en casa, besa apasionadamente a la mujer que lo ha esperado tantos, tantos años. Muchos instrumentos. Muchos. Acaso demasiados. Afortunadamente bien mezclados, cosa que todo tiene su sitio, su tiempo, y nada se roba la película. Sus canciones alcanzaron los primeros lugares en la Billboard, y me alegro, sobre todo porque no son canciones echas para eso. Son canciones para escuchar en soledad y en silencio, viendo algo que no está ahí. Canciones Ennio Morricone y James Bond.

Teniendo el mundo, o buena parte del mundo, a sus pies, Alex Turner, como los grandes, hace todo al revés. Cuando podría estar en Ibiza, metiéndose todo lo que se le antoje y metiéndose con quien se le antoje, busca a otro tipo que le cayó muy bien, con quien conectó, y saca un disco que no tiene nada que ver con lo que está pasando a su alrededor. Así se hace. Turner tiene ahora veintidós, y la vida por delante. A este paso, si sigue estirando la cuerda que tiene entre sus manos, y no la rompe, logrará ese Sgt. Pepper, ese Pet Sounds, ese Dark Side Of The Moon que tanta falta nos hace.



Acá dos temas que me atraparon de una.





El video de “The Age Of Understatement”, el primer single.



Y el link al myspace de la banda.

http://www.myspace.com/thelastshadowpuppets

5.23.2008

I Will Kill Again (mataría de nuevo)

Un hombre flaco, de traje y sombrero, en alguna parte de Inglaterra, que podría ser Londres como podría ser Manchester o Liverpool, o un poblado muy pero muy pequeño e insignificante, se encuentra con alguien que, años atrás, tantos años atrás, fue su amigo, o pensó que era su amigo cuando no pasaba de su conocido. El caso es que se conocieron y coincidieron, más de una vez, en el mismo lugar. Se encuentran, digamos, en una ferretería. La ferretería no es para nada el tipo de ferretería industrial que parece Mall, donde se encuentran desde tinas de baño hasta rollos de canela con pasas. No. Es, en la medida de lo posible, un lugar discreto, sobrio, administrado por el hijo que alguna vez lo heredó y que ahora es padre y tiene hijos y nietos en camino.

El hombre flaco de traje y sombrero busca sierras pequeñas, lo más pequeñas y ligeras y potentes que se puedan encontrar. Su conocido, busca tornillos. El conocido lo ve, lo reconoce y se le acerca con una sonrisa sonsa. El hombre flaco de traje y sombrero intenta, mientras puede, hacerse el loco. Reconoció al conocido antes de que el conocido lo reconociera a él. El tipo flaco de traje y sombrero no es una persona, cómo decirlo, muy dada a lo social. Pero ahora tiene que darse la vuelta y responder un par de preguntas y montar una imitación barata de abrazo. Ha pasado mucho tiempo, sin duda. No, ya no vivo donde vivía. No te lo podría decir, viajo mucho, por trabajo, soy un gitano de clase alta. A veces, otras veces África o América Latina, ya sabes cómo es. Empresa multinacional, sí, comercio, básicamente. Se hace un silencio. El conocido espera que el hombre flaco de traje y sombrero le haga las preguntas de rigor. Nada. El hombre flaco de traje y sombrero lo mira en silencio, quiere que esto acabe ya. El conocido le pregunta si ha visto a un tercer hombre, amigo en común de ambos, según el conocido, el tipo más agradable sobre la faz de la tierra.




El hombre flaco de traje y sombrero podría llorar. Ese tercer hombre recién aparecido en la historia fue, es, será siempre, su mejor amigo, su compañero, su colega, su hermano, el último rostro que verá antes de morir. El conocido le cuenta que el tercer hombre vive en un castillo, pequeño, pero castillo al fin y al cabo, a las afueras de Sheffield, en el condado de Yorkshire, con su familia, cinco conejos blancos y una guitarra acústica que está aprendiendo a tocar. El hombre flaco de traje y sombrero adivina al tercer hombre viendo mujeres desnudas, en el internet, de vez en cuando. Quisiera saber más, pero no pregunta porque, a la larga, lo sabrá todo y, si no llega a saberlo todo, será mejor, por lo menos para el tercer hombre, su hermano, a quien considera seguro siempre y cuando entre ellos hayan kilómetros y kilómetros de distancia.

Antes de despedirse, el conocido menciona el caso de un asesino en serie, al que la prensa ha bautizado como “El leñador”. Lo menciona porque “El leñador” no es cuento nuevo. Hace años atacó en toda Inglaterra, descuartizó veintidós personas en treinta y seis meses de carrera. Luego desapareció. Según una nota del Cambridgeshire Times, firmada por una tal Maggie Gibbson, el cuerpo de un hombre menor de treinta, profesor y “niño genio” en Administración de Negocios, rebanado en rodajas con una precisión demencial, es obra de “El leñador”. En el mismo reportaje, Gibbson dice que “El leñador” nunca ha trabajado solo, que siempre ha habido alguien ayudándolo a localizar víctimas y borrar huellas. El hombre flaco de traje y sombrero le pregunta al conocido si recuerda algo más de la nota. El conocido dice que no, apenas la miró, el tercer hombre la había recortado y se la mostró la última vez que el conocido, sin haber sido invitado, se detuvo en el castillo del tercer hombre, para saludar. El hombre flaco de traje y sombrero sonríe y descubre que hacía mucho no sonreía de esa manera, como quien acaba de ganarse la lotería. El conocido pregunta si el hombre flaco de traje y sombrero tiene el número telefónico del tercer hombre. No. Tampoco lo quiere, o sí, pero preferiría no tenerlo, por si acaso. No puede evitarlo. Acaba teniendo el número escrito en una factura de la ferretería.




Camino a Cambridge, se detiene en una gasolinera, pide un té con leche y un sándwich de ensalada de pollo. Sin pensarlo demasiado, hace la llamada desde una cabina apretada que huele a cloro, junto a un refrigerador lleno de helados. Hablan. No mucho. Lo justo. El hombre flaco de traje en sombrero pregunta por la familia. Todo bien. El tercer hombre le pregunta si ya tiene familia. No, ese barco ya zarpó, no la tendré. El tercer hombre pregunta si se quedará mucho tiempo en Inglaterra. No, definitivamente no. El hombre flaco de traje y sombrero menciona el ejército y la vez que estuvieron juntos, una semana entera, vigilando un campamento enemigo. El tercer hombre dice que lo recuerda, no muy bien, pero tiene claro haber visto, muchas veces durante esa semana, la foto de la que ahora es su esposa. El hombre flaco se despide, y antes de colgar, dice no me creas si digo que soy tu amigo, algunas cosas nunca cambian. Los sé, responde, resignado y tranquilo, el tercer hombre. El hombre flaco de traje y sombrero sube a su auto, un Toyota Camry del 99, que le salió prácticamente gratis. En su mente dos palabras: Maggie Gibbson.



Esta es mi versión, personal y confianzuda, del tema “I Will Kill Again”, de Jarvis Cocker, quien fuera el líder de la banda inglesa Pulp. El track está incluido en su primer trabajo solista, “Jarvis”, aparecido a finales del 2006.

La letra:

Build yourself a castle (haste un castillo)
Keep your family safe from harm (mantén tu familia fuera de peligro)
Get into classical music (métete en la música clásica)
Raise rabbits on a farm (cría conejos en una granja)

Log on in the night time (entrada la noche)
Drink a half-bottle of wine (bebe la mitad de una botella de vino)
Buy a couple of records (compra un par de discos)
Look at naked girls from time to time (mira mujeres desnudas de vez en cuando)


And people tell me (y la gente me dice)
what a real nice guy you are (lo buen tipo que eres)
So come on, serenade me (dale, dame una serentata)
on your acoustic guitar (con tu guitarra acústica)


And don't believe me (y no me creas)
if I claim to be your friend (si digo que soy tu amigo)
'cos given half the chance (porque si me dan la mitad de una oportunidad)
I know that I will kill again (mataría de nuevo)
I will kill again


And wouldn't it be nice (¿no sería grandioso--)
for all the world to live in peace? (--si el mundo viviera en paz?)
And no-one gets ill or ever dies (y nadie se enfermara ni muriera)
or dies of boredom at the very least (o muriera de aburrimiento como mínimo)


And people tell me
what a real nice guy you are
So come on, serenade me
on your acoustic guitar


And don't believe me
if I claim to be your friend
'cos given half the chance
I know that I will kill again
I will kill again


I will kill again
I will kill again
I will kill again
I will kill again


5.20.2008

Es bueno ser Salvaje.

La sangre no miente, tampoco dice toda la verdad todo el tiempo. La sangre te jala, te acerca, y te repele como a un insecto que sólo quería un poco de sangre. La sangre busca y da presentimientos. La sangre es difícil de tolerar, de olvidar y de perdonar. La sangre es, a veces, lo único que tenemos. No lo peor. No lo mejor. Lo único. Eso que no te puedes quitar de encima así quieras, ni raspándote todo el cuerpo con una piedra afilada. Lo único. Lo último. The Savages es una película sobre la sangre.

Wendy (Laura Linney) y Jon (Philip Seymour Hoffman) Savage son hermanos, eso ya es mucho, para bien, para mal, es una condición. Su padre, un tipo abusivo por naturaleza, los abandonó a ellos y a su madre cuando eran pequeños. Años después, la madre sale a una cita y no vuelve jamás. Los Savage, que no eran más que dos niños perdidos en un juego de adultos inmaduros, se quedan solos, crecen solos, arrimados, hundidos, crecen porque tienen que hacerlo, no porque les resulte sencillo o lógico, y entonces se vuelven, en algún grado doméstico y destructivo (pero no irrepárable), salvajes.

Los encontramos adultos, grandes en la medida de lo posible. Ella es una profesora substituta que anda buscando becas que le permitan dedicarse al teatro, en rigor, a escribir una obra sobre dos niños abandonados por sus padres. El es un profesor de filosofía que enseña drama (algo de lo que sabe harto) a estudiantes de teatro y, al tiempo, prepara un libro sobre el humor negro en la obra de Bertolt Brecht. Ella sale con un hombre casado. El ha vivido con una mujer polaca durante tres años, la ama, pero no se casará con ella, ni siquiera ahora que la visa de la mujer ha expirado y el matrimonio, que tendría su buena parte de cariño, podría ser una solución. No. La polaca se marcha y Wendy sigue viendo al hombre casado. Los Savage no saben, nunca aprendieron, a vivir como Dios manda.


Los encontramos porque su padre, un anciano que sufre de demencia, y prácticamente los ha olvidado, se ha quedado viudo, sin hogar y le ha dado por escribir en el espejo del baño usando sus propias heces fecales. Los hijos tienen que hacerse cargo de su padre. De un padre que poco o nada se hizo cargo de ellos cuando tuvo que hacerlo. Sin embargo, a los hijos no les cabe ninguna duda: ése es su trabajo. De nuevo, la sangre. Mientras buscan asilo para el viejo, y se ven obligados a jugar a la familia por lo menos hasta que el padre muera, Wendy y Jon se conocen más que nunca, se voltean, se gritan, se critican, se sacan cosas en cara, en fin, tienen, por primera vez en mucho tiempo, que ser hermanos con todas las de la ley. Y ahí, esta cinta triunfa.

Harto diálogo. Porque si algo le ha hecho falta a estos hermanos, a esta familia, es eso, hablar. Todas las familias, ya lo sabemos, son disfuncionales. Una familia que funcione a la perfección no es una familia, es, acaso, un dictadura donde los tiranos han podido silenciar al resto. Los hermanos Savage, en sus cuarenta, están en la posición de crear un régimen, de inventar una nación. La familia, si se consigue, debe ser patria y bandera y no debe remitirse a una ubicación geográfica, ni someterse a estados de ánimo combustibles. Con todo eso, los chicos se portan a la altura. Los chicos lloran, pero se hacen cargo de sus lágrimas y, al final, sin querer, sin habérselo propuesto ni por un segundo es Lenny Savage, el viejo, el gran culpable, magistralmente interpretado por Philip Bosco, el link entre dos torrentes sanguíneos que provienen de la misma fuente. Los Savage bien podrían esperar en silencio la muerte de su padre, para luego no verse más que en e-mails navideños o cumpleañeros. Pero no. Toman al toro por los cuernos. Se miran a los ojos. Se rompen. No llegan a adorarse, no son almas gemelas. Consiguen, eso sí, aceptarse, algo que no muchos, cada vez menos, pueden hacer con gente de su misma sangre. Tarea nada fácil.


El tráiler.







5.15.2008

Este sábado 17 de mayo: Rock Pro-Guápulo.

Nada que ver con rock progresivo. Bueno, algo, porque va tocar Sal Y Mileto, la banda progre-core que con los años se transformó, irónicamente, y para bien, en grupo de culto masivo. Además, la banda que nos dio, para mal, la primera muerte trágica del rock nacional, la del cantante y guitarrista Paúl Segovia. Sal Y Mileto volvió con todo, dicen, todavía no los veo con la nueva formación, que incluye al afamado músico quiteño conocido como Lucho Pelucho. Sal Y Mileto continúa, las tragedias también.

Todos los ecuatorianos, vivamos donde vivamos, incluso los que viven fuera y se enteran del Ecuador por Skype, o en llamadas telefónicas marcadas desde cabinas europeas, sabemos que el invierno Ecuadro-08 fue una bestia implacable. Crisis. En la sierra y en la costa. Estado de emergencia. Alerta. Paranoia. Noticieros inundados con imágenes de gente braceando, desaparecidos atascados en los escombros, refugios, refugiados, camiones llenos de colchones, víveres, solidaridad genuina y publicitaria, solidaridad al fin y al cabo.

Guápulo, el barrio bohemio de Quito por excelencia, horas de vuelo y sobra de méritos, no se escapó de la furia climática. 80 personas perdieron sus casas. Estar sin casa es no estar en nada. Uno siempre cree que mientras tenga algo que se pueda llamar hogar, así haya que mantenerlo para sufrirlo, no se está tan mal o se podría estar peor. Cuando ya no tienes eso, ni siquiera sabes bien quién eres, ni cómo debería el mundo manejar tu nueva calidad de desamparado. Asumes que la gente tiene que ayudarte por inercia. Pero la inercia, aunque no parezca, no es una ciencia exacta y muchos, como se sabe, no nos involucramos hasta despertar flotando en un colchón que hasta hace poco estaba en una habitación cerrada.



Pues bien, las cosas están cambiando. Este sábado 17, en la pizzería-bar-cuna-del-rock Ananké, donde tantos desamparados hemos ido instrumentos en mano a reventar y reventarnos, (Camino de Orellana 781) se reúnen, nos reunimos, un puñado de bandas, unas más indie que otras, para tocar por y pro Guápulo. El cartel incluye: los ya mencionados Sal Y Mileto, Los nietos, de quien ya hemos hablado y vale repetirse las veces que sea, Arcabuz, la banda que se promociona como la cosecha de Hugo Idrovo y está en la obligación de ser harto más, Los Pescados, la banda en la que tengo el placer, y el trabajoso deber, de tocar la batería junto a Nelson Coral, un clásico guitar heroe, el aporte manabita, los relativamente nuevos La Treme y Perdido En Mi, dos sorpresas para catar, y los ya conocidos y fiesteros La Funk Familia. Siete bandas. Siete, el número de la suerte. Tres canciones por banda, tipo teletón, como lo vio en TV. Algo breve y sentido. Más que tocar, cuenta la oportunidad de dar la mano haciendo lo que uno mejor sabe hacer.

La entrada a este Live Aid criollo cuesta $4,00 dólares ecuatorianos. Mal que mal, el cambio con el dólar norteamericano sigue 1x1. Empieza a las 22h00. Corremos el riesgo de que la gente amanezca gastada después del concierto de Café Tacvba, la noche anterior. Pero esto es algo distinto, un compromiso, una amable obligación. Caigan, escuchen, canten, ayuden. Por que de alguna u otra o todas las formas, todos vivimos en Guápulo, así sea durante los lerdos segundos en los que uno abre los ojos con pavor y se pregunta, ¿dónde estoy? Ah, ya sé. Todo bien.

Acá unos links a los sitos de las bandas que pude encontrar, para que vallan calentando la garganta.

Sal Y Mileto:

http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendID=180791077

Los Nietos:

http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendid=92792425

Arcabuz:

http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendid=138821827

Los Pescados:

http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendid=141491004

Perdido En Mi:

http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendid=174974726

5.11.2008

Una banda llamada Perrosky

En el mundo en el que vivo, la primera pregunta que se le hace a un amigo que estaba de viaje y volvió es: ¿qué trajiste? Aclaremos que no se trata de la egoísta ¿qué ME trajiste? No. La pregunta a la que me refiero significa, básicamente, tres cosas: discos, libros y películas. El resto, las anécdotas, los recuerdos, los amores primaverales y hasta las tragedias turísticas, pueden esperar.

Hace un par de años, un amigo que regresaba de Chile me dijo, con los ojos más abiertos que nunca: TIENES que escuchar esto. Algo que no puede ni debe decirse así como así. Una frase que estamos en la obligación de usar con responsabilidad y madurez. Cuando le dices a alguien TIENES que escuchar esto, corres un riesgo y, si fallas, pierdes puntos en el ranking universal de los dealers de música, pierdes, digamos, una credibilidad sumamente difícil de recuperar. El amigo en cuestión puso un disco en su equipo, aplastó play y empezó a mover la cabeza hacia delante y hacia atrás, seguro de que más que música, me estaba regalando un momento. Y así fue, era la primera vez que escuchaba Perrosky, un dúo (batería y guitarra) de rock-folk-blues latinoamericano que, desde nuestro primer encuentro, se quedó con un lugar especial entre mi discografía virtual.

Tal vez se los hayan topado navegando en la web. En radios, por lo menos en el Ecuador, es prácticamente imposible acceder a proyectos como Perrosky. Por acá sólo llegan hits, en su mayoría desabridos, que han sonado hasta el cansancio en otros países. Esto me llama la atención. Digo, en tiempos en los que el mundo es cada vez más pequeño, donde uno sólo tiene que investigar un poco para conseguir lo que busca, las radios, o gran parte de las radios ecuatorianas, siguen rindiéndole cuentas a un establishment que tiene cada vez menos que ver con los seres humanos de carne y hueso. ¿Qué tiene que pasar para que las radios nacionales, finalmente, se arriesguen a proponer? No lo sé con exactitud, pero lo primero, de esto no me cabe duda alguna, es dejar de pensar que los ecuatorianos somos, en general, un pueblo mal educado e ignorante que no puede ver, ni oír, más allá de lo evidente.

En fin, volvamos a Perrosky. El dúo lo conforman los hermanos Álvaro (guitarra, harmónica, voz) y Alejandro Gómez (batería, coros), que tienen, junto a otros dos músicos, un proyecto paralelo llamado Guiso, que vendría a ser el primo íntegramente rockero de Perrosky. En 2002, Álvaro saca un disco como solista llamado “Añejo”. Dos años después, con sangre de su sangre a la batería, editan, como Perrosky y bajo su propio sello disquero Algo Records, el EP (corta duración) “Otra vez”, que dicho sea de paso, fue lo primero que escuché de ellos y, por lo tanto, la raíz de este post que florece años después de sembrada la raíz. Con “Otra vez”, Perrosky consigue un considerable éxito en la escena indie chilena. Entre una serie de bandas de rock-retro-post-cambio-de-milenio, onda Camión y The Ganjas, que existen a pesar de que para nuestras estaciones radiales no sea así, Perrosky le apuesta todo al blues clásico, al country y la música folklórica de su país. Perrosky se hace un sitio particular en la movida del nuevo rock chileno y, por tanto, sudamericano. El espacio que dejan libre, la manía de escribir lo menos posible y repetir versos hasta el cansancio, como los bluseros viejos, y poner la atmósfera de la banda por delante del protagonismo de sus integrantes, jugando a los ingenuos y aplicando maldad cuando hace falta, le dan al dúo eso que ninguna banda se puede dar el lujo de no tener: personalidad.
Entre 2006 y 2007, Perrosky lanza “El ritmo y la calle”, su primer álbum, con más de veinte tracks entre temas propiamente dichos y cortes sonoros de Santiago, a lo documental, pura calle. Con “El ritmo y la calle”, donde se encuentran, por ejemplo, Johnny Cash y Atahualpa Yupanqui, Perrosky se convierte en punta de lanza para toda una nueva camada de músicos latinoamericanos, los que hacen los demos en sus casas, a lo Low-Fi, sin compromisos, sin tener que ecualizarse para gustarle a todo el mundo.

Acá, dos de los cuatro temas de “Otra vez”.






Y el link a su myspace, donde pueden escuchar temas del álbum y ver un par de videos. ¡Aguante Perrosky!

http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendid=125946384

Si les gusta, acá pueden bajarse el disco "El ritmo y la calle".

http://www.portalnet.cl/comunidad/showthread.php?p=828626

5.07.2008

Síndrome Locked-In

Estás vivo, pero no puedes moverte. Respiras, piensas. Tu mente está intacta, la voz en off que suena en tu cabeza sigue tan lúcida como siempre, hace bromas y se divierte ensayando ironías, pero no puede salir de tu boca en forma de palabras. Puertas adentro, no has cambiado en lo absoluto. Puertas afuera, existes muy poco. Tienen que alimentarte por un tubo. Tienen que bañarte. Tienen que mover tu cuerpo para que no le salgan ronchas. Estás paralizado. El mundo, como lo conocías, se terminó en cuestión de segundos. Eso que llamabas vida se ve obligado a cambiar de nombre. Estás encerrado en tu cuerpo, como si alguien hubiese decidido que estás muerto sin tomarse la molestia de avisarte. Apagaron la luz, cerraron la puerta, pero no estás dormido, los monstruos siguen en el closet. Tienes el síndrome Locked-in.

Hace días vi una película que no me suelta, que vuelve a mí en todo lo que veo porque, desde que la vi, todo me recuerda a ella. Una película que me obliga a escribir y me hace sentir no digno de tan alto honor. Estoy hablando de “La escafandra y la mariposa” (Le Scaphandre et le papillon), dirigida por Julian Schnabel, un buen amigo, uno de mis mejores amigos, culpable de osadas maravillas como “Basquiat” y “Before Night Falls”. Un tipo de tan buen gusto que acaba de hacer un documental llamado “Lou Reed’s Berlin”, en el que el mismísimo Dr. Lou desmenuza una de sus obras maestras. “La escafandra y la mariposa” no es un documental, pero casi. Está basada en un libro de memorias que tienen más vida que cualquiera.

A los cuarenta y tres años, Jean-Dominique Bauby era feliz. Era el editor en jefe, en Francia, de la revista Elle. Su vida tenía el glamur de su publicación. Era un tipo ingenioso, gracioso, encantador, atractivo. Iba de paseo con su pequeño hijo, rumbo al teatro, en su lujoso auto nuevo, cuando le dio un ataque masivo que desconectó el link entre su cerebro y su médula. Despertó semanas después de un coma, hablando para adentro, presa del síndrome Locked-In. Todo lo que podía mover era su ojo izquierdo, o sea, podía parpadear. Una terapista desarrolló un alfabeto para que él pudiera comunicarse, no el clásico ABC, sino un ESA compuesto con las veintiséis letras más usadas del francés. La terapista recitaba al alfabeto en voz alta y Jean-Do (así le decimos sus amigos) parpadeaba cada vez que había escogido una letra. Así, de guiño en guiño, de letra en letra, escribió un libro de más de cien páginas, un libro que está entre los grandes de este tiempo y de todos los tiempos, como la película que hoy lo representa.

El 80% del film está contado con cámara subjetiva y voz en off. Es decir que casi todo el tiempo, estamos metidos en la cabeza de Jean-Do, enterándonos de su vida pasada, de su aterrador futuro, reconstruyendo con él sus sabores favoritos y sus sensaciones anheladas. La fotografió un gigante, el polaco Janusz Kaminski, famoso por sus trabajos con Steven Spielberg, querido por el ojo que le puso a Jerry Maguire e inexplicablemente inmiscuido en “Cool As Ice”, ese bodrio imperdonable protagonizado por el narcisista y tirado a rapero Vanilla Ice. El trabajo de Kaminsky en “La escafandra…” no tiene límites, ni pares, conmueve hasta las lágrimas, transporta, dice todo lo que hay que decir sobre un hombre encerrado en su cuerpo, y más.

Ver la película es urgente. Al día siguiente de haberla visto, todavía en shock, comencé el libro. Tengo la versión en inglés que conseguí en las tierras del norte. Esperemos que venga pronto, en español y en inglés y en francés, para todos. Creo que lo he subrayado entero. Tengo el impulso de transcribirlo íntegro. Estoy movido, si para algo debe servir el arte, es para eso, para movernos de donde estamos y ponernos en otro sitio. Capto que todos, o por lo menos yo y unos cuantos, tenemos, en alguna medida, el síndrome Locked-In. Cuando estamos rodeados de gente y no podemos conectar, cuando no podemos decirle algo clave a alguien clave, cuando tenemos la respuesta pero no la voluntad, estamos Locked-In.

Este es Jean Do.


Acá el primer párrafo del prólogo.

Through the frayed curtain at my window, a wan glow announces the break of day. My heels hurt, my head weighs a ton, and something like a giant invisible diving bell holds my whole body prisoner. My room emerges slowly from the gloom. I linger over every item: photos of loved ones, my children’s drawings, posters, the little tin cyclist sent by a friend the day before the Paris-Roubaix bike race, and the IV pole hanging over the bed where I have been confined these past six months, like a hermit crab dug into his rock.

Y un par de pasajes que no pude resistir la tentación de transcribir.

All that is known is that if the nervous system makes up its mind to start working again, it does so at the speed of a hair growing from the base of the brain. So it is likely that several years will go by before I can expect to wiggle my toes.

But for now, I would be the happiest of men if I could just swallow the overflow of saliva that endlessly floods my mouth.

Yet all these lofty protections are merely clay ramparts, walls of sand, Maginot lines, compared to the small prayer my daughter, Céleste, sends up to her Lord every evening before she closes her eyes. Since we fall asleep at roughly the same hour, I set out for the kingdom of slumber with this wonderful talisman, which shields me from all harm.

Like the bath, my old clothes could easily bring back poignant, painful memories. But I see in the clothing a symbol of continuing life. And proof that I still want to be myself. If I must drool, I may as well drool on cashmere.

SAY NO MORE.

Acá el trailer.

5.02.2008

Llegó El Pasado, y no está bien.


Originalmente, planeaba escribir sobre lo vivible que se vuelve Quito cuando buena parte de sus habitantes están fuera. Quito B Vs. Quito A. Impresionante cómo le cambia la cara a una ciudad que, entre neblina y smog, casi nunca se deja ver el rostro. Las calles parecen más grandes, los parques más verdes y la gente más gente. De pronto, el mundo es amable, te deja respirar, los restaurantes no están llenos y no necesitas una hora de tránsito para llegar de un lugar a otro. Las horas son más largas, hay más tiempo para vivir y menos preocupación por sobrevivir.

En eso estaba, feliz en mi ciudad vacía, casi exclusiva para mí y otros elegidos, cuando el rabillo del ojo, que es más cinéfilo que uno, alcanzó a ver una película que estaba esperando desde hace mucho: El Pasado, basada en la cada vez más grande novela homónima del escritor argentino Alan Pauls.

Hace meses, ya no recuerdo cuántos, escribí un post dedicado a defender la novela, no porque le haga falta que yo abogue por ella, sino que, al enterarme de la incipiente adaptación cinematográfica, sabía que su reputación estaría en juego. En el Ecuador pasa mucho, la gente ve una mala película y asume, irónicamente a ciegas, que la novela en la que está basada es, también, un adefesio. Pues no, esa no es una regla ni mucho menos.



El Pasado, la película, fue dirigida por Héctor Babenco, un tipo respetable en la medida de lo posible. Adaptó, en el 85, “El beso de la mujer araña”, y no lo hizo mal (aunque después de ver El Pasado, creo que lo correcto sería volver a verla antes de mencionarla como referencia). Y en 2003 estrenó la exitosa “Carandirú”, que de pronto jala mucho para el lado de lo “social”, pero se deja ver. Hay que entender que lo “social” no es siempre cinematográfico.

Ahora bien, compré la película, emocionado como un niño y, al mismo tiempo, amargado como un viejo. Me repetí varias veces, “No puede estar bien, es imposible adaptar El Pasado y salir ganando, la vas a odiar, te vas a arrepentir, mejor no”. Puse play y, como dice esa canción tan mala que es buena: todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de mí. Gael García Bernal y Analía Couceyro están en los papeles principales. El tiene sus momentos, pero su esfuerzo no logra salvar al barco. Ella es simplemente insoportable, recita todas sus líneas, habla de lejos, se cree mejor de lo que es y sobreactúa más de la cuenta. Es una pena. Juré que este blog no calumniaría a nadie en particular. Así que acá me detengo. Si tienen ánimo, vean la película y juzguen por ustedes mismos, que es, después de todo, la mejor y la única forma de juzgar con propiedad.

Mi punto, hoy, es el mismo de hace meses: hay que leer El Pasado. Tiene más de quinientas páginas y demanda mucha colaboración del lector, pero es una experiencia inolvidable. El plot es sencillo: tras doce años de relación, Rímini y Sofía deciden terminar. El resto es, en palabras del mismo Alan Pauls (lo dice en la entrevista del Making Of, lejos, lo mejor del DVD), “mostrar al amor como la pesadilla más horrenda que pueden tener los personajes, sin que ellos se den cuenta”.