1.29.2009

Probablemente.


La película se llama Le Diable probablement, fue escrita y dirigida por el francés Robert Bresson (1901-1999) y se estrenó en 1977. La vi ayer. Por razones varias, necesitaba dejar de pensar, desconectarme, unplugged myself to live. Buscaba entretenimiento y esta la tenía hace meses esperando turno para debutar en mi DVD player. Miré unos pocos segundos la portada y sin darle muchas vueltas al asunto dije: why not? Más de uno dirá, no sin razón pero tampoco con toda la razón del mundo, que una película francesa (o una película de Bresson) no es lo adecuado para momentos en los que se procura el mero y sano esparcimiento.


Charles tiene veinte, ya no es un adolescente, peor aún un hombre. Como todos en algún momento, busca algo que lo convenza de que vale la pena seguir caminando sobre esta tierra. Lo busca entre las dos chicas con las que se acuesta y cree amar (lo que en rigor cree, es que en el amor hay una esperanza, una razón). Lo busca en sus amigos de izquierda que creen estar no sólo viviendo sino protagonizando la revolución definitiva. Lo busca en los nihilistas medio hippies reunidos a la orilla de un río, en silencio, tocando una flauta y unos tamborcitos que parecen de juguete y suenan a hierba. Lo busca en los anarquistas que no le dan mucha bola. Lo busca en un psicólogo al que le dice “Sé que soy más inteligente que los otros. Estoy perfectamente consciente de mi superioridad. Pero si hiciera algo, estaría siendo útil en un mundo que me da asco y traicionaría mis ideas. Prefiero pensar que no hay salida”. Así de directo es Charles y así de directo es Bresson y así de directo es, probablemente, el Diablo.


Charles es flaco, lleva el pelo largo y se viste como si tocara en una banda de rock a la que no le va del todo bien. Su rostro tiene siempre un tono entre bajoneado-bajoneante y arrogante, con la cuota obvia de grunge. Charles y uno de sus amigos, que se viste como un resignado oficinista, van en un bus y se preguntan quién lleva las riendas del universo. Piensan en Dios. Pero enseguida, un tipo mayor, calvo y amargado, de esos que uno puede darse cuenta a leguas odian su trabajo y parte de su vida, les dice, cabreado, “No sé… el Diablo, probablemente” Queda claro que esta es una de esas pelis pesimistas. Aunque por lo general odio eso de matar al personaje principal de tu historia (y eso que soy fan de Kurt Cobain, de Andrés Caicedo y de Hunter S. Thompson), esta me pegó. Al principio vemos dos notas impresas en periódicos: la primera habla sobre el suicidio de un joven y la segunda plantea la posibilidad de que se trate de un asesinato. La verdad, como ya se lo imaginan, como no podría ser de otra manera, es que Charles decide morirse y da lo mismo si es él u otro quien gatilla el proyectil.


La cosa es que algo pasa con esos disparos. Esos disparos duelen. Duelen mucho. Desde los disparos en Elephant de Gus Van Sant que no sentía algo como esto. Algo como estar ahí, apenas centímetros alejado del lugar donde se está disparando un arma y donde un cuerpo cae sin vida al asfalto enfriado por el viento de la noche. Algo como temblar con cada descarga, con cada pequeña explosión. Supongo que a veces, estamos más predispuestos a sentir cosas. Hay días en que nos abrimos y días en que nos encerramos bajo siete llaves y no queremos saber es nada de nadie. Bresson lo entendió bien. Bresson no se mató pero mató a uno de sus personajes más notables para defender un punto y generar opiniones. Hágase el silencio.



· La conseguí en el C.C. El Espiral (Quito, Ecuador).

1.26.2009

Triángulo.


Vamos a celebrar el post número 100 (¿habrán muchos más?, God Only Knows) con música. Habiendo dejado en claro que mi álbum-08 es, por todo lo que hace y por todo lo que representa, Black Ice de AC/DC, me permito realizar a continuación un corto pero sentido vistazo a tres discos que, según la prensa internacional, tanto la indie como la establecida, estuvieron entre los mejores del 08.


1. Everything That Happens Will Happen Today (David Byrne & Brian Eno): Para muchos, esta unión es algo así como la segunda venida de Jesús a la tierra. David Byrne, creador del concepto y el estilo de vida Talking Heads, en quien no confío plenamente por su estrecha relación con ese género diplomático y desabrido llamado World Music. Por su parte, Brian Peter George St. John le Baptiste de la Salle Eno, o simplemente Brian Eno, comenzó su carrera con Roxy Music, como solista compuso Here Come The Warm Jets, uno de los mejores álbumes de todos los tiempos, trabajó hombro a hombro con Bowie en su trilogía de Berlín (Low, Heroes, Lodges), fue productor del mejor U2 e inventó el ambient, algo de lo que no sé si debería sentirse orgulloso. Byrne & Eno trabajaron juntos en 1981, en My Life In The Bush of Ghosts. Ahora han vuelto con un disco francamante fantástico, lleno de esas melodías que uno piensa han estado siempre ahí. ¿Es real?, ¿vivimos todos estos años sin Everything That Happens Will Happen Today? No lo creo. Imposible.






2. Dig!!! Lazarus Dig!!! (Nick Cave and The Bad Seeds): El australiano es, sin duda, el más rockero de esta pequeña lista. Con una banda estándar (guitarras, bajo, batería, piano) y la poca pero no imperceptible ayuda de la tecnología, Cave entra a escena, como siempre, canchero, mitad punk-delincuente-arma-broncas-en-tabernas mitad poeta-disciplinado-que-corrige-borradores-hasta-el-cansancio. Tal vez por ser hijo de un profesor de literatura y de una bibliotecaria, el destino de Nick Cave estuvo trazado desde un principio. Sin embargo, las letras le hubieran quedado cortas, ¿qué habría hecho con toda esa actitud que derrama en los escenarios?, ¿podría solo como escritor usar ese bigote que algo tiene de estrella porno en decadencia?, ¿se aguantaría una tarde firmando libros en el Barnes & Noble del Aventura Mall de Miami?, Fuck that, let’s rock. Las malas semillas de Nick Cave dieron, la temporada pasada, uno de sus mejores frutos. Tal vez el pobre Lázaro, que ha estado en boca de todo el mundo, no se merecía que para colmo viniera Cave a decirle como cavar su propia tumba. Pero vaya que nos hacía falta esta versión del evangelio.





3. Dear Science (TV On The Radio): Terminamos con el plato fuerte, no con el postre. El segundo álbum en la carrera de la banda de Brooklyn es simplemente impresionante, magnífico, perfecto, indescriptible y cercano. Desde ya, está en el Olimpo, con los grandes. Dear Science es tal vez el gran disco de esta primera década del siglo XXI. Un puñado de canciones preparadas para combatir la crisis moral y material que se nos viene encima. Además, un disco que se deja bailar sin vergüenza, es decir, no es algo que bailas en la disco a las tres de la mañana cuando te has tomado la vida entera y ya no importa nada. Este es ese disco con el que bailas en casa, el que te mueres por mostrarle a tus amigos, el que, estás seguro, impresionará a tu novia y te permitirá ver como ella lo disfruta y se vuelve todavía más hermosa. Una mezcla precisa entre talento, virtuosismo lírico-musical y un feeling desbordante que te lleva, te revuelve y, al mismo tiempo, te protege. En la era Obama, una banda de colores comprueba que lo bueno viene de todas partes, no de una fuente mágica plantada en un lugar específico.





1.22.2009

Confesiones de un burgués.


El libro se llama El último encuentro. En la solapa dice, acerca de su autor, lo siguiente: Sándor Márai nació el año 1900 en Kassa, una pequeña ciudad húngara que hoy pertenece a Eslovaquia. Pasó un periodo de exilio voluntario en Alemania y Francia durante el régimen de Horthy en los años veinte, hasta que abandonó definitivamente su país en 1948 con la llegada del régimen comunista y emigró a los Estados Unidos. La subsiguiente prohibición de su obra en Hungría hizo caer en el olvido a quien en ese momento estaba considerado uno de los escritores más importantes de la literatura centroeuropea. Así, habría que esperar varios decenios, hasta el ocaso del comunismo, para que este extraordinario escritor fuese redescubierto en su país y en el mundo entero. Sándor Márai se quitó la vida (de un tiro en la cabeza) en 1989 en San Diego, California, pocos meses antes de la caída del muro de Berlín.

Me lo recomendó un amigo en el que confío mucho, justamente, porque anda metido en cosas que no suelen existir en mi universo (aunque me cae muy bien la gente que, por ejemplo, desprecia a Rayuela y a Miles Davis, los que no temen ofender a las vacas sagradas). Me dijo que era su libro del año-08. Estas son palabras, rigurosas sentencias, que no se pueden decir porque sí, estas cosas importan. Cuando alguien te dice “este es mi libro del año” está arriesgándose a ser juzgado por su elección y, como todos, corre el riesgo de no ser absuelto por la historia.


Impulsado por la convicción irreductible de mi amigo, entré a una librería en Buenos Aires y pregunté por El último encuentro, de Sándor Márai. Pensé que se trataba de un autor rebuscado y que tardarían en encontrarlo, teniendo que consultar el inventario computarizado. Nada que ver. Márai es un fenómeno, un best seller y, muy posiblemente, una religión en ciertos lugares del mundo. El librero me guió hacia donde estaban sus libros y vi que todos, absolutamente todos los que estaban apilados en la repisa, tenían no una, no dos, sino decenas de ediciones. De hecho, una señora venezolana (que pareció decepcionarse cuando le dije que no era de la tierra de Chávez sino la de Correa) que bien podría ser mi madre y vestía con demasiados colores, se emocionó y en cuestión de segundos colocó todos los libros de Márai en mis manos. Su argumento era simple: no puedes leer un libro de Márai, los lees todos o no lees nada.


No hice lo sugerido por la dama oriunda de la hermana y bolivariana-guevarista república de Venezuela. Compré aquel que fui a buscar y Confesiones de un burgués, un libro compuesto por las memorias de Márai (mi interés en el non-fiction no hace sino crecer). Días después, mi hermana tomó la novela por casualidad, por leer algo, cualquier cosa, para matar el tiempo, y se lo devoró y me dijo que estaba increíble y que era lo mejor que había leído en mucho tiempo. Así entré a esta novela (que, básicamente, narra el reencuentro de dos amigos al final de sus vidas), con tres excitadas recomendaciones no sólo distantes, sino disímiles filosóficamente.

En honor a la verdad, debo decir que la prosa de Márai es tan ágil, agradable y refinada, que resulta complicado cerrar las páginas. Sin embargo, estamos hablando de literatura old school, de esa que usa personajes y escenarios para soltar monólogos y soliloquios. De pronto, El último encuentro funcionaría mejor o se sentiría más sincero si fuese un ensayo. Pero tras constatar que he subrayado mucho más de lo que pensaba, capto que esta novela me gustó y, al parecer, me gustó bastante.


Cuando pasa de los noventa, la gente envejece de manera distinta que a los cincuenta o a los sesenta. Envejece sin resentimientos.

Estudiaban desde la mañana hasta la noche, para saber lo que se podía decir y lo que no. En la Academia, donde estudiaban cuatrocientos muchachos, había un silencio parecido a la quietud de una bomba momentos antes de estallar.

Cada par de guantes, explicaba Konrád, que he tenido que comprarme, para ir contigo al teatro, llegaba de aquí. Si me compro una silla de montar, ellos no comen carne durante tres meses. Si doy una propina en una fiesta, mi padre no fuma puros durante una semana. Y todo esto dura ya veintidós años. Sin embargo, nunca me ha faltado de nada. En algún lugar lejano de Polonia, en la frontera con Rusia, existe una hacienda. Yo no la conozco. Era de mi madre. De allí, de aquella hacienda llegaba todo: los uniformes, el dinero para la matrícula, las entradas para el teatro, hasta el ramo de flores que envié a tu madre cuando pasó por Viena, el dinero para pagar los derechos de los exámenes, los costes del duelo que tuve que afrontar con aquel bávaro. Todo, desde hace veintidós años. Primero vendieron los muebles, luego el jardín, las tierras, la casa. Después vendieron su salud, su comodidad, su tranquilidad, su vejez, las pretensiones sociales de mi madre, la posibilidad de tener una habitación más en esta ciudad piojosa, la de tener muebles presentables y la de tener visitas. ¿Lo comprendes?
Lo siento mucho, dijo Henrik, nervioso y pálido.
No tienes porqué disculparte, dijo su amigo, muy serio.

Como se amaban, se perdonaban mutuamente su pecado original: Konrád perdonaba la fortuna de su amigo y el hijo del guardia imperial perdonaba la pobreza de Konrád.

Aquellas mujeres llevaron el éxtasis del primer amor a la vida de ambos, con todo lo que el amor significa: deseos, recelos y una soledad desgarradora. Al mismo tiempo, más allá de las mujeres, de los distintos papeles, más allá del mundo, se vislumbraba un sentimiento más fuerte que ningún otro. Un sentimiento que tan sólo los hombres conocen. Se llama amistad.

…Se refería al trópico… Por las noches, cuando intentas dormir, sientes como si estuvieras acostado en una neblina húmeda. Por las mañanas, aquella neblina se vuelve más espesa, más cálida. Con el paso del tiempo, todo te da igual. Allí todo el mundo bebe, todo el mundo tiene los ojos enrojecidos. Durante el primer año, crees que te vas a morir pronto. Durante el tercero, te das cuenta de que ya no eres el mismo, como si tu ritmo de vida hubiese cambiado. Vives con más intensidad, con más rapidez, algo te quema por dentro, tu corazón late de otra forma, y al mismo tiempo todo te da igual. Todo te da exactamente lo mismo, y eso dura meses y meses. Luego llega un momento en el que llegas a no comprender lo que ocurre a tu alrededor. Ese momento puede llegar tras haber pasado cinco años o durante los primeros meses. Es el momento de los ataques de furia. Mucha gente mata en esos momentos, o se mata.

Me enteré de que había estallado la revolución en Rusia. Un hombre, de quien en aquel momento sólo se sabía que se llamaba Lenin, había regresado a su país, en un vagón blindado, llevando las ideas bolcheviques en su equipaje. En Londres también se enteraron, el mismo día que mis obreros, sin teléfono ni radio, en medio de la selva, entre cenagales. Era incomprensible. Luego lo comprendí. Uno siempre se entera de lo que le importa, sin ningún aparato, sin teléfono, sin nada.

Uno no peca por lo que hace, sino por la intención con que lo hace. Todo se resume en la intención. Los más importantes sistemas jurídicos de la antigüedad, basados en la religión (que yo he estudiado), lo conocen y lo proclaman. Una persona puede cometer una infidelidad, una infamia, sí, y hasta puede matar, y al mismo tiempo puede mantenerse puro y limpio por dentro. Una acción en sí no representa la verdad. Sólo es una consecuencia, y si un día uno se ve obligado a ejercer de juez, si pretende juzgar a alguien, tiene que llegar más allá de los hechos del informe policial, y tiene que conocer lo que los doctores en derecho llaman los motivos.

Tenemos que soportar nuestro carácter y nuestro temperamento, ya que sus fallos, egoísmos y ansias no los podrán cambiar ni nuestras experiencias ni nuestra comprensión. Tenemos que soportar nuestros deseos no siempre tengan repercusión en el mundo. Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre nos amen, o que no nos amen como nos gustaría. Tenemos que soportar las traiciones y las infidelidades, y lo más difícil de todo: que una persona en concreto sea superior a nosotros, por sus cualidades morales o intelectuales. Esto es lo que he aprendido en setenta y cinco años de vida…

1.19.2009

Gran Fucking Torino.


Hace meses vi Changeling, el policial-noir dirigido por Clint Eastwood y protagonizado por Angelina Jolie y John Malkovich. Aunque me gustó mucho, debo decir que abarca más de lo que aprieta y tiene una serie de sub tramas que no alcanzan a desarrollarse. La vi, sobre todo, porque en esta vida no sobra la fidelidad y yo le soy fiel a Clint Eastwood, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza.


Algo raro me pasa con los films de Eastwood: siempre me gustan pero jamás me encantan a la primera (no he vuelto a ver Changeling) sino después, a la segunda, a la tercera. De pronto pasan los meses y me doy cuenta de que he visto películas de Eastwood muchas veces y estoy atrapado sin salida. Me pasó con Bird (la fantástica biografía Gonzo del saxofonista Charlie Parker, el mismo Johnny Carter de “El perseguidor” de Cortázar), con Unforgiven, con Mystic River, con Flags of our Fathers, con Letters from Iwo Jima y hasta con Million Dollar Baby, y ahora están todas protegidas por mi afecto. Sin embargo, hay dos películas que me impresionaron y me marcaron y me tumbaron y me atraparon de una: The Bridges of Madison County (que vi a regañadientes, completamente seguro de que la odiaría con toda mi alma) y, ahora lo sé, Gran Torino. Gran-Fucking-Torino.

Mientras promocionaba Changeling en festivales internacionales, Clint Eastwood anunció que su siguiente proyecto, llamado Gran Torino (en honor al auto Ford que simboliza mucho en este film y que, dicho sea de paso, es el que usaban Starsky & Hutch), sería protagonizado por él y, muy posiblemente, se trataría de su última aparición en pantalla, frente a las cámaras. No es para menos, Eastwood tiene 78 y no debe ser nada fácil dirigir y actuar a esa edad. Pues bien, Clint Eastwood ha decidido morir en vivo, descansar en un ataúd cuyo interior está forrado con celuloide para que todos podamos velarlo y llorarlo como se merece. En Gran Torino, Clint Eastwood nos entrega a su alter ego definitivo: un veterano de la guerra en Corea, viejo cascarrabias, malgenio, sabelotodo, aparentemente intratable y violento de apellido Kowalski. Mr. Kowalski is a badass, the thoughtest motherfucker ever.


Su esposa acaba de morir, sus hijos prefieren no tenerlo cerca, su nuera es una perra codiciosa y a su nieta adolescente todavía no le florece neurona alguna. Para colmo, el barrio en el que vive Mr. Kowalski se ha llenado de inmigrantes, sobre todo asiáticos y latinos, gente que él, en teoría, aborrece. Sin su mujer, el mundo de Mr. Kowalski se remite a arreglos caseros y a tomar cerveza sentado en su porche, junto a su mascota. Esto cambia cuando un pleito en casa de sus vecinos traspasa los límites territoriales y se transforma en su problema. Entonces Mr. Kowalski aparece en escena, escopeta en mano, y dice una de las frases que, como “Make my day” en Dirty Harry, quedará para el bronce y se aplicará de aquí a la eternidad en situaciones varias, “Get off my lawn!” De ahí en adelante, el intolerante y cerrado Mr. Kowalski se abrirá de a poco y vivirá intensamente los últimos días de su vida.

La vi con un par de personas más y el comentario general es que peca de fácil y de tener moral ochentera. Criterio que respeto pero no comparto en lo absoluto. A Gran Torino, es cierto, se le ven las costuras y a ratos se le siente una cursilería senil. Pero hace rato, rato, que no veía una película tan entretenida, que se preocupe tanto de cuidar a sus personajes y que no se avergüence de mostrar el corazón con que fue hecha. Eso, damas y caballeros, vale más que cualquier pirotecnia fílmica que ilumine la oscuridad por un momento para luego dejarnos, de nuevo, sumidos en las tinieblas. Gran Torino salió de la fábrica sin fecha de expiración. Esta se queda.


Otras frases para el bronce de Mr. Kowalski.

Ever notice how you come across somebody once in a while you shouldn't have messed with? That's me.

Oh, I've got one. A Mexican, a Jew, and a colored guy go into a bar. The bartender looks up and says, "Get the fuck out of here."

I may not be the most pleasent person to be around, but I got the best woman who was ever on this planet to marry me. I worked at it, it was the best thing ever happend to me

Yeah... yum yum... yeah... nice girl... nice girl, very charming girl... I talked with her... yeah But you, you just let her walk out rigth out with the 3 stooges. And you know why? 'cause you're a big fat pussy. Well. I gotta go. Good day pussycake.

1.15.2009

Es Rock.


La edición de enero-09 de la Rolling Stone argentina puso en portada a AC/DC bajo un titular escrito en mayúsculas: LAS SAGRADAS ESCRITURAS DEL ROCK & ROLL. Say No More, my friends. Aunque RS no es lo que era, sobre todo por tratar de adaptarse a una era musicalmente decadente en vez de combatirla, esta vez acertaron, dieron en el clavo. ¿Existe una banda más rockera que la de los hermanos Malcolm y Angus Young? ¿Es posible rockear más que AC/DC? No creo. Por ejemplo: Led Zeppelin puede sonar más duro y tener canciones más largas y estructuras más elaboradas y letras más poéticas-místicas y hasta momentos más célebres que AC/DC, pero definitivamente no rockean tanto como ellos, les falta roll y les sobra talento. La música de la banda formada en Sidney (Australia) a principios de los 70’s es pura y dura, sincera, franca, genuina. No se anda por las ramas, no se hace de adornos ni de arreglos para impresionar a sus comensales. AC/DC lo dice todo de frente, como un puño que no viste venir. In your face, man.


Hace años, cuando estaba todavía en la universidad y en Quito existía aun un Tower Records bastante decente, un amigo me llevó para que escogiera mi regalo de cumpleaños. Por esos días salía con una chica que me ganaba con cinco o seis años, no lo recuerdo exactamente. Lo que sí recuerdo es el disco que escogí: AC/DC LIVE, una suerte de greatest hits en vivo, fabuloso, perfecto. Al ver mi elección, la chica en cuestión me cuestionó severamente. Creo que esperaba que un tipo que leía y veía películas comprara las obras completas de Antonio Carlos Jobim o el soundtrack de Amélie. Todo estaba claro: esa relación no tenía ningún futuro.


Black Ice es el nuevo álbum, AC/DC modelo 08, flamante y funcional. AC/DC tiene, lo reconozco, algo de comida chatarra. La virtud de la junk food es que siempre, en cualquier parte del mundo, sabe igual. Lo que más me gusta de ir al Burger King es que sé exactamente lo que obtendré a cambio de mi dinero y que por tanto será delicioso, muchas calorías pero cero mentiras. Entonces podríamos decir que la música de AC/DC heredó lo mejor de las frituras americanas. AC/DC no miente, no estafa, no te pasa gato por liebre ni se arregla el pelo para impresionar a tu mamá. Si lo de los Young es junk rock yo lo pido siempre agrandado, con papas y cola. Black Ice, lo han dicho los propios miembros de la banda, bien podría ser el último disco, la escena final antes de cortar a negro para que rueden los créditos. Black Ice es la carne toda echada en el asador. No por eso trata de ser Sgt. Pepper, The Dark Side of The Moon u Ok Computer. Es aún mejor. Es OTRO disco de AC/DC (eso sí, producido por Brendan O’Brien, padrino musical de muchos grandes, entre ellos Pearl Jam y Stone Temple Pilots). El mismo poder, la misma energía, la misma buena onda, la misma calidad indiscutible, el mismo colchón ortopédico y rítmico sobre el cual Angus Young se revuelca a sus 53 años.


Un grupo de amigos muy cercanos y queridos organizó días atrás una fiesta temática: cada uno tenía que llevar su disco del año, o sea, el disco lanzado durante el 08 que más le gustó. La verdad, no tuve tiempo para pensar y llevé Black Ice porque salió a finales del 08 y, sobre todo, porque lo cargaba en el carro. No lo había escuchado entero y fui con él para no llegar con las manos vacías. Titubeé y hoy me avergüenzo de ser un hombre de poca fe. Hoy ya no queda espacio en mí para la duda, mi conclusión es categórica e irreductible: Black Ice es mi disco del año que pasó y, estoy seguro, será uno de mis en rotación durante este año que está empezando. ¿Porqué?, fácil: es rock.









1.12.2009

Mila Sivelich.


Cuenta la leyenda que el gran director y guionista Billy Wilder tenía en su mesa de noche una libreta y un lápiz. Al parecer soñaba mucho y de esos sueños salían ideas para sus películas: escenas, momentos, personajes, en fin, frases para el bronce. Una noche, BW soñó lo que pensó sería su mejor película, acaso la mejor película de todos los tiempos, se incorporó para anotar la idea general y volvió a dormir convencido de que en sus manos tenía oro. Al despertar, BW se puso los lentes, tomó la libreta y leyó: “Boy meets girl” Eso era todo: chico conoce chica.


En general, disfruto mucho más de pelis/libros/canciones cuando hay un interés amoroso de por medio. Si me ponen a un gordito-pajero-rockero persiguiendo a la que cree es el amor de su vida, listo, me ganaron, enganché. La pelada de la historia es clave, hay que construirla de tal forma, que no solo sea el personaje principal quien se enamore perdidamente de ella, si no la audiencia completa. Hay que hacerla redonda, con virtudes que se puedan envidiar y, aún más importante, defectos que se puedan querer. Esa pelada debe tener gestos, muecas, una manera de caminar que nos haga pensar que el resto de peladas son relleno, mera escenografía. Esto lo entendieron Cervantes y Shakespeare y Seinfeld por igual. Esto sucede, por mencionar tres casos específicos a lo largo de varias generaciones, con Vivien Leigh en “Gone With The Wind” (1939), con Diane Keaton en “Annie Hall” (1977) y con Natalie Portman en Garden State (2004). Esto debería suceder siempre, por lo menos en las historias que involucran una conexión entre dos personas que supere el placer inmediato del encuentro sexual.






Termino de leer “Los impacientes” (premio Biblioteca Breve Seix Barral, 2000) del argentino Gonzalo Garcés (1974) y me quedan claras varias cosas. No creo que vuelva a leerla entera jamás. No es mi tipo de libro, es complicado, enredado, no sé si demasiado inteligente o demasiado pretencioso, es, en pocas, un libro escrito para que lo lean y lo aprecien y lo envidien escritores, no para que lo disfruten lectores. Garcés tiene un dominio técnico notable, se complica a propósito (nada peor que los que se complican porque metieron la pata) y sale bien parado, juega con el tiempo, con la persona que narra, con los sujetos y al final arma un todo que se sostiene firme por sí mismo. Pero en ese intento de perfección y de vanguardia (que admiro y respeto y alabo sin envidia), creo, se pierden sentimientos, feeling, onda, sacrificados en pos de una novela impecable y perspicaz. No sé. La vida no es perfecta y el arte, si es humano, no tiene porqué serlo. Pero claro, como reza el viejo adagio: la belleza está en los ojos de quien la mira.

Lo que sí sé, es que no podré olvidar a Mila Sivelich, el “interés amoroso” de esta novela, y que por lo tanto no podré olvidar a “Los impacientes”. Mila está en el centro de un triángulo amoroso. Boris (músico) y Keller (escritor) son sus mejores amigos y, en épocas distintas, son también sus amantes. Mila es el tipo de pelada que me gustaría conocer. Salir, vacilar, de pronto hasta tener algo parecido a una relación pero, eso sí, que no dure mucho. No quiero casarme con Mila, pero me gustaría decir cosas como “una vez me amarré con una man que estaba completamente loca pero era increíble”, y estoy seguro de que Mila sería esa man.

Aca unas líneas de Mila que subrayé mientras mi interés por ella, literal y físico, iba creciendo entre las páginas de la novela.

Y ahora es imperativo, dada la rapidez creciente de tales acontecimientos, que intentemos un resumen. Lo hemos señalado antes: el hecho de que, desde su triunfo a fines del pasado siglo, la concepción materialista hubiese aumentado de modo sin precedentes la conciencia de la muerte, es tema de una vasta literatura. Que dicha conciencia nos condena a una esencial e impiadosa soledad, casi cualquier individuo puede constatarlo por sí mismo. Asimismo la ausencia de Dios, en lo que a la soledad se refiere, no debe desdeñarse en un estudio serio.

Y en cuanto a lo demás, a lo que infinitamente ha dolido: no dejé de equivocarme, no dejé de entrar más y más profundamente en un dominio cuya violencia podía, objetivamente, llevarme a una locura que no era mía siquiera. No puedo decirlo mejor: lo sorprendente de ese año y medio después de que dejara de ver a Boris y a Keller, es que fue parecido a mis temores, pero no a mí. Yo he tenido mi adolescencia tardía y difícil, comprenderán, igual que otras mujeres notables, pero no tengo vocación de loca. No, al menos, de loca de loquero. Sabía que el caos no iba a durar por siempre. Después de la noche en que volví a lo de Boris de aquel modo lamentable, se instaló en mí esa rara convulsión sagrada, un sincero deseo de macerar la carne, de romperme contra las piedras.

Es hora de que lo diga: la gente me aburre. Además, cuando se han tenido ciertas experiencias, una se vuelve incapaz de abrir las piernas a un extraño en la inconsciencia feliz de lo humillante del acto; queda a merced del amor, si es que llega alguna vez, y yo no creía en eso más que en Dios o en los rumores bursátiles. Las mujeres aman tan fácilmente, y sufren tanto al hacerlo, porque llevan úteros abiertos, en los que casi cualquiera puede entrar, por poco que quepa.

…no sé si te dije, por enésima vez, que tengo serias intenciones de ser escritora; la primera regla del oficio, morder cada cosa sólo cuando los dientes están listos...


Ya lo dijo Peter Parker: esta, como cualquier historia que valga la pena contar, es sobre una chica.

1.08.2009

Go Gonzo


Todos o casi todos los que nos metimos en esto, queremos-quisimos-querremos-deberíamos ser, aunque sea durante días u horas, como el Dr. Hunter Stockton Thompson, inventor del periodismo gonzo. La definición del estilo gonzo podría ser más o menos esta: mezcla de ficción y no ficción donde el autor es siempre el personaje principal y no habla de nada a menos que lo haya experimentado. El gran público (me incluyo), por lo menos en Latinoamérica, conoció al Dr. Thompson gracias a “Fear and Loathing in Las Vegas”, la arriesgada película de Terry Gilliam basada en el libro homónimo del Dr. Así es, la peli, aunque a algunos les parezca imposible, viene de un libro, que empieza así:

We were somewhere around Barstow on the edge of the desert when the drugs began to take hold. I remember saying something like “I feel a bit lightheaded; maybe you should drive…” And suddenly there was a terrible roar all around us and the sky was full of what looked like huge bats, all swooping and screeching and diving around the car, which was going about a hundred miles an hour with the top down to Las Vegas. And a voice was screaming “Holy Jesus! What are these goddamn animals?”


Fear and Loathing… es una peli difícil de ver, si bien encanta y engancha, también marea y en algún punto uno lo que quiere es que Jhonny Depp deje de meter y se porte serio. Con el libro pasa lo mismo. Pero es que el Dr. T era una persona difícil y, aunque escribía en serio sobre temas serios, lo que menos quería era portarse serio. Todo esto queda claro en Gonzo: The life and work of Dr. Hunter S. Thompson, un documental bien estructurado que separa a la persona del mito y propone un acercamiento a la verdad.


El primer trabajo periodístico del Dr. T fue en la base militar de Eglin, Florida, donde cumplía con el servicio militar y escribía en la sección deportiva del The Comand Courier, el diario interno. Luego se fue a Nueva York y tomó cursos de escritura creativa en la prestigiosa universidad de Columbia. Mientras estudiaba, trabajaba como copiador para la revista Time donde, en sus ratos libres, se dedicó a transcribir, una y otra vez, con el afán de aprender ritmo y poesía, The Great Gatsby, el clásico de F. Scott Fitzgerald. Fitzgerald era el ídolo del Dr. T quien, de hecho, bautizó a su único hijo Juan Fitzgerald Thompson.

Tras un par de años viviendo en el Caribe y vagando por Latinoamérica como corresponsal freelance de varios medios, Dr. T vuelve a USA y se clava un año a vivir con los Hell’s Angels, la célebre y temida banda de motociclistas. De ahí salen una serie de exitosos artículos y, finalmente, un libro que a pesar de costarle una paliza (los HA se cabrearon cuando supieron que Dr. T estaba haciendo dinero con lo que escribía sobre ello) lo hizo famoso en 1966. Aquí empieza el Dr. T escritor/rockstar, que dormía todo el día y cada vez que llegaba a en restaurante o a un bar pedía seis cervezas y tres margaritas para él solo.


En 1970, aprovechando su estatus de figura pública-polémica y en un despliegue del patriotismo que lo caracterizó, Dr. T se lanzó para Sherrif del condado de Pitkin, Colorado. Parte de sus ofrecimientos de campaña eran: ninguna droga que valga la pena tomar debe costar dinero y vamos a cambiar las calles por pasto, para que la gente pueda caminar. El Dr. T perdió, pero no por mucho, y en el docu hay una escena donde le dice a una cámara “Queda comprobado que Estados Unidos todavía no está listo para una elección honesta”.

Dr. T nunca escribió ni una letra sobrio y jamás cumplió con una fecha de cierre. La mayoría de sus trabajos fueron publicados en la Rolling Stone y sus editores aguardaban, siempre al borde de un ataque de nervios, porque sabían que cada crónica del Dr. T podía ser el plato fuerte de la revista o simplemente no llegar. El 20 de febrero de 2005, cuando escribía poco o nada, un Dr. T de 68 años, luego de pedirle a su segunda esposa que por favor volviera a la casa de la que había huido asustada, se voló los sesos con una de sus muchas armas. En Gonzo… sus amigos dicen que él se sabía acabado, es decir, que sabía que ya había escrito sus mejores libros y sus mejores artículos y que lo único que le quedaba era envejecer como cualquiera. Dr. T no quiso eso. Se fue a su estilo, estallando.


Acá va, en español, su nota de suicidio. Para más información, correr al dealer de confianza y pedirle Gonzo: The life and work of Dr. Hunter S. Thompson.

Estimados:

Creo que estoy hablando claro. Esto no es un paso atrás ni pisar mi otro pie. No, esto se trata de más. Muchos pensaran que soy un maniático drogadicto o un maldito copión al cual se le terminaron ya los minutos de fama. No, no es así. ¿Para qué servir a esta bella comunidad de inescrupulosos que no tienen nada mejor en sus vidas que fijarse en esta? Yo ya cumplí mi parte. Viví en los peores hoyos de la deformación humana durante algunos años. Cometí algunos errores (más de alguno los llamará crímenes), que fueron parte importante de mis llagas que aún no cicatrizaban. La verdad es que no me pueden pedir más. Quiero descansar. Quiero que el humo de mi cigarro deje de molestarme en los ojos para no encenderlo más. Quiero pensar que todo esto de alguna manera valió la pena. No es por nada pero mi vida es una puta mierda. Así de simple. En el submundo de mis amigas drogas fui un ganador. El de los muertos vivos realmente no lo entiendo. No entiendo la forma de cómo se hacen las cosas que para bien o para mal, siempre te terminan jodiendo. Yo tomé el camino difícil. Ese en el cual las reglas no importan porque realmente no existen. ¿Qué pueden esperar de mí? Casi la mitad de mi vida la pasé tras las rejas, vi como mis colegas vendían sus culos por un par de dólares, como los cuerpos mutilados rodeaban las calles de Camboya y las mujeres se tiraban encima por un par de monedas. Eso es lo que vi y escribí. Lo único que pude retratar de esa realidad con la sangre de mis venas, con las pocas neuronas que no tenía atrofiadas para ver si alguien reaccionaba. Pero fallé. No aguanto más. No quiero que me recuerden como un maldito copión de Hemingway por volarme los sesos o me comparen con el beodo de Bukowsky. No, yo soy Mr. Gonzo. Lo siento, los tengo que dejar. No les pido que me recuerden. Pero alguna vez enciendan un cigarrillo por mí y piensen como lo hice yo. Sin mirar atrás...

Tengo que descansar...

Respirar profundo...

Cerrar los ojos...

Hunter S. Thompson



1.06.2009

Seguridad.


Cuando rodé mi primera película tenía veintinueve años y no había puesto nunca el pie en un plató. Mis conocimientos eran puramente teóricos, hasta el punto de que, cuando rodamos el primer plano, el director de fotografía me propuso mirar a través de la cámara, y en lugar de poner el ojo en el visor, quise mirar a través de un perno que había debajo. Normalmente, un fallo semejante resulta fatal para un realizador. Sin embargo, conseguí hacerme respetar por el equipo porque, gracias a todos los filmes que había visto antes. Sabía exactamente lo que quería. No dudé una sola vez, no me equivoqué, y creo que eso tranquilizó a todo el mundo. La principal lección que aprendí con esta primera película es hasta qué punto, en el cine, más que en otros sitios, el tiempo es dinero. Era tan minucioso que a los ocho días de rodaje ya llevaba tres días de retraso. Mi primer asistente me dijo que a ese ritmo el presupuesto se agotaría rápidamente, y como yo era mi propio productor, fue un argumento que me caló. Entonces me obligué a ir más de prisa, y así es como aprendí que no se trata de conseguir lo que queremos en el más mínimo detalle, y que sólo es indispensable conseguirlo en el plano. Creo que el error que comete todo director principiante es no saber distinguir lo importante de lo que no lo es.

Claude Chabrol.

Del libro de entrevistas Más lecciones de cine, de Lauren Tirard.


1.04.2009

Vivir en aeropuertos (jam session)


Tengo lo que en Ecuador se llama chuchaqui seco. O sea, una resaca, o cruda, o guayabo, que se produce sin necesidad de haber bebido con antelación. Es un dolor de cabeza que no mata, pero jode un montón. La causa: un vuelo que decidió salir muy temprano, uno de esos vuelos que te obligan a despertarte cuando todavía está oscuro, cuando la única gente que se mantiene despierta y digna es la que sigue de fiesta. Estoy en Ezeiza, el aeropuerto de Buenos Aires. Espero un vuelo de Lan que me llevará primero a Santiago, segundo a Guayaquil y tercero a Quito. Pasarán horas, casi todo un día, antes de que llegue a mi casa y pueda, de verdad, descansar. Mientras tanto, este chuchaqui seco seguirá latiendo, de eso estoy seguro, me ha pasado antes.

A mi izquierda, una joven pareja argentina entretiene a sus hijos pequeños con juegos verbales, cuentos, bromas, amagues. Los niños no son mellizos pero están vestidos como si lo fueran.

A mi derecha, una adolescente medio emo-medio punk (si aquello es posible) lee un libro llamado The Eye of the Labyrinth, no puedo ver el nombre del autor porque la tapa descansa sobre su muslo, a pocos centímetros de sus pies descalzos que tiemblan de vez en cuando.

Frente a mí, un tipo de pelo largo y barba de tres días, echado sobre una fila de tres asientos, ronca como si estuviera en su casa. También hay gente fumando y una chica le dice a su novio “así debieron ser los ochentas, todo el mundo fumando en los aeropuertos”. Y sí, es raro encontrar humo flotando tan campante en los aeropuertos del siglo XXI.

Fundas del Duty Free que seguramente guardan paquetes cuadrados de alfajores Havanna (elaborados en Mar del Plata), equipaje de mano, cámaras, revistas, periódicos, audífonos, gafas, abrigos, pantalones cortos, ojos rojos por la falta de sueño, como los míos.



¿En qué estaría pensando Charly García cuando escribió un amor real es como vivir en aeropuertos? El tiene que saber bien de que se trata esto. Seguro, en algún momento de su carrera, pasó más tiempo a treinta mil pies de altura que en tierra firme. Supongo que el amor puede ser una sala de espera. Uno está ahí, esperando que la azafata que casi lo deja fuera del vuelo anuncie que los primeros en embarcar serán los pasajeros de clase ejecutiva. Uno sigue ahí, noqueado o emocionado, yendo o viniendo, a punto de embarcar un avión que lo trasladará de un lado a otro, de un sitio a otro, que lo moverá de donde está a otra parte que bien puede ser una aventura impredecible o la comodidad del hogar o the horror. Uno espera porque este lugar se hizo para eso, para esperar. Uno espera el avión como espera el amor, con fe, con esperanza, con ganas, con hambre. Si te vas de vacaciones, a un lugar al que siempre has querido ir, sientes lo mismo que cuando te amarraste con esa pelada con la que siempre quisiste estar, sientes que ya nada podrá estar mal. Si, por ejemplo, estás viajando al entierro de un familiar o de un amigo, sientes ese vértigo propio del rompimiento, el miedo a los días que vendrán, a un futuro al que le faltará, por siempre, una pieza que fue clave.

Ok, debo embarcar dentro de poco. Quisiera que todo esto pase rápido, como si se tratara de una de esas cabinas de tele transportación que usan en Star Trek. Tengo sueño, me duele la cabeza, el humo ajeno se pegó a mi ropa y de ley también se pegó a mi pelo. La gente que estaba a mí alrededor ha desaparecido, jamás los volveré a ver, como esos amores que acaban de un día para el otro y se van volviendo pixeles en un pasado que se amplifica con cada segundo. Lan Ecuador les da la bienvenida a su vuelo 1446 con destino a Santiago y conexiones.


Ahora estoy en el Arturo Merino Benítez o SCL, el aeropuerto de Santiago, acá los fumadores tienen su propia república, apartados del resto. A mi derecha un típico almacén de aeropuerto llamado Rumbo Sur. Best Sellers, revistas, souvenirs de todos los sabores y colores, chocolates y libros con títulos como Recorriendo Chile. La clase de almacén donde las mamás compran llaveros para sus amigas y los papás compran los periódicos (todavía se me hace raro comprar periódicos, en Ezeiza compré El País, Crítica y Página 12, y estoy feliz, pero esto de adquirir los diarios me produce un misterioso after taste). Hice mi parte, gasté los últimos dólares que tenía en la billetera en la Gatopardo No. 96, John Malkovich aparece en la portada.

Los aeropuertos son como embajadas, creo. Si estás en un aeropuerto no puedes decir que estás en un país aunque, en rigor, lo estés, lo mismo que cuando pisas una embajada. Embajada sonaría mejor con N: eN bajada.

A mi izquierda, la madre lee El Mercurio y la hija pequeña monea su laptop, ambas están masticando chicle. Dos generaciones, sin duda. Mi viejo dice que no sería capaz de leerse un libro entero en la compu, que la pantalla chica funciona con noticias, textos cortos. Yo nunca he intentado leer una novela entera en mi HP, pero conozco gente que lo hace a menudo y no se queja. Esa gente vive en el futuro o, más bien, en el presente.

Frente a mí una chica que ya está en los treinta o pega en el palo. Vestida enteramente de negro, acaba de acostarse sobre dos asientos para leer, su cabeza apoyada en una cartera color cebra. Su pelo es rizado y amarillo, no exactamente rubio, algunas raíces se ven oscuras, de pronto se lo pinta. Tiene look biker: chaqueta de cuero, botas de taco en punta, cara de cabreada. Aplicando el estereotipo, uno diría que es una animal en la cama, best polvo ever, de esas que gritan y amarran y golpean. Hace un momento sacó su celular y habló con su mami. Le dijo que le de las llaves “al Cris” porque “tiene que darle de comer al perro” También dijo que había estado esquiando en Argentina o en otro lado, pero había estado esquiando. Pelada aniñada.

Lo peor de las escalas largas es que terminas gastando plata en cualquier cosa. En mi mano un Frapuccino de Starbucks (que pagué con mi tarjeta de débito y de saldo menguante). Sabor: dulce de leche creme. El primer trago es delicioso. El camino a seguir es difícil pues la bebida en cuestión empalaga más temprano que tarde. Y aquí viene un complejo miserable que me avergüenza, una especie de obligación-sentimiento-de-culpa que, creo, viene desde mi provinciana infancia. Sé que no tengo que tomarme esta cosa que ya me aburrió, que puedo tirarla a la basura cuando me plazca, pero si lo hago, sé que luego sentiré que me estafé a mí mismo. Los aeropuertos son, tal vez, los mejores lugares para ser patético. Todos están en otra, cansados, despeinados, sudados, pegajosos, con lagañas en los ojos. A nadie le importan las tonterías de un insignificante compañero de celda.

Bueno, ya está, me tomé el puto frapuccino ese y estoy al borde de ladrar por un poco de agua. El tiempo se consume despacio, las caras se alargan, las fundas de Duty Free se multiplican ante mis ojos y no es un milagro. Un avión acaba de despegar. Quisiera estar ahí. I wanna go home.