6.26.2008

26-06-08


Los amantes asiduos (Les amants reguliers)
Francia / 2005 / 178 min.
Escrita por: Philippe Garrel, Marc Cholodenko, Arlette Langmann
Dirigida por: Philippe Garrel.


Tres horas. Blanco y negro. Jóvenes. Mayo del 68. Revolución frustrada. Una película que se hizo hace apenas tres años y tiene el look de un documental rodado el mismo 68. Empezando con lo técnico y con el lado fotográfico, esta cinta está llena de méritos. Si el personaje principal no estuviese en las carnes de Louis Garrel (uno de los soñadores en The Dreamers, la versión de mayo del 68 de Bernardo Bertolucci), habría jurado que la película venía al Eurocine directamente desde hace cuarenta años y que, para ser tan vieja, la copia proyectada estaba en excelentes condiciones.

Tres horas. Detalle importante en la era de los comprimidos y especialmente en un día de semana. Tres horas en una misma butaca, en la obligación de ejecutar limitados movimientos de estiramiento corporal. No sé cuándo fue la última vez que vi una peli tan larga (creo que fue Zodiac, de David Fincher, dicho sea de paso, una de las primeras joyas del cine en el siglo XXI), pero estoy seguro de que recordaré Los amantes asiduos sin mayor esfuerzo, con gusto. Tres horas. Blanco y negro. Magia. Cine puro y duro. Tenemos a un chico de veinte años dispuesto a cambiar el mundo. Revueltas. Autos incendiados. Policías mercenarios. Bombas molotov. Muy temprano, la revolución se va al carajo y uno de los personajes secundarios pregunta, en un despliegue de lucidez, si les toca hacer la revolución para el proletariado o a pesar de él. Nuestro personaje principal queda en un limbo cómodo y mortal. Cómodo porque lo comparte con una chica de la cual está enamorado y con un grupo de amigos que bailan, pintan, combaten un sistema al que se integrarán tarde o temprano y fuman opio. Mortal porque nuestro personaje principal, que es poeta pero no quiere publicar porque piensa que publicar sería traicionar algo que no sabe exactamente qué es, tras quedarse sin revolución, no sabe qué hacer.

No sé si habrá algo peor que dedicarle o querer dedicarle la vida a algo y descubrir que ese algo no es lo que se espera. Pienso en Kurt Cobain dándose cuenta de que el rock, que él pensaba lo salvaría, no alcanzaba. El caso es que nuestro personaje principal dilata su vida escribiendo, amando, fumando, absolutamente chiro. Su vida entre paréntesis, cabe recalcar. Y la película va de su mano, está a sus pies, y francamente hay que ser una obra maestra para sustentar tres horas de conversaciones intelectualoides entre silencios prolongados. Tres horas. No puedo dejar el tema tiempo. Los amantes asiduos hace lo imposible: seguir durante 178 minutos la vida de un tipo que rebota entre los callejones de su desubicación. El show debe continuar. De hecho, tras mayo del 68, el mundo continuó. Así, quienes rodean a nuestro personaje principal continúan, unos más temprano que otros, pero todos, finalmente, arman sus revoluciones individuales pro mundo mejor (esto, confieso, lo intuyo, es la sensación que tengo). Todos menos uno, el nuestro, el principal, que para estos efectos vendríamos a ser nosotros. A este poeta de veinte años el norte se le viene abajo, el sur se le pierde, el este y el oeste se le esconden. Un guión imposible de escribir. Una cinta imposible de montar. Unas acciones imposibles de dirigir. Una película imposible. Cine con cámara invisible, como corresponde.

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