6.30.2008

The End


Se acabó el Eurocine en Quito. Fue un mes intenso. Lleno de sorpresas y esfuerzos. Me queda un buen sabor de boca. No vi todo lo que quise ver ni quise ver todo lo que vi. No pude dedicarme exclusivamente al festival, que hubiese sido lo ideal (las death lines de este negocio son implacables: si no entregas, no se imprime). Pero ese era el dato. Ver todo lo que se pudiera y mantener una vida profesional y personal on the side. Entrar a las salas casi a ciegas, con el catálogo de reseñas institucionales en mano y a veces ni eso, cerrar la boca y abrir los ojos. Bien.

Me queda claro que el Eurocine es otro canal, otra ciudad, que las cosas que son importantes ahí dentro poco importan afuera, y viceversa, que estando ahí adentro te pones la piel de otro y puedes llegar a pasarla mejor con tu esqueleto disfrazado. El festival es un lujo que deberíamos darnos todos los cinéfilos por lo menos una vez en la vida. Es como una clase, un taller, un seminario, donde lo más importante es aprender a tomarle el pulso a las películas. Ese mismo pulso tiene la gente que hace esas películas y mucha de la gente que vive en los países donde se ruedan estos rollos. Hoy siento que he vuelto de un viaje más o menos largo y me toca desempacar. Revisar los post de este ajetreado mes de junio es ver las postales del recorrido, que pudo ser más extenso, sí, pero no ha sido corto. Pasé un mes de intercambio, escuchando otros idiomas, otras músicas, otras formas de comer, dormir, pelear, fumar, beber y hacer el amor. Tengo amigos nuevos y he vuelto a tomar contacto con amigos clásicos que no veía desde mis años estudiando cine. Estoy contento. Algo ha cambiado, para bien, para mejor, para abrirme la cabeza. De pronto debieron haber sido menos películas en igual cantidad de días, para poder verlas todas y, si existe el ánimo, repetir alguna. De pronto la selección cae un poco cuando son las embajadas las encargadas de designar a sus representantes. En este sentido, la embajada significa un riesgo, un (posible) querer quedar bien con todo el mundo. No lo sé, no tengo la certeza, sólo la sospecha. Sé que el próximo año estaré pendiente a la programación del festival, y eso ya es mucho, harto.

Los europeos viven de otra forma y, en consecuencia, filman de otra forma todo lo que filman. Más diálogo, menos acrobacia. Más reflexión, menos acción. Más pensar todo lo que se dice y menos decir todo lo que se piensa. Tratándose de ciertas cintas, estoy seguro, todo lo que se dice y se piensa es exclusivamente cuestión de autor, sin ningún tipo de edición o censura. La libertad, como sabemos, es un arma de doble filo. Tratándose de cine, a ratos, uno piensa “esta nota sólo le gusta al man que la hizo”, y si bien no siempre es verdad, seguramente sucede más de lo que uno se imagina. Aquí el doble filo. Por un lado, es inspirador ver películas que de tanta personalidad se tornan incomprensibles. Uno dice “qué bacán, hizo la película que le dio la gana, esa es”. Pero aquella admiración por el libertinaje creativo, por los huevos que directores, actores, escritores, productores y personal en general ponen sobre la mesa, no siempre se traduce en placer de butaca. Se puede admirar la valentía del proceso y no necesariamente admirar el producto final. Se puede ser fan de Woody Allen, como yo, y apreciar sí, su obra, pero sobre todo su obstinación, su capricho de hacer una película por año llueve, truene o relampaguee. El cine europeo está lleno de esos caprichos. Como que su meta es verle la quinta pata al gato. Y me alegro de que un continente entero esté en eso.

Estoy muy agradecido con la gente que me invitó, sobre todo con Mariana Andrade, Christian León y Analía Beler. Y también estoy muy agradecido con la gente que fue a ver las películas, que le hizo al Eurocine lo que en argentino se denomina El Aguante. Vuelvo a mi vida. Una vida diferente, por suerte.

Esta semana descanso, creo que lo merezco y si no lo merezco igual, descanso. Nos vemos el lunes 7 de julio.

Nos veremos... en un momenTO.


6.27.2008

27-06-08


Mi noche con Maud (Ma nuit chez Maud)
Francia / 1969 / 100 min.
Escrita y dirigida por: Eric Rhomer.


El mismo Eric Rhomer de La rodilla de Claire, que casi me vence pero me acabó gustando. En general, también la misma fórmula: muchos pero muchos diálogos inteligentes (líneas a las que por muy poco, no se les va la mano) y pocos pero pocos movimientos de cámara. A Rhomer, definitivamente, le gusta que la gente hable en sus películas mientras, claro, no digan tonterías. Y no las dicen. A veces mandan máximas que suenan demasiado a guión como para tener vida propia, pero siempre, al final, salvan.

Mi noche con Maud es algo así como una comedia. No es completamente una comedia, no te ríes de principio a fin ni nada por el estilo, sin embargo, queda clara la ironía, el gusto por poner en jaque posiciones que se debaten entre lo moral y lo ridículamente moral. Tenemos a un treintañero católico, correcto en la medida de lo posible, un tanto rayado en su dato puritano, que al salir de una misa encuentra, por casualidad, a quien cree será la mujer de su vida. No sabe quién es, cómo se llama, dónde vive. Sabe, sí, que la volverá a encontrar porque simplemente no puede ser de otra manera. Nosotros también lo sabemos porque, de otra manera, no habría película. El treintañero Jean-Louis calcula las probabilidades de ese encuentro con su amigo Vidal, entregado al marxismo y a la libertad del deseo. Esa noche, Vidal invita a Jean-Louis a pasar una noche en casa de Maud, con quien Vidal mantiene una relación ambigua, de esas que se sostienen en esporádicos encuentros socio sexuales. Maud es el diablo. Al lado de Jean-Louis, Maud es el diablo. Está divorciada, cuando estaba casada tenía un amante y su esposo una querida, tiene una hija pequeña, su cama en la sala, junto al comedor, y es una mujer hermosa por donde se la mire. Vidal se embriaga y se va. Jean-Louis se queda y Maud lo invita a dormir con ella. Jesús frente a la tentación, frente a una María Magdalena sesentera y francesa. Sin duda, lo mejor de la película sucede en esa cama-comedor. Una gran conversación, ágil, ingeniosa, graciosa, que desviste a las personajes y, por lo tanto, intenta quitarle la ropa al espectador (conmigo llegó a segunda base).

Luego, la peli vuelve al ritmo Rhomer, un ritmo que para entonces hemos agarrado o simplemente desechado. Lo agarré o creo que lo agarré. A Jean-Louis se le concede un milagro que acaso y sea producto de su fe. Su objeto de deseo, que se parece a él pero tiene lo que los cristianos de extrema dura llamarían manchas. El caso es que encuentra al amor de su vida y se queda con ella, se casan, tienen un hijo y años más tarde, en la playa, encuentran a Maud. Las cosas se resuelven muy a lo Rhomer. Los personajes terminan haciendo lo correcto, tal vez sin pensarlo, tal vez sin quererlo, muy probablemente, creyendo que no lo han hecho.

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6.26.2008

26-06-08


Los amantes asiduos (Les amants reguliers)
Francia / 2005 / 178 min.
Escrita por: Philippe Garrel, Marc Cholodenko, Arlette Langmann
Dirigida por: Philippe Garrel.


Tres horas. Blanco y negro. Jóvenes. Mayo del 68. Revolución frustrada. Una película que se hizo hace apenas tres años y tiene el look de un documental rodado el mismo 68. Empezando con lo técnico y con el lado fotográfico, esta cinta está llena de méritos. Si el personaje principal no estuviese en las carnes de Louis Garrel (uno de los soñadores en The Dreamers, la versión de mayo del 68 de Bernardo Bertolucci), habría jurado que la película venía al Eurocine directamente desde hace cuarenta años y que, para ser tan vieja, la copia proyectada estaba en excelentes condiciones.

Tres horas. Detalle importante en la era de los comprimidos y especialmente en un día de semana. Tres horas en una misma butaca, en la obligación de ejecutar limitados movimientos de estiramiento corporal. No sé cuándo fue la última vez que vi una peli tan larga (creo que fue Zodiac, de David Fincher, dicho sea de paso, una de las primeras joyas del cine en el siglo XXI), pero estoy seguro de que recordaré Los amantes asiduos sin mayor esfuerzo, con gusto. Tres horas. Blanco y negro. Magia. Cine puro y duro. Tenemos a un chico de veinte años dispuesto a cambiar el mundo. Revueltas. Autos incendiados. Policías mercenarios. Bombas molotov. Muy temprano, la revolución se va al carajo y uno de los personajes secundarios pregunta, en un despliegue de lucidez, si les toca hacer la revolución para el proletariado o a pesar de él. Nuestro personaje principal queda en un limbo cómodo y mortal. Cómodo porque lo comparte con una chica de la cual está enamorado y con un grupo de amigos que bailan, pintan, combaten un sistema al que se integrarán tarde o temprano y fuman opio. Mortal porque nuestro personaje principal, que es poeta pero no quiere publicar porque piensa que publicar sería traicionar algo que no sabe exactamente qué es, tras quedarse sin revolución, no sabe qué hacer.

No sé si habrá algo peor que dedicarle o querer dedicarle la vida a algo y descubrir que ese algo no es lo que se espera. Pienso en Kurt Cobain dándose cuenta de que el rock, que él pensaba lo salvaría, no alcanzaba. El caso es que nuestro personaje principal dilata su vida escribiendo, amando, fumando, absolutamente chiro. Su vida entre paréntesis, cabe recalcar. Y la película va de su mano, está a sus pies, y francamente hay que ser una obra maestra para sustentar tres horas de conversaciones intelectualoides entre silencios prolongados. Tres horas. No puedo dejar el tema tiempo. Los amantes asiduos hace lo imposible: seguir durante 178 minutos la vida de un tipo que rebota entre los callejones de su desubicación. El show debe continuar. De hecho, tras mayo del 68, el mundo continuó. Así, quienes rodean a nuestro personaje principal continúan, unos más temprano que otros, pero todos, finalmente, arman sus revoluciones individuales pro mundo mejor (esto, confieso, lo intuyo, es la sensación que tengo). Todos menos uno, el nuestro, el principal, que para estos efectos vendríamos a ser nosotros. A este poeta de veinte años el norte se le viene abajo, el sur se le pierde, el este y el oeste se le esconden. Un guión imposible de escribir. Una cinta imposible de montar. Unas acciones imposibles de dirigir. Una película imposible. Cine con cámara invisible, como corresponde.

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6.24.2008

24-06-08

Todo de venta (Wszystko na Sprzedaz)
Polonia / 1969 / 94 min.
Escrita y dirigida por: Andrzej Wajda.


La vi ayer y no entendí mucho o creo que entendí poco o entendí lo que puede entender o me quedé con lo que quise entender. En todo caso, algo me pasó, algo pasó por mí y me superó. No me impactó, más bien, me mareó, me confundió, me obligó a prestarle atención, a entregarme a ella. Y no fue fácil.

Leyendo sobre Andrzej Wajda (1926), el director, alcanzo a intuir ciertos detalles. El padre de Wajda murió a principios de la Segunda Guerra Mundial, y el mismo Wajda peleó contra los nazis, siendo aun adolescente, en esa misma guerra. O sea que de saber combatir, sabe. A su regreso del campo de batalla, estudió pintura. En 1955 hizo la película A Generation usando como alter ego al actor
Zbigniew Cybulski. Wajda y Cybulski trabajaron juntos varias veces, en el dato Scorsese-De Niro o, para actualizarnos, Scorsese-DiCaprio. Cybulski murió en 1967 y Wajda, para poder seguir con su vida, hizo una película al respecto, hizo esta película (lo que me recuerda a la trama de Identificación de una mujer, el film de Antonioni que reseñé hace poco).

Todo empieza, y termina, en un set de filmación, jugando con la idea de que la vida es una película y el mundo un set. Un director hace una película sobre sus amigos, sobre su gente, y se entromete hasta ser insoportable. Por eso, esta película, también como la vida, tiene partes que no apoyan a la estructura narrativa en lo absoluto (o sí, porque el norte es difuso, casi subjetivo), partes que podrían estar en cualquier otra película, en cualquier otra vida. Todo se justifica cuando el actor principal, que ha estado desaparecido durante días, muere trágicamente, de la misma forma en que se suponía moriría en la película, una muerte de guión. Aquí lo mejor, una escena en que, como en un entierro, los deudos del actor, es decir el equipo de producción, van de negro funeral siguiendo unas latas de película que descansan sobre un dolly (el carrito que se pone sobre rieles para ejecutar ciertos movimientos de cámara). En esas latas, hay material del difunto, y esa proyección es la velación y casi me vuelo loco cuando caché lo que pasaba.

No encontrarán calificación al final de este texto, sería imposible e irrespetuoso e inmoral. Ayer, pro primera vez desde que estoy metido en el Eurocine, vi a alguien levantarse de su butaca y salir de la sala antes de que terminara la película. No me extrañó, en lo absoluto. Esta cinta es para los que la quieran ver. Hoy, con más datos a la mano, quisiera verla de nuevo o hablar con alguien al sobre el asunto o escuchar cómo la entendieron los demás. Yo me quedo con esto: un director de verdad hace una película sobre un director de mentira que hace una película con un actor de mentira que muere de mentira y de verdad pero está basado en la muerte de un actor de verdad que murió de verdad en la vida del director de verdad. La hace porque su vida sólo puede darse a través de las películas, porque tiene el control sobre sus cintas, mas no sobre su vida.


6.21.2008

Un pequeño break salsero.

Estoy fuera de Quito, lejos del Eurocine. No podré seguir con mi cobertura del festival hasta el lunes o el martes.

Aprovecho este break cinéfilo para hacer algo que tenía ganas de hacer hace rato. Acá el link a una crónica que escribí a principios de año, llamada “Yo también soy El Cantante”. Es la historia de Freddy Barberán, un guayaquileño conocido como el imitador oficial de Héctor Lavoe en el Ecuador. Desde que lo entrevisté, supe que esto era importante. Barberán es uno de esos personajes que me han hecho enamorarme de a poco del periodismo. Francamente, no sé cuánto más me dure esto de ser “cronista” (aunque, en rigor, un buen escritor de ficción tiene que ser buen cronista, la vida es una crónica, ¿no?), tal vez acabe a fin de año, tal vez, no acabe nunca. Entré en este negocio de la “prensa” porque necesitaba ganar dinero escribiendo. Pensaba que era temporal y que iba a pasar totalmente desapercibido. Ni he ganado mucho dinero ni he pasado tan desapercibido. Pero bien, todo bien. Ahora sé que el periodismo es el mejor alimento para la ficción y que la cancha de periódicos y revistas es harto más grande e intensa de lo que pensaba.

La crónica se publicó en la revista SoHo-Ecuador y ahora sale en la web de SoHo-Colombia. Y nada. Muy contento de que los colombianos la hayan puesto en su web y gente de otras ciudades, de otros países, la esté leyendo y comentando.

Señoras y señores, con ustedes Freddy Barberán.



6.19.2008

19-06-08


El Niño (L’Enfant)
Bélgica / 2005 / 100 min.
Escrita y dirigida por: Jean-Pierre & Luc Dardene.


Esta es, simplemente, una película perfecta. Reseñarla, comentarla, tratar de venderla por esta vía, todo aquello sería una pérdida de tiempo. Esta es una de esas que HAY que ver, punto. Además, no creo tener palabras que estén a la altura del sujeto en cuestión. La vi hace unos meses, de una manera que en estos días de Eurocine podríamos llamar independiente. En mi laptop, metido en la cama, el edredón cubriéndome las piernas y la máquina calentando su lado del colchón. Ahí, donde uno descubre o se rinde al sueño, vi una de las mejores películas que he visto en mi vida.

La trama parte de hechos bastante simples: una pareja de adolescentes, marginados, marginales, que acaso no serán jamás parte de la sociedad propiamente dicha. Acaban de tener un hijo. El es mayor que ella. Ella es más madura que él. El es un delincuente de poca monta, un ratero callejero que no pasa de asaltos menores. Ella es una madre debutante encantada con su crío. Como viven del día, de lo que él mal pueda conseguir, tienen sus altos y bajos. Se quieren. Se quieren mucho. Eso no hay quién lo dude. Tienen buena química y cuando ambos están jugando, como niños enamorados sin saber qué es el amor, a uno le dan ganas de tener una relación justo como esa, en la que las cosas pequeñas provoquen grandes alegrías. A veces les toca dormir en refugios y comer pan duro. Una de esas noches, él, que se llama Bruno (un actor con mucho futuro que responde al nombre de Jérémie Reiner) escucha en un bar que en el mercado negro se consigue buen dinero traficando con niños recién nacidos, que luego serán dados en adopción a un precio mucho más alto. Es decir, el precio de la criatura que se paga a los fabricantes, que en este caso vendrían a ser Bruno y ella, que se llama Sonia (la misma Déborah François que nos estremeció en La cambiadora de páginas), es menor al que paga el cliente final, que vendría a ser el futuro padre del bebé. Y claro, Bruno ve un chance, y lo toma. Vende a su primer hijo, pensando que no ha hecho nada grave, pensando que podrán tener otro cuando se les antoje, que el dinero no les viene nada mal, pensando hasta donde su adolescencia prolongada le permite pensar. Sonia se vuelve loca o casi loca, pierde la cabeza, pierde la cordura, lo pierde todo, y termina en la cama de un hospital. Recién entonces, Bruno se da cuenta de lo que ha hecho, y en su intento por enmendar la situación, cae en un pozo que tal vez no tenga fondo.

Sin duda, uno de los platos fuertes del festival. Una cinta que, técnicamente, puede enseñar de todo: dirección, guión, montaje, fotografía, actuación. Un film que sentimentalmente las gana todas, cargado de sentimientos sin caer si quiera cerca del sentimentalismo y la cursilería. Desde que la vi, L’Enfant me acompaña, va conmigo donde sea que vaya. Cuando la gente me pregunta qué vi últimamente que me movió el piso, tengo la respuesta clarísima. Ahora, quiero ver todo lo que hayan hecho estos hermanos Dardene. Si algo te regala una película, más aún, un festival de cine, son las ganas de seguir mirando hacia delante, siempre hacia delante.

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6.18.2008

17-06-08



Happy Family (En Beetje verliefd)
Países Bajos / 2006 / 82 min.
Escrita por: Maartenn Lebens.
Dirigida por: Martin Koolhoven


Comedia ligera, light, hasta cursi, pero genuinamente graciosa y refrescante dentro de la programación del Eurocine. Una película como para ver un domingo sin deberes. Una cinta de esas que se encuentran en el cable, por obra y gracia del zapping, cuando uno no está buscando nada en particular y se queda con lo primero que le llama ligeramente la atención. En pocas, un film para matar el tiempo cuando no hay nada mejor que hacer con el. Y solo Dios sabe cuánto necesitamos de estas películas tipo entretenimiento a bordo.

Thijs Oldenburg tiene sesenta años, un pequeño huerto donde cultiva y cosecha jugosos tomates, dos hijas, un yerno, un nieto que fuma marihuana todo el día y una flamante novia que lleva a cuestas cuatro divorcios y medio. Thijs está feliz con su nueva compañera, sus hijas, no tanto. La madre de las hermanas rubias muy rubias murió hace apenas seis meses y ellas creen que lo correcto, por parte de su padre, sería guardar respetuoso luto por un largo tiempo. Pero Thijs y Jackie (que sueña con ir a Estados Unidos y ama a Jackie Kennedy), la otra parte de este romance, saben que a estas alturas del partido el tiempo es oro y no piensan desaprovechar ni un segundo, así esto signifique poner en riesgo el ritmo cardiaco y comprar pastillas azules para estar a la altura de la lujuria.

El mismo Thijs le confiesa a sus hijas que el matrimonio con su difunta esposa fue, ante todo, un convenio, un acuerdo entre padres de familia, uno de esos compromisos que uno adquiere pensando que en esta vida hay que hacer lo correcto y no lo que uno quiere hacer. Las hijas, se escandalizan, casi se desmayan. Thijs sigue adelante, como corresponde, es todo un héroe que se da el tiempo para aprender a bailar con su pareja y enseñarle tácticas de lucha a su nieto. El nieto, otro romántico, tendrá que pelear en formato lucha turca (el cuerpo bañado en aceite de oliva) por el amor de su novia.

Y así, una serie de eventos que cuando no son totalmente cómicos, cumplen con parecer reales y contribuyen al desarrollo de una historia que no será la más profunda del mundo, pero se siente cercana por varios flancos. En estos tiempos llenos de divorcios, donde lo más probable es que nos toque seguir buscando media naranja hasta el final de nuestros días, cintas como esta resultan alentadoras. Hay una esperanza, un amor apasionado y moderno y de tercera edad que no es necesariamente El amor en los tiempos del cólera. Bien por esta peli que se juega sin mayores pretensiones y consigue todo lo que busca y hasta más.


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6.17.2008

16-06-08


Un asunto de mujeres (Une affaire de femmes)
Francia / 1988 / 100 min.
Escrita por: Claude Chabrol & Colo Tavernier O’Hagan
Dirigida por: Claude Chabrol

Me dice el Internet (la bola de cristal de nuestros días) que Claude Chabrol fue también colaborador y crítico de la prestigiosa revista Cahiers du cinéma, que escribió extensos e importantes ensayos sobre Alfred Hitchcock en compañía de Eric Rohmer (director de La rodilla de Claire) y que tras heredar una cantidad nada despreciable, invirtió sus nuevas riquezas en sus películas y en las de sus amigos. Admirable la actitud de este hombre, que en vez de comprarse un castillo y vivir como un Playboy viajando alrededor del mundo, financió sus producciones y las de sus panas.

La carrera de realizador de Chabrol comienza a finales de los cincuenta. Un asunto de mujeres se rueda exactamente treinta años después del debut como director de Chabrol. Se nota a leguas que esta cinta viene de un tipo con años en el taller, que conoce la carpintería y se toma los riesgos propios de quien ha acumulado kilometraje con los años. El personaje principal se llama Marie y está en las carnes de Isabelle Huppert, la misma que a comienzos del siglo XXI vino al Ecuador como protagonista de La profesora de piano (dirigida por Michael Haneke). Aquella vez, a quienes la vimos en cine, la actuación de Huppert nos desbarató, nos desarmó y de tan fuerte nos noqueó. Recuerdo que no pocos salieron asqueados o, como mínimo, confundidos y ofendidos en alguna medida inconfesable. No era para menos, ahora, tampoco lo es.

Marie tiene dos hijos pequeños y vive en un pequeño pueblo en los tiempos de la ocupación nazi. Es pobre. Su esposo ha estado en combate y al volver no encuentra trabajo. Para nivelar en algo la apretada situación económica en que se encuentran ella y su familia, Marie presta un servicio: ayuda a mujeres que acarrean embarazos no deseados a volver a la normalidad. Algunas de sus pacientes han sido violadas por soldados alemanes, otras, simplemente metieron la pata. Recordemos que estamos en 1943 y esta práctica es vista como un crimen. Ahora bien, como todos, una vez que Marie consigue algo de dinero, quiere más. Entonces alquila una habitación de su piso para que Lulu, su amiga prostituta, ejecute ahí su vocación. Las penas con pan son menos, dice la gente, y tiene razón. De pronto, aunque la vida de Marie no es perfecta, se deja vivir, y se disfruta. Ella atraviesa por un momento que pensaba la existencia le negaría para siempre. Tal vez no de la forma correcta, tal vez no con sobra de méritos, tal vez pensando que el fin justifica los medios, pero gozando de esta, la única oportunidad que tiene de ser feliz en este mundo.

Como nada dura para siempre, y ya lo cantó José José: hasta la belleza cansa, Marie terminará condenada por una sociedad hipócrita y mercenaria que trata de limpiar sus propias culpas degollando a otros. Una película dura, en la que toca poner de parte. Una actuación merecedora de laureles para una historia que, al final, habla de ética, del momento en que ponemos nuestra felicidad delante de todo y de todos.

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6.16.2008

15-06-08


Das Fräulein
Suiza / 2006 / 81 min.
Escrita y dirigida por: Andrea Staka.

Si este festival tuviese, al final, una ceremonia de premiación que contara con la presencia de actores, directores, escritores, fotógrafos y demás protagonistas del evento, estoy seguro que, desde ya, los nombres Mirjana Karanovic y Marija Skaricic estarían sonando con fuerza para la categoría mejor actriz. Las interpretaciones de Karanovic (1957) y Skaricic (1977), que comparten el peso dramático en “Das Fräulein”, están entre lo mejor que ha traído este Eurocine al Ecuador.

La vi ayer, domingo. La ciudad estaba prácticamente vacía. Las calles deshabitadas, las veredas desnudas, creo que hasta vi una bola de paja rodando por la avenida González Suárez, cerca de la bajada a Guápulo. Normal, era día de fútbol y el fútbol ecuatoriano está atravesando uno de sus mejores momentos (lo digo de manera general, pues de fútbol entiendo muy poco, eso sí, es más objetivo que el cine y que cualquier arte, porque en el fútbol el mejor es el que hace más goles, acumula más puntos, y pare de contar). Para colmo, la peli arrancaba a la misma hora que el encuentro con la selección de Argentina. Pensaba que sería el único asistente a la función. Nada que ver. El Eurocine sigue dando sorpresas y cultivando un público fiel. Segundos antes de que empezara la película pensé en una de las frases insignes de Charly García, “Este es el Aguante”, lo que en francés, por ejemplo, vendría a ser “La Résistance”.

Ahora sí, a la peli en cuestión. Historia de inmigrantes. Ruza (Karanovic) salió de su Serbia natal hace años y se estableció en Zurich. Técnicamente hablando, le ha ido bien. No es millonaria ni mucho menos, no se ha mezclado con la high, pero tiene un negocio que rige con tono militar y no se encuentra en aprietos de ningún tipo, a menos, claro, que llamemos estar en aprietos al llevar una vida sumamente, desesperadamente, aburrida y monótona. Ana (Skaricic) acaba de llegar a Zurich desde Sarajevo, todos le preguntan por la guerra, cómo era esa guerra que se transmitió por capítulos en televisión, cómo se sobrevive a una guerra. Ana está harta de esas preguntas. Entre Ruza y Ana hay veinte años de diferencia. Hay, también, una ecuación temporal de resultados disímiles. Llegado el momento, Ruza, que al principio parece hermética, le confiesa a Ana que ella también fue así, libre, despreocupada, jugada, preocupada nada más que por el instante en curso. Y ese momento que llega es clave, Ruza se da cuenta de que le debe algo mejor a esa chica que alguna vez fue, y Ana descubre, aunque no quiera, que este ritmo de vida que lleva no podrá seguir para siempre. Y eso, a grandes pero definitivos rasgos, es todo lo que pasa en “Das Fräulein”. Mediante algo que podríamos llamar variación del cuento de navidad del señor Scrooge, estas dos mujeres, pasado y presente, reflexionan sobre lo que han decidido hacer con sus vidas… y de paso, nos ponen frente al espejo y esperan una respuesta de nuestra parte.

Una película pequeña y sentida, chiquita y querida, casi una película en corto. Efectiva e inteligente, que tiene un sabor a confesión y te deja con un after taste liberador, esa misma sensación que producen en el cuerpo los alimentos saludables.

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6.15.2008

14-06-08


Identificación de una mujer (Identificazione di una donna)
Italia-Francia / 1982 / 128 min.
Escrita por: Gérard Brach & Michelangelo Antonioni
Dirigida por: Michelangelo Antonioni


Minutos antes de que se abriesen las puertas de la sala, una fila de gente, edades, acentos y looks, aguardaba en silencio. El ansia general se sentía en el aire y, con esfuerzo, podía tocarse. Me pregunté si todos los que estábamos ahí éramos fans de Michelangelo Antonioni (1912-2007), si lo hacíamos por cultura general o por mantener en pie un personaje culto y de paladar refinado. Pensar demasiado puede meterte en problemas. En este caso, por ejemplo, mis cavilaciones estaban muy pero muy de más. Qué importa. A quién le importa. Si un grupo de personas que podrían estar haciendo cualquier otra cosa, se da el tiempo para llegar al cine temprano, con la esperanza de un momento inolvidable o un recuerdo insuperable, no estamos tan mal.

La copia, venida de Venezuela, suena como un disco de vinilo y está rayada, pero se deja ver y además le da un toque retro a toda la proyección. Como si ver la película fuera parte de una película coral en la que todos somos personajes secundarios y el film, protagonista. Me emocioné desde la secuencia de créditos. Ver Antonioni en pantalla grande es un lujo y un placer. Letras blancas sobre el piso de un edificio de apartamentos, se iban sucediendo sobre música más setentas que ochentas. De pronto apareció el nombre del director de fotografía, Carlo Di Palma (1925-2004), un tipo al que conozco bien y aprecio harto por haber acompañado a Woody Allen en más de diez películas. Acabados los créditos, la cámara, que muestra el tapete donde se cepillan las suelas de los zapatos, levanta su mirada y entra Niccolo, el personaje principal, un cineasta separado de su mujer en busca de su nueva película, en busca, realmente, de un link entre la vida que tenía junto a su esposa y la soledad que tiene ahora y, también, un puente que le permita continuar. Niccolo piensa que si puede hacer otra película, podrá seguir existiendo. No sabe de qué irá exactamente su próximo film, pero siente, intuye, que girará alrededor de una mujer o que tendrá una esencia femenina. Queda claro que Antonioni quiso explicar desde un principio el recorrido del tour.

En una pared de su estudio, Niccolo pega rostros de mujeres que recorta de revistas, periódicos y todo tipo de material impreso. Cree que un rostro le ayudará a definir el resto de la estructura. Por algún lado hay que empezar y ya que caras vemos, corazones no sabemos, qué mejor que rastrear un perfil que se preste para las fantasías necesarias. Temprano, Niccolo conoce a una mujer con la que empieza una relación complicada, cercada por la oscuridad y generosamente apasionada. Este es la línea donde debo decir que las escenas de sexo de esta película están construidas con algo que no puede ser sino conocimiento de causa y de oficio. Los planos son perfectos, los cortes (el mismo Antonioni hizo el montaje) son perfectos, los tiempos son perfectos y las proporciones de luz son también perfectas.

Pero como nadie es perfecto, y menos perfectos deben ser si se atreven a existir como personajes dentro de una cinta, las cosas entre Niccolo y su nueva amante se complican, se enredan, se contaminan y terminan sin dejar caer el misterio. La búsqueda continúa. Niccolo se engancha con una actriz que trata de ayudarlo a develar el misterio y está embarazada de otro hombre. El misterio es él, Niccolo, y somos tú y yo y todos los que conocemos, incluido Michelangelo Antonioni. La identificación de esta mujer es el pretexto para identificarnos a nosotros, explicarnos, justificarnos y, con suerte, enderezarnos. Niccolo tendrá que tomar decisiones para salir de ese limbo emocional en el que se encuentra, donde vive de lo inmediato, escapando de los planes. El problema es que si ya estás en este mundo, es mejor que tengas un plan.

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Antonioni, tramando algo, como siempre.


PS: me comentan los organizadores del Eurocine que la inauguración en Guayaquil fue un éxito. No podría estar más feliz al respecto. Desde acá, aplaudo y celebro a todo ese personal cinéfilo guayaco. Espero que la reacción sea similar o mayor en Loja y Cuenca.



6.11.2008

11 – 06 – 08

La rodilla de Claire (Le genou de Claire)
Francia / 1970 / 105 min.
Escrita y dirigida por: Eric Rohmer.

Por películas como ésta, el cine francés tiene, entre el “gran público”, la mala reputación que tiene. Cine egoísta para intelectuales. Cine cerrado para las élites. Cine complicado para gente que se cree más inteligente de lo que en verdad es. Cine incomprensible hecho el interesante. Cine aburrido donde no pasa nada y nos coloca en la obligación de aplaudir esa nada que no pasa. En fin, cine francés.

Por cosas como estas, las películas francesas generan resistencia entre los espectadores que entienden cine como una actividad social, sin fines trascendentales. Por cosas como estas, vale estar cubriendo el Eurocine siempre dispuesto a ceder. “La rodilla de Claire” fue todo un reto. Tenía muchas ganas de ver algo de Eric Rhomer (1920), que fue parte de la Cahiers du cinéma, que fundó, junto a Jean-Luc Godard, la revista de crítica Gazette du cinéma, que montó una compañía productora con Barbet Schroeder (director de nuestra querida Barfly) y que, como ha quedado probado, al igual que Truffaut, fue crítico antes de ser director y, como ahora, ser criticado.

Si algo rescatable tienen los franceses que se meten a hacer cine, es que hacen exactamente lo que quieren, trabajan con libertad, algo difícil en este oficio, algo admirable. “La rodilla de Claire” es una prueba más de esa libertad. En un escenario veraniego, lagunas, trajes de baño, partidos de volley, bebidas refrescantes, atardeceres, personajes de distintas edades hablan, hablan, y hablan. Los mayores son intelectuales consumados y los menores intelectuales en entrenamiento. En un principio, es complicado seguirles el ritmo. Hablan en una lengua lejana, no extranjera, un dialecto que raya en lo snob y hace pensar si eso que están diciendo debería importarle al espectador. Las escenas avanzan en formato diario, con fechas escritas en tinta morada sobre fondo rosa, una ironía cromática total si comparamos los anuncios con el pulso del film. De pronto, como por arte de magia, estás enganchado. No sabes cómo pasó, ni cuánto durará, pero estás ahí, pendiente. Eso sí que es cine, cine de verdad.

El personaje principal es un escritor que no pasa de los cuarenta y está a punto de casarse con una mujer de la cual no ha podido separarse. No se casa por amor, sino, como él mismo explica: como no podemos abandonarnos, decidimos estar juntos. Una razón válida para casarse, supongo. Este escritor conoce a la joven Laura, que tiene dieciséis y elucubra y desarrolla como si tuviese muchos más. Entre ambos hay algo, pero ella sabe que él no la tomará en serio y por eso detiene, sola, los impulsos de ambos. Laura (Béatrice Romand) es ese personaje que nunca olvidaremos: hermosa por todos los flancos, ingeniosa, jugada, sólida, encantadora. El escritor, que no logra seducir a Laura, cae luego en los encantos de Claire, la un poco mayor hermanastra de Laura. Claire, cuya indiscutible belleza es más ortodoxa que la de Laura, no se ha propuesto conquistarlo, de hecho, tiene un novio igual de inmaduro que ella al que ama con locura. El escritor fracasa con ambas jovencitas. En el camino, piensa, reflexiona, se hunde en cavilaciones que lo fascinan y que en los mejores momentos del film también nos fascinan a nosotros.

A ratos, ratos varios, pensé: esta película estaría mejor en las páginas de un libro o sobre las tablas de un teatro. En un libro, porque así uno tiene control absoluto del ritmo, de la progresión, y puede subrayar un par de líneas nada menos que geniales. En el teatro, porque la presencia de actores a pocos metros de distancia del público potenciaría los abundantes diálogos. Y no, ahora concluyo que está bien donde está, divida en royos de película, con olor, sabor, color, sonido, ambiente y la foto de Néstor Almendros. Al final, reconozco que con unos minutos extra, la cinta me hubiera vencido. Pero salí contento, con algo más de lo que tenía cuando entré a la sala. Reconociendo la identidad francesa y respetándola por encima de cualquier esterotipo. Puede que a los franceses les guste filosofar más de la cuenta. Pero es cine francés y quién mejor para hacerlo que ellos.

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Este es Rohmer.

6.10.2008

09 – 06 – 08

Irma Vep
Francia / 1996 / 97 min.
Escrita y dirigida por: Olivier Assayas


Fantástica. Memorable. Impresionante. Rara como ella sola. Llena de personalidad, llena de cojones.

René Vidal, un director de cine francés venido a menos, visiblemente atormentado, ha recibido una oferta para hacer un remake de la serie cinematográfica (que en nuestros días bien podría ser de HBO) “Les Vampires”, de 1915. Vidal, que por lo que nos cuentan tuvo sus años de gloria absoluta, que alguna vez fue considerado un genio contemporáneo, ha aceptado con una condición: que Irma Vep, el personaje principal de la serie, una gatubela con su parte ninja, sea interpretada por la actriz china Maggie Cheung.

Vidal la tiene clara, Cheung y nadie más que Cheung puede ser la nueva Irma Vep. El resto del mundo no piensa lo mismo, pero el director es el director, el capitán del barco, y en él confiamos. Ahora bien, poco después de empezado el rodaje, René Vidal pierde la cabeza, el norte, el balance, lo pierde todo y termina exiliado en una casa de reposo, a las afueras del París. La nave está de pronto a la deriva, y nosotros ahí, en medio de un problema que no es nuestro, atrapados, meciéndonos según el antojo de las olas.

Como toda embarcación que ha perdido su timonel, Irma Vep no va para ningún lado. Los que nos movemos somos los que la vemos, los que vamos sentados en las butacas por tierras desconocidas y fantásticas. Maggie Cheung (actriz fetiche de Wong Kar Wai), que por supuesto se interpreta a sí misma o a la visión de sí misma según Assayas, es la primera en darse cuenta de que se ha metido en un callejón sin salida, y escapa, pero no sin antes probar lo que se siente ser Irma Vep de verdad. Luego, la película da vueltas, y vueltas, y vueltas, marea, confunde, nos juega pasadas, nos utiliza a su antojo, y aterriza en un final memorable, uno de esos grandes finales de la historia del cine.

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Las chicas de la lencería (Die Herbstzeitlosen)
Suiza / 2006 / 90 min.
Escrita por: Sabine Pochhammer
Dirigida por: Bettina Oberli


Una película para ver con la mamá y, dependiendo de la edad, la onda y el grado de confianza, también con la abuela. Esa cinta medio dominguera que a uno lo hace quedar bien. Un film correcto.

Una señora de ochenta años, viuda, piensa que lo mejor que le puede suceder en este tramo de su existencia es morirse durante una noche, sin escándalos ni tanques de oxígeno. Una de sus amigas cercanas, algo menor que ella, la anima a exprimir hasta las últimas consecuencias este tiempo extra que está viviendo. La señora, que se llama Martha y es un encanto hasta cuando anda malgenio, después de meditarlo, decide cumplir un sueño de juventud: confeccionar lencería y montar una boutique en el mismo local donde ella y su difunto esposo tuvieron durante años una tienda de abarrotes.

Esto pasa en un pueblo que parece de juguete, lindo, como de lego, pero más aburrido que esperar el fin del mundo de rodillas y conservador como buen pueblo chico. Martha lo logra, monta su boutique, el pueblo se escandaliza y trata de boicotearla. Entonces comienza una pelea campal, graciosa y manipuladora, porque claro, si el personaje principal es una viejita adorable que trata de cumplir sus sueños sin importar lo que pase, nosotros no podemos sino estar de su lado, cualquier otra posición sería inmoral.

La cinta, como ya adivinarán, peca de cursi y tiene un final feliz al que se le va la mano. Pero se gana todos los abusos que comete. Da ganas de vivir. Cuando Martha no entiende por qué no la dejan en paz, su hijo, que dicho sea de paso es el pastor del pueblo, le dice: no se puede tener todo en la vida. Es verdad, nadie lo tiene todo, pero, como Martha, basta con tener aquello que uno necesita para salir de la cama cada mañana.

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6.09.2008

08-06-08


Esperando la felicidad (Heremakono)
Mauritania-Francia / 2002 / 95 min.
Escrita y dirigida por: Abderrahmane Sissako

En un lugar muy, muy remoto, alejado de la mano de Dios, donde no pasa nada o nada de lo que pasa parece algo, ahí, pasa esta película. El sitio se llama Nuadibú y los primeros planos lo muestran como material Nat Geo TV. Por suerte, el film avanza. Con una cámara que bien podría ser un lienzo, pues apenas y se mueve, vamos descubriendo las rutinas de este pueblo-patíbulo, dónde todos parecen estar esperando algo, pero nadie sabe muy bien qué.

Se trata de un film coral con algunos personajes que aparecen más que otros. Está Abdallah (supongo que así se escribe originalmente el nombre de nuestro tristemente célebre ex presidente), un muchacho que vive con su madre, que no entiende el idioma, que quiere irse a Europa YA y que ha aprendido a fumar. Está Maata, un viejo de sabiduría limitada que está aprendiendo a hacer instalaciones eléctricas. Pero el que se roba la película, largo, es un niño pequeño llamado Khadra, que anda por ahí, jugando con todo lo que encuentra, pidiéndole a Maata que le cuente historias, interesado en la electricidad, y cantando canciones que su padre le ha dicho que no cante. Cuando su progenitor le dice que un día de estos, de tanto salto, se va a tropezar y se va a matar, Khadra responde: vives diciéndome que me voy a morir, ya no le tengo miedo a la muerte. Grande Khadra, el suvenir que uno se lleva de este arenoso film.

Aunque en rigor sea al revés, la música africana parece Paul Simon, era Graceland. No me queda claro si lo que espera esta gente sea la felicidad. Más bien, se me hace que viven entre paréntesis. Interesante por lo lejana, casi turística. Difícil por el pulso adormilado. Como dice el director Sissako: Mi cine no es un grito, sino un murmullo.

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Ficción
España / 2006 / 107 min.
Escrita por: Cesc Gay, Tomás Aragay.
Dirigida por: Cesc Gay.


Basta con que dos personas pasen mucho tiempo juntas para que se atraigan. Mucho más si las dos tienen sus respectivas parejas y se encuentran, de pronto, ante algo nuevo que podría transformarse en amor. En este film encontramos dos amantes contenidos. Ella es violinista en serio y él director de cine. Ella está de vacaciones en este sitio paradisiaco del Pirineo. Él no está de vacaciones, está tratando de terminar un guión que no le sale. Santi (un Javier Cámara que se luce), su mejor amigo, le dice: haz la película que te salga de los cojones. Gran concejo, un artista debería hacer sólo lo que le sale de los cojones. Pero este director está perdido, y algo vacío.

El film transcurre mucho, demasiado, en la media cancha, es decir que se gasta buena parte de sus rollos en un vaivén de inseguridades e indecisiones. Bien porque solemos pasar mucho tiempo en la media cancha de la vida real. Mal porque a la mitad uno empieza a sentir que la cosa se estancó. Sin embargo, el remate final es un gol de media cancha. Un tiro potente y decidido que apunta al ángulo y rompe con violencia las telarañas de esquinas olvidadas.

Film sobre la identidad, sobre lo que somos, lo que queremos ser y lo que terminamos siendo. Y sobre cómo nos portamos mejor con la gente a la que no conocemos ni nos conoce, que con la gente que nos soporta a diario.

Frases célebres de Santi (Javier Cámara):

Cuando Alex, el director de cine, se ha puesto amargado e insoportable: Date una ducha, hazte una paja y tómate un gin tonic.
Cuando le cuenta a Alex que le ha pedido a su mejor amiga que tengan un hijo juntos: Somos amigos, no nos vamos a divorciar.
Cuando Alex le cuenta que tiene un regalo para él: Me encantan las sorpresas, aunque sean malas.

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Upswing
Finlandia / 2003 / 98 min.
Escrita por: Mika Ripatti
Dirigida por: Johanna Vuoksenmaa


Nada que hacer, el finlandés suena mal, feo, poco glamoroso para ser filmado en ficción, de pronto en un documental. Sin embargo, esta cinta se deja ver tranquilamente. Buen plot. Una pareja de jóvenes yuppies, cuya vida marital es tan fría como la nieve, decide hacer algo al respecto: un viaje. La agencia a la que acuden promete algo que ninguna otra: les vendemos información sobre ustedes mismos.

Entonces la cosa se vuelve medio reality show, pero en serio. La adinerada pareja acepta irse de tour a un barrio bajo, a convivir con el pueblo en un edificio mil apartamentos por piso. En papeles, suena bien, interesante, exótico. Y en el principio de la práctica, es genial. Una serie de escenas cómicas bien encadenados y muy coherentes. En un momento, todo en la sala fueron carcajadas bien habidas. El efecto “parejas disparejas”, con todo lo riesgosamente cliché que puede ser, se despliega con maestría. Ahora bien, más temprano que tarde, nos enteramos de que todo ha sido un engaño. Aquí aparecen los baches. La cinta, que empieza como la versión europea y civilizada de “De mendigo a millonario” (la ochentera, de la época dorada de Eddie Murphy), quiere ser de pronto “The Game”, de David Fincher, y como que apunta muy alto. Aun así, y esto es todo mérito de la directora y el guionista, para ese momento ya hemos conectado con los personajes, no los queremos, pero sí queremos que les vaya bien, y entonces nos bancamos la peli tranquilos, hasta el final.

Siempre he pensado que las pelis a las que uno les perdona ciertas cosas son obras privilegiadas. Upswing entretiene, no es para nada una pérdida de tiempo. No es una cena de primera en un restaurante peruano carísimo. Es comida rápida con un toque gourmet.

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6.07.2008

07-06-08


Muchacha (Meisje)
Bélgica / 2002 / 94 min.
Dirigida por: Dorothée van den Bergue.
Escrita por: Peter Van Kraaij y Dorothée van den Bergue.

La muchacha se llama Muriel, tiene veinte años, vive en una comunidad pequeña, con su familia, y trabaja en una fábrica de algo que no sabemos bien qué es. Muriel ha decidido mudarse a Bruselas, que vendría a ser la gran ciudad. Con la mudanza vienen los rompimientos, con su familia, con su trabajo, con su novio, con una vida que, según ella, puede ser mejor de lo que es.

En Bruselas, Muriel consigue un trabajo en un museo. No es el trabajo que andaba buscando, pero es un trabajo y le permite alquilar un estudio dónde vivir. El estudio le pertenece a Laura, que es mayor que Muriel, mayor en todos los sentidos, experimentada, vivida, con varias horas de vuelo acumuladas. Laura tiene un novio y quiere tener un hijo, pero como ella misma dice, “siempre escojo mal a los hombres: o chicos que no tienen hijos, u hombres que ya los tienen” La vida sentimental de Laura, se nota, ha sido caótica y dedicada. La muchacha y la mujer se hacen amigas. La muchacha envidia a la mujer, pretende esa libertad sin saber todos los problemas que acarrea, hasta que descubre las desventuras de una vida por sí sola, y se tiene que fajar y no sabe qué hacer y termina aprendiendo, por las malas, que cambiar de lugar, de amigos y de entorno, no significa la felicidad inmediata, ni una tragedia insalvable.

Grandes actuaciones. Pequeños conflictos que nos tocan a todos. Algo lenta, pero segura.

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25 grados en invierno (25 degrés en hiver)
Bélgica / 2004 / 100 min.
Escrita y dirigida por: Stéphane Vuillet.

Hacían cien años desde la última vez que hizo tanto calor en un día de invierno bruselense. (En la costa ecuatoriana, 25 grados, en invierno o verano, son del todo apetecibles). Sonia ha llegado, ilegalmente, desde Ucrania, está buscando a su esposo, al que no ha visto en tres años. Por esas cosas de la vida, Sonia termina metida en el auto de Miguel, hijo de inmigrantes españoles, padre de una niña simpatiquísima llamada Laura, y esposo de una mujer que sólo conocemos por teléfono y que vive en Nueva York, donde, al parecer, se dedica a cantar.

El día de Miguel empezó bien, soñó que el Real Madrid le ganaba 4-0 al Barcelona. Despertó tarde, pero contento. Fue a comprar cigarrillos y apostó, con dinero ajeno, al resultado que había soñado. Las posibilidades de que tal cosa suceda son mínimas, pero un sueño es un sueño y si no le apostamos a esas visiones no nos queda mucho por hacer sobre esta tierra. Con la presencia de Sonia, el día se complicó. Además, su hija Laura tuvo una riña en la escuela y fue a parar a la clínica con un par de puntos, nada grave. Su abuela, una Carmen Maura que brilla en cada línea, en cada gesto, fue por ella y ahora la niña, la abuela, la ucraniana y Miguel van a compartir un largo día en el que todo será una apuesta. Sonia quiere encontrar a su esposo, que no aparece por ningún lado. Laura quiere viajar a Nueva York a ver a su madre y no entiende por qué su padre se porta tan bien con otra mujer. La abuela se mete en todo y con todos. Y Miguel, lo único que quiere es que este día acabe. Cuando caiga el sol, muchas cosas habrán caído y otras empezarán a crecer.

Divertida, tierna, una de esas historias que conmueven por lo mucho que los personajes aprenden el uno del otro, o, en este caso, el uno de las otras.

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6.06.2008

Eurocine 08: suerte o muerte.



He sido cordialmente invitado a cubrir el festival Eurocine-08 para este blog. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.

He aceptado, sobre todo, porque el festival no estará sólo en Quito sino también en Guayaquil, Cuenca y Loja. Este será un viaje, en el mejor de los casos, colectivo, en plural, en el que ustedes, los que pasan por aquí y tienen la generosidad de comentar, tendrán mucho que ver, o por lo menos eso espero. Que no haya una ciudad manabita en este mapa me duele profundamente, pero supongo que, de alguna manera casi inconsciente, lo tenemos merecido. Manabí, cinematográficamente hablando, y hablando de todas maneras, sigue siendo un lugar silvestre, un sitio maravilloso, la Tierra Prometida, pero de pronto no es la locación adecuada para mostrar 43 películas de Alemania, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Italia, Suiza, Suecia y los Países Bajos. Hoy la asamblea, mañana el mundo.

El año pasado hice algo similar en el festival de documentales EDOC (encuentros del otro cine). Sobreviví, pero me costó su poco. La crónica que escribí entonces demoró diez meses en ser publicada. Finalmente apareció en el número 312 (mayo-08) de la revista Mundo Diners, bajo el título: El ataque de los documentales asesinos. De esa crónica, me quedo con el siguiente párrafo.

Las funciones empiezan a las dos y media de la tarde y terminan a la media noche. Sin contar los de corto metraje, uno puede ver de cinco a seis documentales por corrida. Desde la segunda matinée captas que varios están pasando sus días en el cine, como tú, y aunque no hables con ellos, te sientes extrañamente querido. Álvaro no sabe dónde está parado, tiene diez años, vino con sus padres, pero preferiría estar donde Santiago, su vecino, jugando pelota, como corresponde. Gaby acaba de pedir vacaciones en su trabajo, pasado mañana partirá para la costa y ahora está aquí, sentada frente a mí, contándome que, como yo, ha estado entrando a las funciones por su cuenta, que los días de vacaciones son más largos, más anchos y más silenciosos que los de oficina (pasamos cuatro horas juntos, en la oscuridad; en un momento estuvimos abrazados, protegiéndonos mutuamente de lo que vomitaba la pantalla. Luego, a plena luz, nos despedimos sin más, sin preguntar ¿una cerveza? o ¿vienes mañana?) Fabián toca el trombón en una banda, la música llena unas dos o tres horas de su día, el resto las pasa aquí, buscándose; está preocupado, cuando corran los créditos finales regresará al ocio. Juliana estudia cine, está en su segundo año y siente que está en la obligación de venir; mas allá de que los documentales le gusten o no, siente que tiene que ver todo lo que pueda para mantenerse en personaje, “de los buenos aprendes cosas que puedes usar en tus propios proyectos, y de los malos aprendes lo que no se debe hacer, lo turro”. Le digo las películas no son buenas o malas, las películas te gustan o no te gustan, punto. Juliana se disculpa diciendo voy al baño, y no vuelve. Lucrecia se separó de su marido hace diez años, los mismos diez años que lleva soltera, está cerca de los sesenta, sus hijos son adultos; Lucrecia viene todos los años. Entre desconocidos nos hicimos las cosas más fáciles, sobre todo eso de tener que mamarse las mismas publicidades un millón de veces antes de cada proyección. De a poco, formamos una familia, una hermandad distanciada y modesta donde la mayoría de abrazos se dan por telepatía.



En rigor, lo que más disfruté en mi pelaje de animal festivalero fue encontrar hermanos de proyección, hermanos silenciosos con los que toca convivir en las tinieblas, arrullados por diálogos que no nos pertenecían pero que, a la larga, terminaron siendo exclusivamente para nosotros. No sé lo que me depare el Eurocine-08. La verdad, me da algo de miedo. Siempre he sido más Hollywood que Eurodisney. Tal vez crecer en Portoviejo, en pleno apogeo de la globalización, me formateó para un tipo de cine. El asunto es no quedarse con lo que vino en la máquina sino actualizar el software y, ante todo, cuidarse de los virus que asechan a diario y por millones. Las películas pueden ser un virus, una enfermedad y, también, qué duda cabe, la única respuesta, la salvación.

No soy un crítico de cine ni mucho menos. Nunca me he considerado tal cosa, ni de lejos. Mi misión, sostengo, es compartir, recomendar cosas para la gente que, como yo, cree que el cine es una de esas cosas que hacen la vida más llevadera. Escribo emocionado sobre las películas que me emocionan, me retuercen, me reflejan y me mueven el piso. Ataco a las películas que mienten descaradamente, que nos quieren ver la cara. He leído a críticos como si de los apóstoles se tratase. Y también me he encerrado a ver películas hasta perder la noción de la realidad y también he entrado solo a cines en Buenos Aires y Amsterdan pensando que sólo ahí estaré seguro en tierras extrañas y también he juzgado a mucha gente según sus películas favoritas y también he abierto los ojos seguro de ser el protagonista de un largometraje que ojalá tenga final feliz. Cuando todo lo demás falla, el cine te rescata. Soy, si quieren ponerlo así, un pecador, y muy orgulloso estoy de serlo.

En cuestión de horas estaré ahí, en la sala, solo, rodeado de extraños, conectando con otras felices almas en pena. En las semanas que vienen, pretendo escribir sólo de lo que vea. Seguro habrán más post por semana, eso sí, más cortos, a manera de reseña-bitácora-corresponsalía. Aquí encontrarán el listado de películas que me conmovieron. Como hay varias funciones por film, habrá chance de que estemos todos al día. Entro al Eurocine-08 con los brazos abiertos, como se entra a una fiesta. Vengan. Vamos ahí.


Acá algo en lo que pienso cada vez que mis amoríos con el cine saben a síntomas de autismo. Es de Andrés Caicedo, el colombiano, el mejor crítico de cine que ha tenido América Latina. Un tipo absolutamente adelantado a su tiempo. Un caso terminal de cinéfilis. Un escritor incansable. Caicedo murió en 1977, a los veintiséis años, entregado a su lema de que vivir más allá de los veinticinco es una insensatez.

Sucede, entonces, que ante una discusión cinematográfica nuestro cineasta opta por el silencio, luego por la lejanía, después por algo más grave que es la soledad. Se va convirtiendo en lo que llaman un cinéfilo. Ya no entiende a las personas, ya no necesita enamorarse de mujeres reales; para qué, si en la pantalla las tiene mejores y más inteligentes; se aparta de las actividades colectivas; va todos los días a cine; repite películas; empalidece; llega a extremos tales como autoconvencerse de que sólo respira bien en la soledad del cine, y que afuera lo persiguen; busca, instintivamente, el sitio de la sala que corresponde al lado del cuál sueña; se va volviendo huraño y tosco y torpe; tartamudea; no le hace caso sino a su propio juicio. Si las circunstancias no le son del todo adversas, puede que encuentre a otro sujeto tan enfermo como él, y en ese caso empieza un deambular y de soledad compartidas, lo que significa al menos un progreso.

Caicedo himself.

Eurocine Quito: Ocho Y Medio, La Floresta y Tumbaco. Multicines CCI y CC El Condado.
Eurocine Guayaquil: Sala 9 Supercines-Los Ceibos.
Eurocine Cuenca: Multicines.
Eurocine Loja: Cinemás.


Del 06-06-08 al 06-07-08

6.02.2008

Si está en la Biblia, debe ser verdad.

A veces pasa. Entras al video club (o allá donde usted sabe y tiene su dealer de confianza) con una idea en la cabeza y sales con otra película en las manos. Cambiar de planes, a la hora de escoger un DVD, es una ocupación de alto riesgo. En un mundo donde todo falla, donde no se puede confiar en nada ni en nadie, donde lo único seguro es que el final llegará y no habrá after party, no podemos darnos el lujo de equivocarnos con el film que se lleva a la casa. Igual, uno se arriesga, con la esperanza de que en ese riesgo venga un sacudón que nos deje patas arriba.

Me pasó hace poco. Días atrás entré a La Liebre Video Club con un título tatuado en la frente y salí con otro. Primero, cambié ficción por documental. Segundo, cambié thriller de asesino en serie por Iglesia vs. Homosexuales. Tercero, cambié ignorancia por conocimiento. Francamente, todo lo relacionado a las causas homosexuales nunca me ha llamado la atención. Como dicen en Portoviejo, mi pueblo, “cada uno es una flor y puede hacer de su culo un florero”. Es decir que jamás he tenido problemas con el dato gay. El amor es el amor. Punto. Tengo amigos gays y amigos heterosexuales y según yo somos todos harina del mismo costal. Envidio de mala manera la sensibilidad y el sentido del humor que poseen personas como Truman Capote, Pedro Almodóvar, Jaime Bayly y Ellen Degeneres (que suena a degenerada y es brillante). Aproximaciones sensoriales a las que los heterosexuales no podemos siquiera aproximarnos. En pocas, no creo que el tema sea polémico. Creo que marginar a alguien por sus preferencias sexuales es ridículo, retrógrado y de mal gusto.



Ahora bien, viendo “For The Bible Tells Me So”, ópera prima del director Daniel G. Karslake, me queda claro que para gran parte de la humanidad, la homosexualidad es una plaga, una abominación imperdonable. El documental presenta la relación que parejas cristianas, fanáticas que rayan en lo irracional, tienen con sus hijos gays. Tema complicado porque bien podría ser un interminable derroche de clichés gastados. Pero no, nada que ver. El film se mete con toda esa sagrada institución que se ha pasado siglos humillando a las mujeres, a las personas de color y a los homosexuales. Y, en buena hora, no cae en discursos utópicos sino que se la juega por el sentido común. La Biblia podrá ser todo lo best seller que quieran, pero toca reconocer que fue escrita hace siglos y, hoy por hoy, interpretarla al pie de la letra sería idiota. Según los reaccionaros conservadores presentados en esta cinta, la Biblia dice que ser gay es pecado, un pecado que puede lavarse y tratarse como una enfermedad. Como siempre, según la iglesia, el que peca y reza, empata. Y el que no quiere seguir en el club, pues no está de acuerdo con las leyes impuestas por la directiva, no tiene más remedio que arder eternamente en las llamas del infierno. ¡Por Dios!

“For The Bible Tells Me So” está llena de personajes entrañables. Tenemos a Gene Robinson, el obispo gay que estuvo casado con una mujer a ver si así se le pasaba, y recibió amenazas de muerte al salir del clóset con la sotana puesta. Tenemos a Chrissy Gephardt, que estaba segura de que siendo lesbiana acabaría con la vida pública de su padre, el político Dick Gephardt, que fue candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Tenemos familias unidas, que no le dieron la espalda al problema sino que lo enfrentaron como mejor pudieron y ahí van, en la pelea, round por round. Porque claro, es muy fácil escribir estas líneas jurando que uno no tiene problemas con los gays, que uno es progre, educado, open mind, pero si tu hermana viene y te dice que está enamorada de una chica a la que, por ejemplo, tú también ves con hambre, la cosa cambia.



Acá el trailer. Y abajo una secuencia animada, que debería estar entre lo mejor de no ficción que ha llegado a la pantalla grande. Pueden ver el documental, por partes, en YouTube. Si no consiguen el DVD, es una opción a considerar.