11.27.2008

Lucidez


Durante estos días de discusión, debate, diálogo y amistad, la buena salud de la crónica latinoamericana me ha dejado más que satisfecho, sobre todo porque veo, y siento, un futuro promisorio. Así también, descubro que si uno se dedica a esto, puede tranquilamente ir despidiéndose del cielo.

Lo siguiente es del libro El periodista y el asesino, de la norteamericana Janet Malcolm (1934). La cita viene incluida en el extenso y lúcido “El que enciende la luz”, un ensayo de Chang acerca de la crónica que ojalá se publique pronto en Ecuador.

«Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno. Lo mismo que la crédula viuda que un día se despierta para comprender que el joven encantador se ha marchado con todos sus ahorros, el que accedió a ser entrevistado aprende su dura lección cuando aparece el artículo o el libro. Los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que ‘el público tiene derecho a saber’; los menos talentosos hablan sobre arte y los más decentes murmuran algo sobre ganarse la vida».

Espero estar entre los terceros.

11.24.2008

El oficio escogido.


El sábado pasado, estuve con el cronista-escritor-amigo Esteban Michelena. Me invitó a su programa “Los Pastores del Asfalto”, al aire por radio La Luna una vez por semana, cuando el presidente ha concluido su acostumbrada cadena nacional itinerante. El motivo, como no podía ser de otra manera, fue “La fiesta del libro” y el encuentro de cronistas latinoamericanos que viene a justa y necesaria colación. Hablamos de la crónica como género literario-periodístico y, sobre todo, como estilo de vida. Durante los primeros minutos de show (también de nervios y bromas para aligerar el ambiente) recibimos la llamada de otro cronista-amigo-aliado, Francisco Santana, que escribe en El Telégrafo y está encargado de “Demo”, sección dedicada al rock nacional. Pancho me preguntó porqué estando la crónica en su mejor momento internacional, en el Ecuador se la trata tan mal.

Aunque creo que cada vez se la trata mejor (o menos mal), estoy de acuerdo con Santana, el género sufre maltrato a diario, especialmente en los periódicos. Los que publicamos en revistas (puedo hablar de mi experiencia personal, SoHo y Mundo Diners), mal que mal, tenemos tiempo. Tiempo para escoger el tema, para ir al lugar de los hechos, investigar y, lo más importante, convivir con los personajes, escucharlos, ser amigos pasajeros, correr esa milla extra junto a ellos y tratar de llegar vivos a la meta. Ahora bien, hablo de días, semanas en el mejor de los casos, cuando deberían ser meses y, por qué no, años. Quienes laburan en periódicos, me dicen que hay que correr y así, obvio, no puedes pretender mucho. Sería idiota pensar que de una entrevista de cinco minutos van a salir crónicas que peleen el Pulitzer. Creo firmemente, y espero no estar pecando de ingenuo optimismo juvenil, que en nuestro país cada vez hay mejores escritores y cronistas, creo que éste es el momento y que nuestro trabajo es construir el Ecuador-literario-periodístico en el que queremos vivir, levantar muros de letras y pararnos sobre ellos a ver el horizonte. Para esto, hace falta que los editores de periódicos y revistas se sumen al esfuerzo. Ojo, este asunto es clave, sin editores jugando del mismo lado que los cronistas no iremos a ninguna parte. Editar no es fácil y es mucho más emocionante viajar persiguiendo historias. Editar es, tal vez, el trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo, jugársela y apostar porque de pronto, aunque nos quieran decir que tal cosa es imposible, aunque pretendan meternos el dedo, en este país hay gente que disfruta de la lectura, de perderse en la vida privada y pública de otros. El mercado existe, está allá afuera, en los que compran revistas cuando van a Supermaxi. Tal vez no seamos Perú ni Colombia, mucho menos México o Argentina, pero igual somos.



Mañana, a las 15h00 en la sala Jorge Carrera Andrade (2do piso del flamante centro Eugenio Espejo), conversaré con Julio Villanueva Chang sobre este oficio que hemos escogido. Chang quiere hablar sobre la cocina de las historias, tanto en investigación como en reportería, imagino que a eso le sumaremos redacción y, como dice Chang, será algo “entre anecdótico y reflexivo pop”.

Nos vemos allá y ojalá en todos los actos de esta fiesta, haciendo El Aguante.

11.19.2008

El CV de JVC


El CV de Julio Villanueva Chang parece una obra de ficción, imposible que alguien haya y siga haciendo tanto en tan corto tiempo. Lo he leído varias veces y me lo voy echando de a poco, masticando antes de tragar. Da como para sospechar. Por eso, tras restregarme los ojos y confirmar que no se trata de un espejismo o de una artimaña propia del marketing, fui directo a Elogios criminales, su flamante libro de crónicas (Mondadori, México, 2008). Lo tengo en PDF, con todas las molestias que eso conlleva al momento de leer, incluso una vez impreso domésticamente. El libro lo hacen seis perfiles de grandes personajes mundiales y no tan mundiales: Gabriel García Márquez, Juan Diego Flórez (tenor peruano), Ryszard Kapuscinsky (escritor, cronista de las grandes ligas), Apolinar Salcedo (el alcalde ciego de Cali), Werner Herzog (intenso director de cine) y Ferran Adriá (polémico chef español).



Acá la verdad, Chang en acción. Cosas que subrayé de García Márquez va al dentista ¿Qué busca un Premio Nobel de Literatura en un odontólogo de provincia?, primero de los seis elogios.

El Dr. Jaime Gazabón abrió la puerta de su clínica dental de Cartagena de Indias y descubrió a Gabriel García Márquez tan solo como un astronauta en su sala de espera.

En la mesa de centro, había literatura de consultorio de dentista, unas cuantas revistas para bostezar la espera, y los efectos sedantes de una música de fondo.


Cuando el odontólogo salió a recibirlo, el escritor acababa de completar a manuscrito la ficha de su historia clínica: “Nombre de del paciente: Gabriel García Márquez. ¿Cuál es su ocupación? Paciente vitalicio. Número de teléfono: Cortado por falta de pago. Si es casado, ocupación de su esposa: Sí, no hace nada. ¿Para que compañía trabaja su esposa? Ya quisiera yo saberlo. Nombre de la persona responsable por el pago del tratamiento: Gabo, el hijo del telegrafista. ¿Tiene usted alguna molestia o dolor? Molestia sí, el dolor vendrá después. ¿Nos podría decir quién lo recomendó al Dr.? Su fama universal.”

Un cuento es lo que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras aguardas tu cita con él”, dijo John Cheever.

El molar de un genio se ve tan espantoso como el de cualquiera y crea la ilusión de que todos somos iguales bajo las tenazas de un dentista. Pero una muela de García Márquez en tus manos es más que eso. Es la historia secreta de una sonrisa.

El hombre envejece cuando sus dientes no se reponen. García Márquez lo sabía bien. Perder un diente es también una metáfora de la caída del poder.

Gabo sabe que yo no puedo esconder lo que pasó entre nosotros.
(Dr. Gazabón)

El último día que lo vio en su consultorio de Cartagena de Indias, recuerda que el único diente que le faltaba a García Márquez era la muela del juicio. Pero aquella primera tarde de 1991, en su consultorio de Bocagrande, Gabriel García Márquez tenía una carie y el doctor había decidido operar: le inyectó anestesia local, le extrajo un molar, suturó la herida, y tiempo después colocó un implante en su lugar. Según él, García Márquez nunca se quejó. Sin embargo, desde esa primera cita hubo una pérdida. En la historia de la literatura, sucede siempre: Homero fue ciego, a Cervantes le fallaba un brazo, García Márquez tenía caries.
- El hilo dental es más importante que el cepillo- me advirtió el Dr. Gazabón.




Mientras sigo avanzando en el libro, el mencionado CV de Julio Villanueva Chang.

Es el editor fundador de la revista Etiqueta Negra. En 1995 obtuvo el Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en la categoría de crónicas. Su perfil «Through The Eyes of a Blind Major» fue parte de un especial sobre Sudamérica publicado por The Virginia Quarterly Review con la asistencia de Etiqueta Negra y que ganó el National Magazine Award de Estados Unidos dedicado a «Mejor revista dedicada a un solo tema». En 1999, publicó Mariposas y murciélagos (Lima, UPC; presentación de Fernando Savater y epílogo de Jon Lee Anderson), una selección de sus crónicas y perfiles aparecidos en el diario El Comercio de Lima, donde fue reportero principal. En 2006, la Asociación de Prensa de Aragón publicó en España Un día con Julio Villanueva Chang, resumen de un taller sobre su experiencia de editor y lector. Textos suyos han sido publicados en La Nación y Página 12 (Argentina); Gatopardo, El Malpensante y Soho (Colombia); El País, La Vanguardia y Letra Internacional (España); Reforma y Letras Libres (México); Vogue en español, World Literature Today y The Virginia Quarterly Review (Estados Unidos). Sus crónicas aparecen en las antologías Se habla español (Alfaguara), Un mundo muy raro y otras crónicas de Gatopardo, y Enviados especiales (Aguilar). Desde su fundación en 2007, es columnista dominical del diario Público de España.

Villanueva Chang ha sido expositor en la Harvard’s Nieman Conference on Narrative Journalism y en Yale University. Fue panelista en el Congreso de Periodismo Digital de España y en el Seminario de Editores de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es profesor visitante en el Master de Periodismo de la Universidad de Barcelona-Columbia University, en la Universidad Diego Portales de Santiago de Chile y en el Master de Edición de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha dado charlas en el Master de Periodismo del diario El Clarín de Buenos Aires y en New York University. Ha dictado talleres en Yale University; en las revistas Gatopardo, Proceso y Expansión de México; en los diarios El Comercio de Lima, El Mercurio de Santiago, El Nacional de Caracas, Público de Guadalajara, La Prensa Gráfica de San Salvador y El Tiempo de Bogotá; en TV Canal 22 de México y Cable Mágico Deportes de Lima. Ha sido editor invitado de la revista Letras Libres, en su edición de Madrid; de la revista Culturas del diario La Vanguardia de Barcelona, y de la revista Soho de Bogotá. En 2007, junto a Joaquín Estefanía y Héctor Feliciano, fue jurado del Premio de Crónicas Planeta-Seix Barral.

Villanueva Chang se graduó en la Universidad Mayor de San Marcos. Su formación periodística la hizo de autodidacta y becario de la Fundación Nuevo Periodismo en talleres con Gabriel García Márquez, Alma Guillermoprieto, Jon Lee Anderson, Tomás Eloy Martínez y Ryszard Kapuscinski, y en el Harvard’s Nieman Seminar for Narrative Editors. Random House Mondadori acaba de publicar Elogios criminales, un libro de sus crónicas y perfiles.

11.18.2008

Tres columnas del cronista Chang.


El próximo martes 25 de noviembre, a las 15h00 en el auditorio Augusto San Miguel de la CCE, estaré en un conversatorio con el peruano Julio Villanueva Chang, fundador de la revista Etiqueta Negra, sin duda, uno de los nuevos íconos del periodismo latinoamericano. Las credenciales de Chang son tantas, y tan diversas, que hará falta otro post para publicar su CV. Por ahora basta decir que es editor y cronista, y uno de los mejores de su generación.

Como adelanto, acá van tres columnas de Chang, todas relacionadas a escritores y, de una forma muy creativa, al oficio de crear, aparecidas en el Diario Público de España.




UN HOMBRE ENCANTADO DE QUE LO INTERRUMPAN

A Italo Calvino no le gustaba escribir siempre en el mismo lugar, pero cuando escribía le encantaba que le interrumpieran. Dos extrañas costumbres para un intelectual introvertido, en una tradición de escritores que se jactan de la disciplina y la soledad del encierro. Sin proponérselo se oponía a una de las máximas que Pascal lanzó en el siglo XVII: «Toda la infelicidad de los hombres proviene de una sola cosa: no saber estar inactivos en una habitación». Con esta sentencia, el filósofo y matemático que había descubierto los secretos del triángulo y pensado en fórmulas sobre la creencia de Dios parecería ahora un propagandista del budismo zen y la pereza en tiempos de extrema movilidad digital. Quien inventó la primera máquina calculadora podría incluso parecer precursor de un acto de resistencia que hoy la IBM promueve en sus oficinas: que sus empleados se desconecten por un día del resto del mundo. Cada viernes, ellos tienen licencia para no hacer reuniones ni contestar e-mails y llamadas telefónicas. Algunas empresas lo llaman «espacio en blanco»: se trata de abolir esas prótesis electrónicas que han revolucionado nuestro modo de pensar y trabajar. Es una batalla simbólica contra la adicción a ese lado oscuro de la tecnología que debilita la capacidad de concentración. Una habitación liberada de interrupciones es como un tributo postindustrial a Pascal.

Cuando a Newton lo interrumpió la caída de una manzana y descubrió la ley de la gravedad, se debió más a su paciente atención que a cualquier otro talento. En tiempos de aturdimiento digital, la tecnología está sobre todo al servicio de la distracción. En su libro Distracted: The Erosion of Attention and the Coming Dark Age, Maggie Jackson estudia cómo perdemos cada día más posibilidades de pensar en profundidad y de aprender: cada tres minutos un hombre deja de hacer algo para revisar su e-mail, responder su teléfono o subir algún dato a Facebook. Pero no siempre es negativo distraerse. Al explicar el lenguaje de los poetas, Octavio Paz advertía: «Distracción quiere decir atracción por el reverso de este mundo. La voluntad no desaparece; simplemente, cambia de dirección (…) La pasividad de una zona provoca la actividad de la otra y hace posible la victoria de la imaginación frente a las tendencias analíticas». Distraerse puede ser entonces otro modo de estar alerta, la lucidez en el ensimismamiento. A veces, cuando Chejov conversaba con sus amigos, se reía de súbito frente a ellos a pesar de que no habían dicho nada divertido. Al oír alguna anécdota, Chejov empezaba a convertirla en una historia humorística en su mente. Tenía una atención distraída, un oxímoron parecido a un silencio revelador. Como si se reconciliara con esa demanda de quietud y soledad de Pascal, Italo Calvino creía que para escribir no había nada mejor que un cuarto de hotel, anónimo, vacío y abstracto, sin recuerdos que le distraigan. «No me encierro nunca y no me molesta que me hablen», dijo quien nunca quiso usar una máquina de escribir.



EL HOMBRE CORAZÓN DE PLÁSTICO

Luego de haber sido atropellado por el camión de una lavandería, quizás haya sido plástico la última cosa que tocó la piel de Roland Barthes antes de morir. A mediados del siglo XX, en su libro Mitologías, profetizaba la omnipresencia del plástico y bromeaba diciendo que Fenoplasto y Polietileno parecían nombres más propios de un pastor griego. «Al final se inventarán objetos sólo por el placer de usarlo. La jerarquía de las sustancias ha quedado abolida; una sola las reemplaza a todas: el mundo entero puede ser plastificado». Lanzada una década después de la Segunda Guerra Mundial, aquella sentencia no tenía tono apocalíptico de Nostradamus, sino uno optimista: con su propagación lo artificial –lo postizo– se identificaba con el uso doméstico en lugar del lujo. La moda del plástico, según Barthes, era una evolución del mito de la imitación. Hoy, cincuenta años después de su profecía, los ecologistas militan por la abolición de las bolsas de plástico y esperan que la gente los imite: en su libro El mundo sin nosotros, Alan Weisman dice que «el plástico es la encarnación de nuestro sentimiento de culpa colectivo por arruinar el medio ambiente». Una sustancia que puede competir en inmortalidad con las cucarachas.

Un Nostradamus verde vuelve a azotar nuestra imaginación. Cada bolsa de nylon volando por las calles no es una travesura del viento: terminará depositándose en el océano y los desperdicios de polímero acabarán con sus criaturas, desde ballenas hasta pulgas de mar. Cada minuto, se fabrican cien millones de bolsas de plástico en el mundo, las necesarias para obstruir el alcantarillado de Bangladesh, o para formar parte de un mar de basura del tamaño de un continente. Hace medio siglo que Barthes tiene razón. El plástico es la materia en estado camaleónico y con infinitas posibilidades de envolver al mundo entero hasta asfixiarlo. Basta inspeccionar a tu alrededor: los anteojos que te acomodas para leer esta frase son de plástico, pero también el teléfono que está timbrando, la tarjeta de crédito con deudas, el reloj que prueba que llegas tarde a una cita, la dentadura postiza de tu vecino, el juguete del sobrino que está de cumpleaños, la muñeca inflada que miras por Internet, el interruptor de luz, los calcetines que llevas puestos. Incluso las naves espaciales y las telarañas de la esquina tienen plástico. Sin el vinilo y sin la celulosa no hubiésemos podido disfrutar de discos ni películas que son parte de nuestra educación sentimental. Deberíamos agradecerle sus servicios prestados a la humanidad. Barthes, luego de anunciar que el mundo entero puede ser plastificado, profetiza: «Y también la vida, ya que, según parece, se comienzan a fabricar aortas de plástico». El plástico ha sido siempre un caso del corazón.



UN HOMBRE ATRAPADO EN EL ASCENSOR

Hace unos días, cuando alguien le preguntó cómo podía ser tan productivo, Umberto Eco dijo: «¿Ha oído hablar de los tiempos muertos? En esos dos minutos que tarda en llegar el ascensor, yo trabajo». Otis, la más antigua compañía de elevadores de la Tierra, se jacta de que cada cinco días sus máquinas transportan el equivalente a la población mundial. En las ciudades, las casas desaparecen, los arquitectos piensan en vertical y se prohíbe usar escaleras. ¿Cuánto tiempo de nuestras vidas pasamos a la espera y dentro de un ascensor? Una noche de octubre de 1999, el productor ejecutivo de la revista Business Week Nicholas White salió de su oficina en un rascacielos de Nueva York a fumarse un cigarrillo. Cuando volvía a ella, se quedó atrapado en un ascensor. Era un viernes y nadie lo notó hasta el domingo. Fueron 41 horas allí. Nick Paumgarten cuenta esta historia en The New Yorker y en su página electrónica se ve el encierro de White grabado por una cámara de seguridad del edificio. Alguien ha acelerado el video y le ha puesto música de fondo.

El hombre estuvo casi dos días en el ascensor, pero hoy uno lo ve en una película muda de tres minutos y medio. La música y la aceleración amortiguan el horror del silencio y de la espera. White no llevaba teléfono móvil ni reloj. Tenía tres cigarrillos y su billetera. Después de su rescate, no volvió a trabajar en Business Week. Demandó al fabricante de ascensores y a los responsables del mantenimiento del edificio por veinticinco millones de dólares. Años después llegó a un acuerdo, pero muy lejano a lo que demandaron sus abogados. Se gastó todo su dinero y aún está desempleado. Nicholas White nunca supo por qué se detuvo el ascensor.

Lo que no se ha detenido es la fantasía de qué se puede hacer encerrado allí. «¿Alguna vez lo has hecho en un ascensor?», se repite con un morbo adolescente. No es la única fantasía. En Internet, se anuncia que en octubre de 2031 se inaugurará un ascensor al espacio. Michael Laine, un ex marine que hoy es presidente de LiftPort, una compañía dedicada a buscar dinero para construirlo, trabajó en complicidad con Bradley Edwards, un físico famoso a quien hace unos años la Nasa le pagó más de medio millón de dólares para demostrar que eso era posible. En un principio, el ascensor no llevaría gente. Sólo transportaría carga como satélites. En un planeta donde el clima se ha vuelto loco, el precio de los combustibles se eleva a la estratósfera y el agua desaparece, la conquista del espacio es un negocio más urgente y rentable.

Arthur C. Clarke escribió una novela en la que un ingeniero construye un ascensor anclado en una montaña sagrada. Su viaje vertical acaba en un asteroide en órbita. Nicholas White, aquel hombre que nunca volvió a trabajar tras haber quedado atrapado en un ascensor terrícola, es más digno de una novela de Stephen King. Anclados en la incomodidad y en el miedo de no saber qué hacer frente a un extraño dentro de uno, a casi nadie se le ocurriría publicitar los ascensores como un lugar para pensar. Mientras tanto, Umberto Eco espera que la tardanza del siguiente ascensor lo lleve sin certidumbres hasta su próximo libro.

11.14.2008

Crónica de época.


Uno de los temas de La Fiesta del Libro, acaso EL tema, será la nueva crónica latinoamericana, el viaje de la ficción a la realidad. Sin duda, éste género está creciendo a paso agigantado y en él están algunas de las mejores plumas de la actualidad. Hemos empezado un poco tarde. Cuando Capote y Hemingway escribían en las revistas Life y The New Yorker la historia de sus días en la tierra, nosotros aún vivíamos en Macondo, o en un Buenos Aires donde los vampiros duermen en la estación del subte (de hecho, muchos de nosotros no vivíamos en ninguna parte). Y está bien, toda la onda boom y los años gloriosos del realismo mágico nos han hecho, en parte, lo que somos. Empezamos tarde pero mejor tarde que nunca. Revistas como Gatopardo, Etiqueta Negra y SoHo vienen formando cronistas desde hace algún tiempo y ya se ven los frutos, grandes escritores en busca de la verdad.

Tal vez yo sea la persona menos indicada para hablar de crónica. Lo he dicho muchas veces, me metí en esto por dinero, porque no quería hacer nada que no fuera escribir y necesitaba que alguien me pagara por hacerlo. Nunca pensé, ni de lejos, ni en broma, ser periodista. Según yo, los periodistas eran los que no podían escribir ficción. Pensaba en la ficción como verdad absoluta y en el periodismo como aburridas noticias. Estaba muy equivocado. Ahora que mis días de cronista necesitan un brake, miro hacia atrás usando el review mirror de mi disco duro y no tengo más que amor por la crónica. He viajado, he estado en lugares donde nunca hubiese imaginado estar (algunos en los que nadie, jamás, debería estar), he conocido gente que de otro modo no hubiese siquiera mirado, he visto laboratorios en Alemania y soldados de las FARC en Mataje, un pueblito esmeraldeño separado de Colombia por un río que se puede cruzar nadando. Gracias, totales.

Hace meses, en SoHo Ecuador, se publicó una crónica mía llamada “La gesta de los raidistas de Chone” Apareció editada, versión radio-friendly, digamos. Hoy la cuelgo acá con todas sus partes, writer’s cut, y con su título original. Me interesa porque es un tema que me gustaría discutir en la Fiesta del Libro: la crónica histórica. Todo lo narrado a continuación sucedió entre los días finales de 1939 y las primeras luces de 1940. Los personajes principales murieron hace años. Todo el material que pude obtener vino de hablar con sus hijos, con sus amigos, y de los libros que ellos dejaron para que no se olvidara su gran aventura. Es, entonces, una crónica de época.



Rompiendo la selva: la historia de los raidistas de Chone.

Por Juan Fernando Andrade

Raid (voz inglesa)

1) m. Expedición militar rápida de fuerzas de tierra, mar o aire, realizada para bombardear, para capturar prisioneros o material, etc.
2) Vuelo deportivo a gran distancia.
3) Rally.
4) Acción atrevida o espectacular.


Chone, 6 de diciembre de 1939, 14h00.

Parece que todo el pueblo estuviera aquí, en la Plaza Central, para despedirlos. La masa escandalosa rodea el Chevrolet descapotado modelo 1931, estacionado frente a las autoridades políticas del cantón. La banda de músicos, vestida como demanda la ocasión, sopla con sus vientos obras marciales. Se pide silencio a la concurrencia y el llamado líder de la juventud de Chone, Don Trajano Viteri Medranda, toma la palabra. “Vuestro arrojo y valentía, vuestra audacia y calor de genuinos choneros, os obliga a llegar a la meta o morir en la lucha; que el espíritu de Hernán Cortés os acompañe, y así no podréis regresar sin la victoria. Por Chone, por Manabí y por nuestro querido Ecuador, atrás ni un paso. Vuestra consigna, es avanzar, escalar las cumbres y triunfar. ¿Prometéis cumplir con esta consigna?” Se hace un silencio, sólo se escucha el galope de los agitados corazones. Los caballeros se llenan el pecho de aire y las damas, de los nervios, se llevan las manos a la boca y se paran en puntas de pie. “¡Sí!”, responden los raidistas en coro. La música vuelve, ya no son coplas militares sino canciones populares que la concurrencia no tarda en acompañar a viva voz. El auto arranca, tiene que ir despacio para no atropellar a nadie. La banda persigue los primeros pasos de la máquina hasta el caserío Santa Rita, al extremo norte. Los aventureros se despiden meciendo en el aire sus sombreros Montecristi, claramente marcados con letras rojas: RAID. Nadie va a decirlo, pero muchos lo están pensando: capaz y no vuelven, capaz y esta es la última vez que los vemos con vida. El jefe de la expedición es el único que se atreve a sugerir abiertamente la cercana posibilidad de un destino fatal, uno de nosotros, si los demás desapareciéramos, os contará que llegó. El temor general tiene sus raíces bien afianzadas. Ha llegado el invierno. Sólo Dios sabe si las tormentas que los aguardan ocultas en las nubes, siempre al acecho, no serán las mismas que los sepulten en la fiera selva que se han propuesto conquistar. Los viajeros, conscientes de la historia nacional que los precede, escogieron esta fecha para honrar dos memorables aniversarios: la fundación de la muy noble y muy leal ciudad de San Francisco de Quito, y la batalla naval de Jaramijó, donde bajo el mando del general Alfaro, los liberales combatieron a los conservadores por vez primera.

Los raidistas son cinco, como los dedos de la mano, rozan las tres décadas sobre la faz de la tierra y los unen, más que la odisea que están a punto de vivir, las bisagras imbatibles de la amistad.

Carlos Alberto Aray: Nacido en Medio Mundo, sitio contiguo a la ciudad de Chone. Dedicado a trabajar en una pequeña finca, propiedad de sus padres, donde se mueve entre frutales, cultivos de cacao y de café. Amigo de la guitarra, del canto, del billar y los versos. Conocido en la sociedad por su espíritu aventurero. Jefe y creador de la expedición.

Artemio Aray: Otrora arquero titular de la selección de fútbol de Chone. Ídolo de los aficionados, que acostumbraban sacarlo en hombros del estadio, por mantener invicta a su escuadra durante largas temporadas. Pasó varios años en el oriente ecuatoriano aprendiendo medicina natural. No falta quien lo tache de vulgar curandero y hasta lo acuse de practicar brujería. El hermano menor de Carlos Alberto es el médico a bordo.

Juan de Dios Zambrano:
Hombre de letras. Periodista y poeta. Prestigioso personaje de la bohemia chonera, capaz de de cautivar a cualquiera en conversaciones que se dilatan hasta el amanecer, donde se tocan los más variados tópicos de actualidad, ciencia y política. Será el encargado de llevar la bitácora de esta expedición.

Emilio Hidalgo: Calificado con unanimidad como el mejor violinista de Chone. Nadie sabe cómo aprendió a tocar tan dócil instrumento, mucho menos el artista. Su recio carácter es bien conocido entre sus amistades, que saben que el intérprete puede abandonar un salón si alguien en el público no es de su agrado. Maestro electricista de profesión.

Plutarco Moreira:
Chofer profesional, especialista en montar y desmontar motores de todo tipo. Su trabajo es distinguido en toda la provincia. Son muchas las personas que han sido socorridas por él en carreteras abandonadas y silvestres. Se dice que no hay nada que este barón de las máquinas no pueda arreglar con sus herramientas. Será el encargado del volante. Nuestro piloto.

La misión: demostrarle a quienes administran los poderes públicos de la república del Ecuador, que la carretera Chone – Santo Domingo – Quito, tramo considerado indomable por las vías del progreso, es una empresa posible. Hasta ahora, la única forma de llegar a la capital desde Chone, es viajar a Bahía de Caráquez, desde ahí tomar un barco de vapor que tarda días enteros en llegar a Guayaquil, y entonces subir al ferrocarril.




KM. 32

Pasados los sitios Ricaurte y El Limón, donde los raidistas son recibidos con palpitantes pañuelos blancos, banderas y gritos de aliento, cae el primer aguacero. Son las 18h00 y aunque Plutarco Moreria trata de seguir adelante, el carro se encharca y patina y se ven obligados a detenerse hasta que pase la tormenta. La noche cubre el horizonte en la selva manabita. Orientados por la escasa luz de las luciérnagas, buscan hojas de platanillo, bijao o camacho, y montan una suerte de techo bajo el cual, para combatir el frío, se apretujan los cinco. Quieren fumar, pero los cigarrillos están empapados. Despiertan con el canto de un gallo. Se alegran. No están solos. Avanzan siguiendo la voz del animal y llegan a una pequeña estancia en Chontillal, entre El Limón y Zapallo, propiedad de Don Tiburcio Barreto, donde se les ofrece un desayuno campesino, huevos, queso y verde asado, que devoran guardando los modales.

8 de diciembre.

La lluvia entorpece el camino, lleno de pequeñas lagunas negras que el carro tiene que rodear. Atrás quedó el sitio Zapallo, donde tuvieron que pasar la noche reparando una perforación en el radiador. Ahora tienen que llegar a la parroquia Flavio Alfaro. En una zona denominada Cuello, el carro se atasca en el monte y en el lodo. Cuatro de los raidistas tratan con todas sus fuerzas de empujar el auto, mientras el chofer acelera a más no poder. Inútil es el arrojo. Todo lo que consiguen es llenarse de sudor y fango. Deciden enviar a Juan de Dios por ayuda. El poeta regresa al cabo de pocos minutos, con las manos en alto. Un montubio, que lo ha tomado por cuatrero, le apunta con una escopeta. Los raidistas proceden a identificarse y el montubio, que responde al nombre de Moisés Pazmiño, les ofrece su ayuda. Lo intentan de nuevo y el carro vuelve a la superficie irregular de la montaña.

10 de diciembre.

Tras permanecer dos días en Flavio Alfaro, la última población propiamente dicha en el trayecto hacia Santo Domingo de los Colorados, planeando detalles del viaje, salen rumbo a Chila, pequeña comunidad anterior a El Rosado, la siguiente parada estratégica. Para aligerar la carga, envían a lomo de mula el equipaje y el combustible. Las bestias se adelantan al carro y se dirigen directamente a El Rosado. Por su parte, los raidistas recorren los 17 Km. que los separan de Chila en un lapso de ocho días. Aprovechan la luz del sol para avanzar lo más que pueden y, durante la noche, aseguran el carro amarrándolo a gruesos troncos y buscan posada en las casas de amables familias montubias. Contratan a los auxiliares Romualdo y Félix Zambrano, gente de campo que conoce bien la ley de la selva.

18 de diciembre.

Ya en Chila, Carlos Alberto envía a Juan de Dios de regreso a Chone, en busca de dinero para continuar la expedición. Mientras él y los dos auxiliares inspeccionan a pie la ruta a seguir, Plutarco, Emilio y Artemio matan las horas compartiendo con los campesinos del lugar. A su regreso, ya acabada la tarde, Carlos Alberto encuentra a sus amigos bien enrumbados, cantando, bailando y bebiendo. Se han instalado en una casa, cuyo dueño se vanagloria de ser el mejor bebedor de la región. Carlos Alberto se excusa de la juerga, y a manera de broma y ligera venganza, le dice al anfitrión que sus compañeros se han propuesto emborracharlo para luego burlarse de él públicamente. Mientras el jefe de la expedición y los auxiliares duermen a pierna suelta, el dueño de casa y los otros raidistas bajan las reservas de aguardiente sentados a una mesa. El dueño de casa tiene en una mano el vaso y en la otra su largo y afilado cuchillo, que no soltará hasta que los otros hayan caído desmayados por obra y gracia del licor.



24 de diciembre.

Celebran la Noche Buena en El Rosado, desplegado sobre las cabeceras del Río Grande-Quinindé, cercados por orgullosas palmeras, matas de cady, yucales y caña de azúcar. La casa es de don Pedro Vega, a quien apodan El campeón de la selva, por la ayuda prestada y por su conocimiento total del traicionero monte. Esta noche, se ponen los trajes de gala que pensaban reservar para la llegada a Quito, los mismos trajes que usaron el pasado mes de julio, cuando Chone celebró sus fiestas cívicas y ellos se pasaron la noche festejando en la Plaza Central, de donde salieron hace 19 días. La cena contiene gallina criolla y plátano verde en abundancia. Armados con guitarra y violín, los raidistas agradecen las atenciones con canciones montubias que sirven lo mismo para cantar que para armar el baile. En cierto momento de la velada, Carlos Alberto, Artemio, Emilio y Plutarco, cada uno en un rincón, reciben la visita del fantasma de navidades pasadas. Antes de dormir, Carlos Alberto escribirá en su diario: alguno de nuestros compañeros sintió el dulce amor de una inquietud juvenil, al recibir todo el fuego tropical de unos ojos maravillosos y embrujadores. Nunca sabremos a qué compañero se refiere, tal vez sea mejor así. La mañana del 25, sus nuevos amigos se reúnen para despedirlos. Todos menos don Pedro Vega. Los raidistas lamentan su ausencia, pero no tienen tiempo que perder. Pasarán años hasta que don Pedro Vega confiese que evitó la despedida del puro dolor, para no pensar en los que flotarían sin vida en las aguas del Quinindé.

26 de diciembre.

El opulento río Quinindé emerge de las cordilleras de la parroquia Eloy Alfaro, sus poderosos afluentes lo transforman, kilómetros mediante, en el río Esmeraldas. No les queda otra que navegarlo para llegar a El Piojo, río arriba. Atravesar las riberas tomaría demasiado tiempo y las orillas son demasiado estrechas para el carro. Usando palo de balsa y amarras de bejuco piquigua, empalman tres balsas, una para el carro, una para los víveres y el combustible, y una más para la tripulación. Con buen clima, el tramo fluvial El Rosado-El Piojo puede cubrirse en tres horas. Pero estamos en invierno y los raidistas pasan tres días de extremas dificultades. Avanzando cortas distancias en jornadas interminables. La lluvia no les perdona la insolencia y el caudal del río no hace otra cosa que aumentar. A veces tiritan de frío, empapados por la lluvia. A veces el calor los fríe. Tienen las ropas rasgadas, las ramas los han rasguñado a profundidad y Artemio ha tenido que curarlos ahí, sobre la marcha. No son pocas las gotas de sangre que han caído al agua.

29 de diciembre.

La corriente de El Piojo es más brava que la del Quinindé. Deciden desembarcar el carro y descansar. Plutarco y Emilio cruzan nadando el río, llevan una cuerda atada a la balsa. Carlos Alberto y los dos auxiliares, desde la balsa de la tripulación, aseguran también con cuerdas la dirección del carro flotante. Artemio va junto al vehículo, usando una rama gruesa como palanca, dirigiendo la maniobra. A mitad de camino, la rama de Artemio no resiste la presión de la corriente y se rompe. La balsa se escapa veloz con el carro encima. Los raidistas se tiran al agua para tratar de alcanzarla. Artemio sigue a bordo, junto al vehículo. El cauce se estrecha, aparecen árboles, se forma un túnel perverso. Los fierros de la máquina se enganchan en las ramas enemigas, la balsa da una vuelta de campana y Artemio se lanza al agua para que no lo atraviesen las garras de los árboles. El resto de raidistas se sumerge y pasa por debajo del túnel. Cuando vuelven a respirar, ven la balsa orillándose sobre el lado izquierdo, pero no ven el carro. Artemio nada tras ella, la alcanza, se sube y la amarra a un chíparo. Los otros llegan sin fuerzas, Artemio los ayuda a subir. Los raidistas se tienden sobre la balsa, mudos, ahogados, sin saber muy bien si se salvaron o no. El silencio se prolonga por varios minutos. Carlos Alberto es quien pregunta ¿El carro se perdió o está debajo? Esta noche, ellos duermen sobre la balsa y el carro debajo del agua, todavía junto a ellos, aferrado a los palos de balsa.

31 de diciembre.

Se adentran en la selva, montan un rústico campamento, casan dos guantas y se alimentan. Vuelven al río, a recuperar el auto. Emilio y Plutarco tienen que desarmar la máquina para secar los aparatos, limpiarlos, engrasarlos y volver a ensamblar el esqueleto mecánico. El trabajo es largo y agotador. 1940 los sorprende probando el motor del carro, que enciende a la primera. Abrazos.

3 de enero de 1940.


Se encuentran en las aguas de El Suma. Juan de Dios lleva días enteros buscándolos, preguntando por ellos, escuchando que nadie puede cruzar las aguas del Quinindé en invierno, menos en una balsa. Si no fue la corriente la que acabó con ellos, el Chicharo, un pez gigante, con dos hileras de puntiagudos dientes en la mandíbula inferior y otra en la superior, seguro los devoró sin piedad. Al verlos, Juan de Dios se lanza al agua y nada a su encuentro. La selva oye sus gritos de felicidad y los disparos al aire de una Smith & Wesson calibre 32. El próximo destino es el Sumita, donde Manabí y Pichincha se tocan. Todavía los espera Santo Domingo, allí habrán completado, creen ahora, el tramo más duro del raid.

Santo Domingo de los Colorados.

Entran al pueblo en medio de grandes celebraciones. Piensan que se trata de una fecha importante para los nativos, pero no, el agasajo es para los raidistas y para el primer automóvil que toca tierra de los Colorados. La noticia ha viajado más rápido que sus actores. En el centro de la plaza, la tricolor flamea en la cumbre de una caña guadua tan verde como se puede ser. Banderines y gallardetes engalanan los portales de las residencias. Jóvenes a caballo hacen la calle de honor. Uniformados deportistas desfilan junto al carro. Los raidistas se detienen en el medio de la plaza y reciben los saludos de las más distinguidas damas. Mientras tanto, en la tierra que los vio partir, se piensa que han muerto o que están escondidos en alguna parte, temerosos de volver y reconocer un fracaso miserable. Esa misma tarde, el telégrafo del cantón manabita empieza a recibir en clave morse, saludos y congratulaciones a las autoridades y a la ciudad de Chone, aplaudiendo el arribo victorioso de los raidistas a Santo Domingo. A las 20h00, la única casa con techo de zinc en el pueblo, conocida como La Casa de Teja, albergaba la fiesta. Carlos Alberto a la guitarra, encanta a una muchacha. Emilio le dice a la suya: una cosa es con guitarra y otra con violín. Plutarco ensaya un piropo propio de su oficio: la luz intensa de tus ojos, perfora el parabrisas de mi corazón. Artemio hace lo suyo: eres más fragante que una matita de hierbabuena. Por su parte, Juan de Dios, llegado el momento de hacer memoria, escribirá: nos apretamos más, de repente, en la semipenumbra, floreció el milagro de un beso, robado en la noche cálida y romántica. Al día siguiente recibirán la visita de la prensa quiteña. Antes de abandonar los dominios que tan bien los han recibido, escucharán una pregunta que los hará partirse de la risa. ¿Qué come el carro?



El río Buenasilla.

Despiertan en la hacienda Chiguilpe, propiedad del general Alberto Enríquez Gallo, presidente del Ecuador de 1937 a 1938, quien encandilado por la hazaña, ha decidido acompañarlos junto a sus hombres hasta el peligroso cruce del río Buenasilla. La colina que lleva a la orilla es prácticamente horizontal. Tienen que atar las cuatro esquinas del carro con cabos que a su vez pasan por motones para bajar el vehículo hasta el píe del río. Todo lo que he presenciado es magnífico, pero sigo intrigado, ¿cómo piensan pasar el río?, pregunta el general. El Buenasilla desfila potente entre dos paredes de roca viva, separadas por 7 metros de vacío. Allá, abajo, a 15 metros de donde estacionaron el carro, brama la corriente espumosa. Para qué darle vueltas al asunto, hay que hacer un puente. Con ayuda de los hombres traídos por el general, cortan cuatro troncos de unos 12 metros de longitud, y los tienden entre lado y lado. Levantándolo en peso, colocan el carro en los silvestres rieles. Cada llanta se acomoda entre dos troncos. Plutarco sube, enciende el motor y pregunta ¿Me voy? Carlos Alberto sabe que al dar la orden podría estar enviando a su compañero a una muerte segura, pero estando dónde están, ya no se pueden detener. ¡Largo!, grita el jefe de la expedición. El carro avanza lentamente, cualquier maniobra errante puede ser la última. Los raidistas aguardan sosteniendo la respiración. A la mitad del frágil puente, los troncos comienzan a doblarse, como una hamaca, dirá Carlos Alberto cuando se le pregunten. Un segundo más en esa posición y los troncos se rompen y hasta aquí llegó el famoso raid. Plutarco hunde el pie en el acelerador y sólo una vez que las llantas traseras han tocado tierra firme, cayendo de los troncos, se derrumba sobre el asiento del conductor y levanta los brazos para tocar el triunfo con las manos. Aun falta el paso por la orilla del Tocahi, que mide tres metros, donde levantarán con sus manos el lado derecho del carro y Plutarco conducirá lentamente sobre dos ruedas. Aun falta el paso por el delgado puente Lelia, que palpitará a cada centímetro que recorran las llantas. Pero los raidistas sienten que ya nada, ni nadie, puede detenerlos.

Quito, 28 de enero de 1940.

Lo primero que ven es un grupo de gente junto a un carro alegórico arreglado con flores de todos los colores. Es el comité de bienvenida, conformado en su mayoría por los miembros de la Asociación de Manabitas Residentes en Quito. Los abrazos vienen de todos los flancos. La alegría compartida es inmensa. El carro alegórico prologa la entrada a la parroquia urbana La Magdalena, donde cordones de policías tratan, inútilmente, de controlar a la multitud que se ha volcado a las calles para aclamarlos. ¡Viva Chone! ¡Viva Quito! ¡Viva el Ecuador! Avanzan por la calle Bahía hasta la Avenida 24 de Mayo. Contemplan el monumento a los Héroes Ignotos, sabiendo que no fueron pocos los momentos donde pensaron, presas del pánico, que también ellos serían titanes anónimos. Llegan al Estadium Municipal, donde sucede una mañana deportiva organizada en su honor. El partido de fútbol entre los equipos Gladiador y Gimnástico se interrumpe y el Chevrolet descapotable modelo 1931, el carro de la victoria, se estaciona en la mitad del campo de juego. La lluvia de flores cae desbordada sobre nuestros conquistadores. Más tarde irán al Palacio Municipal, donde en sesión solemne, recibirán de don Gustavo Mortensen sendas medallas de oro, que brillarán sobre sus embarradas y deshilachadas ropas kaki. En el acto de condecoración estarán figuras políticas, diplomáticas y sociales. Luego irán a un banquete en el hotel París, donde la colonia manabita los servirá hasta el cansancio. Los rotarios quiteños organizarán su propio homenaje en el salón Las Palmas del hotel Metropolitano. Mañana será un gran día, el presidente electo, Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río, ofrecerá su apoyo incondicional al proyecto de carretera Chone - Santo Domingo – Quito. Y el encargado del poder, Dr. Andrés F. Córdova les dará audiencia en el Salón Amarrillo del palacio de Carondelet, para anunciarles que otorgará un millón doscientos mil sucres para el inicio de la obra. Los raidistas no saben lo felices que serán en las horas que los esperan. En su mente una imagen que los acompañará por el resto sus días: Chone.

11.11.2008

Los árboles de Zambra ( II )


Julio, el protagonista de Bonsái, en algún momento de la novela trabaja para un escritor que, justamente, está escribiendo un libro llamado Bonsái.

Digamos que esta es mi novela más personal. Es bien distinta de las anteriores. Te la resumo un poco: él se entera de que una polola de juventud ha muerto. Como todas las mañanas, enciende la radio y escucha que en obituario dicen el nombre de la mujer. Dos nombres y dos apellidos. Así empieza todo.
¿Todo qué?
Todo, absolutamente todo. Te llamo, entonces, tan pronto como tome una desición.
¿Y qué más pasa?
Nada, lo de siempre. Que todo se va a la mierda...


El protagonista de La vida privada de los árboles, segunda novela de Alejandro Zambra, no se llama Julio, pero casi, se llama Julián y está, justamente, siempre escribiendo y cortando y revisando y leyendo su novela, que se llama Bonsái. Esto me hace pensar que Zambra lo tiene todo fríamente calculado, que es un francotirador que no falla ni así su vida dependiera de un error, de un centímetro a la derecha, de una coma por aquí y un punto seguido por acá.



Todo pasa en una noche. Julián está cuidando a Daniela, la hija de su novia Verónica. Si estuvieran casados Daniela sería hasta en papeles la hijastra de Julián. Para conducirla al sueño, Julián le cuenta a Daniela La vida privada de los árboles, una serie de cuentos protagonizados por un álamo y un baobab. Verónica no está en la casa. Daniel no quiere pensar demasiado, pero lo hace, calcula todo tipo de escenarios y en muchos de ellos, obvio, Verónica no vuelve jamás y él se queda con Daniela y tienen que vérselas con una nueva vida así como les viene, de sopetón. Pasan las horas, las páginas, los recuerdos de Julián y los hologramas de un cada vez más posible futuro incierto. Y nada, Verónica no llega y mientras así sea, la novela continúa. Zambra lo sabe perfectamente.

Pero no es esta una noche normal, al menos no todavía. Aún no es completamente seguro de que haya un día siguiente, pues Verónica no ha regresado de su clase de dibujo. Cuando ella regrese la novela se acaba. Pero mientras no regrese el libro continúa. El libro sigue hasta que ella vuelva o hasta que Julián esté seguro de que ya no va a volver. Por lo pronto Verónica falta en la pieza azul, donde Julián distrae a la niña con una historia de la vida privada de los árboles.

Esta noche, cuando Daniela esté dormida, Julián entenderá que a veces nos dejan así, de un día para el otro, en cuestión de segundos. Un día estamos acompañados y pensamos que nada es tan malo porque, de cualquier manera, alguien está ahí para ayudar a soportar el peso. Pero nosotros somos, también, pesados, una carga de la que de pronto alguien ha estado pensando en librarse desde hace mucho.



Frase clave:

Salvarse de ésta sería, acaso, despertar. Pero no puede despertar: está despierto.

La vida privada de los árboles es apenas veinte páginas más larga que Bonsái, y en esas carillas se siente un crecimiento significativo, como si en cada nueva palabra Zambra hubiese pasado la vida entera.

11.07.2008

Los árboles de Zambra ( I ).


Volviendo al tema Fiesta del Libro Quito 08, tras el Obama fest, he regresado a Bonsái, la primera novela del chileno Alejandro Zambra (1975), otro de los invitados a esta celebración de las letras. Creo que con ésta van tres o cuatro veces que la leo de un tirón, en una sentada. No es para menos, el libro es corto, menos de cien páginas, y tiene buen ritmo, tiene pulso, está vivo, avanza sin problemas y sin cortes comerciales.

Impresiona desde los epígrafes.

Pasaban los años, y la única persona que no cambiaba era la joven de su libro. (Yasunari Kawabata)

El dolor se talla y se detalla. (Gonzalo Millán)

El primer párrafo de la novela es, también, impresionante.

Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura.

En efecto, lo que más hay en Bonsái es literatura. Es una novela para lectores que leen a escritores o para lectores que escriben y quieren o quisieron alguna vez ser escritores. De hecho, Julio y Emilia leen harto y empiezan su relación con una mentira, como casi todos los libros. Para ser exactos, las cosas suceden de la siguiente manera:

La primera mentira que Julio le dijo a Emilia fue que había leído a Marcel Proust. No solía mentir sobre sus lecturas, pero aquella segunda noche, cuando ambos sabían que comenzaban algo, y que ese algo, durara lo que durara, iba a ser importante, aquella noche Julio impostó la voz y fingió intimidad, y dijo que sí, que había leído a Proust, a los diecisiete años, un verano, en Quintero.

Quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. Yo también he mentido, he dicho que he leído cuando apenas conozco la leyenda, el mito. Lo he dicho para quedar bien y, como Julio, para que alguna chica piense que soy más inteligente de lo que soy o, por lo menos, menos tonto de lo que aparento. Me gusta éste género de nerds literarios y eróticos.

Devino entonces en una costumbre esto de leer en voz alta –en voz baja- cada noche, antes de follar. Leyeron El libro de Monelle, de Marcel Schwob, y El pabellón de oro, de Yukio Mishima, que les resultaron razonables fuentes de inspiración erótica.



Julio y Emilia leen a Perec, a Onetti, a Raymond Carver, así como poemas de Ted Hugues, de Tomas Tranströmer, de Armando Uribe, de Kurt Folch y la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo. Autores que seguro están en casa de Zambra, subrayados y ajados, o detrás de un cristal que dice: en caso de emergencia rompa el vidrio.



Las cosas entre Julio y Emilia empiezan a ir mal cuando, por ejemplo, les deja de gustar Macedonio Fernández. Este tipo de acontecimiento, de ruptura, son para un lector un regalo, una señal de compañía.

De todas las frases, hoy, me quedo con esta pregunta, que refleja el engranaje moral de esta novela.

¿Qué sentido tiene estar con alguien si no te cambia la vida?

11.05.2008

Aguante Obama


Nunca me ha gustado la política. Podría decir que la odio y que sospecho de todos los que se meten en ella, así tengan las mejores intenciones. Para mí, la política sigue siendo una cosa de grandes, de aburridos y corruptos adultos, una criatura amorfa que se disfraza para engañar. Me siento orgulloso de vivir, en la medida de lo posible, al margen de la política, orgulloso de que me importe poco, de no intervenir en las conversaciones que la invocan, soberano en la república independiente del Yo, en el fervor del centro anarquismo, como decía Borges. El poder corrompe, qué duda cabe. Pero hoy es un día especial. Cuando se trata de los Estados Unidos de Norteamérica, el mundo entero debería intervenir, el mundo entero debería votar, hacer oír su voz. Este es un asunto que nos incumbe a todos.



Desde hace unos minutos que la noticia es oficial: Barack Hussein Obama Jr. es el nuevo presidente en USA. Me siento contento, muy contento, tal vez no debería ser así pero así es, y me gusta este feeling. Es cierto que es fácil querer a Obama y que, estar de su lado, habla mejor de uno que de él. A mí me cae bien por las cosas más sencillas. Obama me cae bien porque es hijo de extranjeros en un país hecho por extranjeros, porque nació en Hawái (precisamente en Honolulu) y haber nacido frente al mar es un plus y cuenta bastante, porque es joven (modelo 1961) y al terminar su período tendrá todavía la vida por delante y verá crecer a sus hijas, porque cree en el Internet, porque apareció en The Daily Show con Jon Stewart y estuvo súper cool, porque si se deja crecer el pelo se le hace un afro, porque será el amanecer tras la larga y oscura y sangrienta y boba noche Bush, porque supo pelear como un caballero contra Hillary Clinton, porque Janeane Garofalo hizo campaña por él, porque dos de cada tres latinos lo apoyaron en las urnas, porque arrancó con todas las de perder y como en la mejor película americana, terminó ganando, como un Rocky Balboa que se defiende con palabras, porque maneja los medios como pocos y, claro, obvio, cómo no, me cae bien por ser negro y lanzarse a presidente de un país racista y represor. All the luck para Obama.



Mi padre, que pasa de los sesenta, está a mi lado, viendo extasiado la transmisión de CNN en inglés para cachar el discurso en idioma original. Mi viejo dice que esto parece ficción, un estreno de fin de semana, que nunca creyó vivir para ver a un negro asumiendo la presidencia de los Estados Unidos. Mi madre, medio dormida, le juega una broma y le dice que él no sólo es republicano sino que debió haber nacido en Texas. Nos reímos. En la tele también ríen, lloran, aplauden, gritan. Jóvenes, viejos, negros, blancos, rojos, azules, chinos, esta sí parece una fiesta de todos y para todos. Los comentaristas dicen que Obama es nuestro JFK. Esperando la salida de Obama, escuché el discurso de McCain y me gustó harto, casi me hizo sentir mal de conmoverme ante las palabras de un tipo que hizo campaña sucia. McCain (o sólo Cain, ¡ja!) perdió bien, con altura, sin resentimientos ni amenazas, porque sabe, espero, que en este momento lo que hay que hacer es poner el hombro. Obama abrió su discurso diciendo “¿Hay alguien a quien le queden dudas de que USA es un país en el que todo es posible?” Bien. Lo imposible fue posible, yes we can, ladies and gentleman. No soy, ni de lejos, de esos que odian a los gringos, jamás he pensado que ellos son ricos porque nosotros somos pobres ni mucho menos. Creo que existen el imperialismo y la injusticia, y que hay que combatirlas con uñas y dientes. Pero USA está, nos guste o no, en nuestro inconsciente colectivo. Por lo menos a mí me ha formado, me ha dado casi todo el cine que he visto, mucho de todo el rock que he escuchado y harto de la literatura que he leído. Hoy es un gran día, The Birth Of A Nation. Cheers to you, boys and girls.