12.27.2010

Pre-estreno de Por la boca muere el Pez


El plan original era presentar el nuevo disco antes de que acabara este 2010 al que ya le quedan unos cuantos segundos de vida. Pero la verdad es que el álbum creció más de lo que esperábamos. Creció en ambiciones, en metas y, claro, en feeling. Creció y como todo lo que crece nos pidió tiempo y espacio para crecer tranquilo, como una raíz que se aferra con fuerza a la tierra antes de regalarle un árbol. Por eso decidimos embragar un chance y darle espacio a este proceso de mil leguas de viaje rockero. Los temas pasaron un tiempo en el cajón, agarrando olor y sabor, cobrando vida propia. Uno sabe cuando no está listo para darle la cara a una canción, cuando debe vivir un poco más antes de poder hablar con la verdad entre líneas. Eso, algo así fue lo que nos pasó: hubo que subir un par de escalones para estar a la altura del nuevo disco. Los revisitamos, volvimos a ellos con otra mirada, desde otro lado, y ahora sentimos que sí, es verdad, estos temas son nuestros, estas son nuestras nuevas canciones y las llevamos puestas como camisetas.


Este jueves 30 de diciembre, en el ya mítico Diva Nicotina de Kill City, haremos un pre-estreno en vivo de Por la boca muere el Pez, el disco modelo 2011 que cada día está un poco más cerca de tomar forma humana. La idea es tocar el álbum prácticamente entero, mezclar un poco del futuro con lo que nos gusta del pasado y transformarlo en presente, es decir, en música. Pero no solo eso, es el último concierto del año y para darle realce a la ocasión hemos invitado a uno de nuestros más viejos aliados, Omar Sotomayor, de Ultratumba, una banda que nos inspira y nos mueve y nos divierte en partes iguales. Omar subirá con nosotros al escenario y volverán, aunque sea por un par de rolas, los que alguna fueron Los UltraPescados. Este año está a punto de explotar y nosotros estaremos ahí para reventar con él. Algunos dirán que este fue un buen año, su año, incluso, pero todos tenemos algo que quemar, un recuerdo, una sensación, una voz, algo que bajar del disco duro para darle espacio a lo que se viene. ¿Qué es eso que se viene? Mejor no preguntar, mejor no saber. De lo único que podemos estar seguros es que cada año y parte de nuestra vida empieza y termina con cada tocada.



VACILA TU FIN DE AÑO BAJO EL AGUA
LOS PESCADOS
EN VIVO
PRE-ESTRENO DEL NUEVO ÁLBUM
POR LA BOCA MUERE EL PEZ
DIVA NICOTINA
30/12/10
$5,oo
22h30
GUAYAQUIL


Las fotos son de Michael Aguirre.

12.23.2010

Bajo tierra


Hay libros que te encuentran. Este libro me encontró. Aunque después de leerlo siento que tal vez sí, lo estaba buscando. Mal que mal, uno siempre está buscando. De eso se trata. Buscar. Encontrar. Seguir buscando. El título me compró de entrada: Lowboy. Bien. Habla de algo, de alguien, quizás uno de los nuestros. Lowboy. Un tipo que está down, o algo así. Lo saqué del estante en la librería y me quedé colgado en la portada. La portada es increíble, una obra de arte minimal. Parece más un disco que un libro. Más una película que un libro. Me dan ganas de que sea un afiche para tenerlo en el cuarto, bien iluminado.

Un lowboy, literalmente hablando, vendría a ser una cómoda, un mueble de corta altura con un par de cajones en los que no se puede guardar mucho. Pero Lowboy no es un mueble, es Will Heller, tiene dieciséis años y está en problemas. Según los doctores, es paranoico y esquizofrénico. De hecho, vive en una clínica. Mejor dicho, vivía encerrado en una clínica. Escapó y ahora está en el subway de Nueva York, saltando de tren en tren, de estación en estación. Está seguro de que el calentamiento global acabará con el mundo en cuestión de horas a menos que él, Will Heller, haga algo al respecto. Otra cosa: no está tomando sus medicinas y eso distorsiona o capaz le aclara el panorama.

Lowboy es una novela rara (que no es lo mismo que freak), una novela rara para bien. Tiene la estructura y la velocidad de un thriller, pero no lo es. Tiene una familia disfuncional en un mundo disfuncional, pero no es ese tipo de novela ni, mucho menos, una novela disfuncional. Tiene una historia que podría ser de amor pero más bien es de psicosis adolescente o de urgencia sexual. A ratos, incluso, parecería un retrato-carta-de-amor a Nueva York y no un libro con trama y personajes. Lowboy es el tipo de novela que primero te quita y luego te da. Empiezas a leer sin saber muy bien lo que estás leyendo, un poco a tientas, como siguiendo un camino de migas de pan en medio del bosque. Sin entender demasiado pero entendiendo lo suficiente como para seguir en el tren sin que importe el destino final. Y cuando llegas, ¡PUM!, aplastado contra la pared. Y no sabes cómo llegaste hasta ahí. Y no sabes si podrás volver a casa.


Por un lado está Will, su mundo subterráneo de trenes que van a toda velocidad, pero no tan rápido como sus pensamientos, que están en otro lado, lejos. Can you help me occupy my brain? Will y su vida en la clínica. Will y su pasado y la posibilidad siempre tambaleante de un futuro. Will y Emily, que vendría a ser (no a hacer) el amor o lo que él cree que es el amor o simplemente lo más cercano que tiene al amor. Por otro lado están Violet, la madre de Will, y el detective Ali Lateef, tratando de encontrar a un Lowboy perdido en trenes. Violet sufre el peor mal de todos: está un poco rota, dañada, y ni el cuerpo ni el corazón le alcanzan para cuidar a su hijo, ¿hay algo peor que eso? Y no voy a decir más porque, como dice la canción, “este viaje es mejor hacerlo solo”.

Lowboy está ahí con lo mejor de la ficción sobre adolescentes que adolecen. Desde los chicos aventureros de Mark Twain hasta los seres marginales y solitarios de S.E. Hinton, pasando, claro, por Salinger, Vargas Llosa y hasta diría que por Truffaut y Wes Anderson y si ya estamos en esas porque no decir que Lowboy pasa también por el mejor Smashing Pumpkins y el Wilco más íntimo. John Wray, el autor, es un chico de lista Granta que recibe elogios de la crítica pero aún no conecta con el público. Lowboy es un poco así, Will Heller no puede conectar con cualquiera, a veces ni siquiera con la gente que intenta conectar con él. Y en su soledad, en esa soledad, hay espacio para todos.



12.14.2010

Franny Glass, versión Uruguay


Mi dealer musical de confianza me cruzó una canción vía chat. Primero el link, luego, dos oraciones desesperadas, “mi nueva canción favorita” y “son los Belle And Sebastian uruguayos!!” Pudo haber esperado que fuera a su casa (dicen que nunca hay que consumir en casa del dealer, pero esto es distinto), ponerla en la compu, esperar el clásico “¿qué escuchamos?” mío y decir “está bueno, ¿no?” Pero no, no pudo. No podía. Cuando algo emociona no hay cuerpo que aguante. Hay que sacarlo y la mejor forma de hacerlo es distribuirlo entre otros adictos necesitados.

La canción es algo así como pop-folk-indie, si es que tal cosa existe, y se llama Hoy no quiero verte nunca más. Con ese título uno dice uff, esto ya lo escuché mil veces. Y sí, algo de eso hay, pero para bien, como cuando uno descubre cómo acabará la película que está viendo y se alegra porque el personaje principal se lo ha ganado, se lo merece, porque después de todo se hará justicia y uno quiere estar ahí cuando eso suceda. “Quise creerte / quise pensar que había algo más / quise conocerte / mirarte y saber en qué pensás / quise tocarte / entender lo que hay detrás / hoy quiero olvidarte / hoy no quiero verte nunca más”. Dan ganas de ser el bueno, de tener el corazón dispuesto a lo que sea, de estar triste y de estar enamorado para poder cantar con toda la autoridad del caso. Dan ganas de perder para, al final, salir ganando.

La banda se llama Franny Glass, como el personaje de Salinger, y tiene la misma moral, el mismo desapego al mundo de los adultos que se vendieron. Desde ahí, ya partió bien, se la jugó por ser fan antes que por buscar fans. Lo de banda es un tecnicismo. Más bien hablamos de un cantautor que, por suerte, no es eso sino un chico con una guitarra y con sentimientos que, además, entiende que no hay sentimientos chicos. Es Gonzalo Deniz, que estudió cine y escribe canciones que podrían ser cortos. Canciones con guión, con escenas, con diálogos y primeros planos. De hecho, Gonzalo (uno siente que puede tratarlo de tú a tú) parece un personaje salido de 25 Watts, la primera película de Rebella y Stoll, el hermano menor de alguien que anda por la calle con las manos en los bolsillos y que solo tiene cuatro amigos, o menos. Ahora que lo pienso, también podría estar en los libros-películas de Fuguet o en las películas-libros de Ezequiel Acuña. Gonzalo es un Drexler sin Oscar, un músico latinoamericano (no “latino”, eso sería gringo) sin esa onda Santaolalla que convierte en world music todo lo que toca.

Hoy… está en el disco Hay un cuerpo tirado en la calle, de 2010. Pero Franny Glass, la Franny Glass uruguaya, viene desde 2007, cuando apareció Con la mente perdida en intereses secretos, su álbum debut, cuyo título viene de una frase de Dylan. O sea que Gonzalo tiene los amigos adecuados.

En su novela Esperanto, Rodrigo Fresán dice que los uruguayos son como argentinos unplugged. Tal vez tenga razón, y gracias a Dios por eso. En una época en la que todo el mundo se mata por estar conectado, Franny Glass se desconecta incluso de los amplificadores, mira para adentro y sin hacerle mucho caso a lo que pasa afuera, sin samplers ni loops ni percusiones de la selva brasileña, cuenta una verdad que no es solo suya. Y ahí nos encontramos. No todos, pero sí algunos. Hoy no quiero verte nunca más es una canción que escucharé muchas, muchas veces más.

12.08.2010

Día Lennon


Quise a Lennon desde el principio, desde los trajes de tres botones y las transmisiones en blanco y negro. Lo sigo queriendo hoy y ahora, treinta años después de su muerte. Dicen que nada dura para siempre, pero Lennon, como acostumbra, está demostrando lo contrario a la creencia popular. Ok, sí, quizás Lennon sea el Beatle más fácil de querer. Querer a Lennon es creer en ideales no sólo románticos sino también políticamente correctos. Querer a Lennon es hacer el bien. Querer a Lennon es imaginar la paz y creer que puede ser posible. Querer a Lennon habla bien de uno o, en todo caso, habla mucho mejor de uno que de Lennon. Pero no es por eso que lo quiero.


Lo quiero porque nunca superó el trauma de ser un huérfano cuyos padres estaban vivos, un niño al que tomaron la decisión de abandonar, no por necesidad, no por desesperación, lo abandonaron porque no estaban listos para él, porque sus padres nunca pudieron ser grandes. Lo quiero por pedirle a su madre que no se vaya y a su padre que regrese, por pedírselo a gritos mientras masacraba un piano blanco. Lo quiero porque él mismo abandonó a Julian, su primer hijo, le heredó ese dolor, y cuando quiso remediarlo ya era demasiado tarde pero no tan tarde como para redimirse con Sean, su segundo hijo, por quien decidió colgar la guitarra sobre su cama por cinco años. Lo quiero porque hizo daño sabiendo cuánto daño estaba haciendo. Lo quiero porque fue el primero en hacerle caso a Dylan, el que tomó conciencia de que todo el mundo lo estaba escuchando y esa era la oportunidad de decir algo, algo más. Lo quiero por cantar All You Need is Love pero lo quiero más por juntar todo eso que lo atormentaba, todo eso que Lennon odiaba de Lennon, y ponerlo en las canciones de esa gran autobiografía sonora que es Plastic Ono Band. Lo quiero porque no era un buen tipo, pero jamás dejó de intentarlo. Lo quiero porque hizo campaña por la paz mundial pensando que tal vez por ahí encontraría la paz interior que tanto necesitaba. Lo quiero por llevar a Yoko a los ensayos y detonar la separación de una banda que debía terminar para transformarse en lo que es ahora: parte del universo, como el sol y las estrellas. Lo quiero porque cuando Yoko le dijo que necesitaba un tiempo sola él se mudó de ciudad y se mandó una fiesta de tres meses. Lo quiero por ser un tipo celoso. Lo quiero por echarse la culpa. Lo quiero porque usó el amor como refugio cuando todo lo demás había fallado. Lo quiero porque amaba como un fanático religioso, con la misma pasión, con la misma ceguera, con la misma certeza, con la misma arrogancia, idealizando a la otra persona hasta convertirla en una deidad. Lo quiero porque amó tanto y tanto que se le fue la mano y cayó mal. Lo quiero porque se dejó ver, porque se mostró, porque todo eso que escondió durante sus años como Beatle lo sacó al aire en sus años como Lennon. Lo quiero por decirme la verdad. Lo quiero porque se cansó de las mentiras y le pidió al mundo que le diera algo de verdad, solo algo de verdad. Lo quiero porque cuando todo el mundo estaba corriendo de un lado para el otro él se quedó en la cama y de pronto eso es lo que aún necesitamos: parar. Lo quiero porque a Lennon nunca le importó dañar la imagen de Lennon si eso significaba ser otro con los otros. Lo quiero por haberle escrito How Do You Sleep? a McCartney y con eso declararle su amor de manera pública, porque la única forma que encontró para decirle que lo extrañaba fue atacándolo, por quererlo como a un hermano al que había perdido y por inspirar, desde su rabia, tontas canciones de amor. Lo quiero por atreverse a ser un héroe de la clase obrera desde un departamento de lujo con vista al Central Park de Nueva York. Lo quiero porque cuando su asesino lo llamó por su nombre él volteó a mirar.



12.07.2010

Tiempos de crisis


Ahora entiendo que fue el destino el que me impulsó a comprar el six pack de Club que me ayudó a atravesar este domingo. Salí de casa para buscar algo que comer, sin segundas intenciones, lo juro. Entré a un delicatesen y cuando las vi no pude resistirme: el sudor frío resbalando por el cuello de las botellas, desde la etiqueta hasta la corona en alto relieve. Fue un impulso y, quizás, una señal del universo. El trago de cerveza que llevaré a mi boca después de esta frase podría ser el último en mucho tiempo. Salud.

Hace un rato empezaron a llegarme las voces de alerta. Mensajes desesperados por el chat. Hay un estado de pánico y paranoia colectiva, por lo menos entre los que encontramos en la cerveza un estilo de vida y un rasgo de identidad ecuatoriana. La noticia apareció en El Comercio bajo el titular “La Cervecería Nacional suspendió la producción de cerveza”. Entre otras cosas, dice, “Los directivos de la empresa acataron la resolución de la jueza Novena de Niñez y Adolescencia de Guayas, Manuela Calva, que dispuso el 26 de noviembre pasado que se prohíba la venta de las cervezas (Pilsener y Club) en el mercado local, retener USD 90,9 millones en las cuentas bancarias, prohibir la enajenación o transferencias de las acciones, y la orden de arraigo a cinco funcionarios de la empresa”. El lío está relacionado con un reclamo de los empleados que, al parecer, no han recibido utilidades en una buena cantidad de años. El reclamo, en caso de ser cierto, es totalmente justo. La medida, por otro lado, es radical, egoísta, inhumana. Y tendrá efectos colaterales.

¿Qué se supone que vamos a hacer, cambiarnos a Brahma? Jamás. Sería como cambiar de nombre, de casa, de piel, de país, de idioma, de bandera, de sistema operativo y de ideas. Este es un tema de dignidad, de moral, de tener una postura en la vida y sostenerla contra viento, marea y legislaciones.

Veo la botella verde sobre mi escritorio, al lado de la laptop, y me pongo triste. Me da miedo tocarla. Esa botella que he sostenido tantas veces y en tantas lugares y que también me ha sostenido a mí, podría convertirse en una pieza de museo. Saber que en cada sorbo desaparece me hace sentir que quien se está vaciando soy yo.

El último trago. Burbujas en la lengua y en el paladar, como un beso. Cierro los ojos y siento cómo se abre camino entre mis cuerdas vocales, cómo baja cual espíritu santo y hace una parada en el corazón antes de acostarse en el estómago. Hemos recorrido un largo camino juntos. Nunca me pediste que te lleve conmigo, pero siempre te encontré, siempre nos encontramos. Tú sólo me pediste dinero, nada más, ni amor incondicional ni un futuro mejor ni nada de esas cosas que se expenden irresponsablemente y caducan apenas salen de la boca y se transforman en silencio. Tú me hiciste sentir ecuatoriano cuando estuve lejos, cuando te extrañé como un desquiciado, cuando le hablé a otra gente de ti y les mostré tu retrato en la web y le dije que eras la mejor, la insuperable, la nuestra, que estabas a la altura de cualquiera, que no le pedías favores a nadie. Te vi como los soldados ven los retratos del amor iluminados bajo el fuego de la guerra.

12.05.2010

Cosas que pasan


Ella estaba llorando y yo tenía ganas de llorar con ella. Me dijo que el arte es arriesgarse, dejarse ver, mostrarse tal cual y dejar algo, dejarlo todo, a cambio de nada. Me dijo que hay que publicar las debilidades porque es justamente ahí donde se conectan todos los seres humanos. Me dijo que trabaje sin esperar resultados. Me dijo que cuando uno se pone por encima del arte sólo se encuentra consigo mismo y se queda solo. Me dijo que dejara de pensar en mí. Me dijo que vuelva al lugar de donde vine y escriba desde ahí, desde el origen. Me dijo que todo estaría bien, que el secreto es dejar de buscar. Me dijo que tal vez nos veríamos en otra vida y esa sería nuestra última oportunidad. Me dijo que estaba enamorada y me lo dijo queriendo decir la verdad. Me dijo que el arte es arriesgarse y yo me arriesgué a escribir este post para decirle gracias. Ella estaba llorando y yo tenía ganas de llorar con ella.

11.30.2010

Sin aliento


Hizo todo mal. Tomó la línea verde cuando debió haber tomado la línea roja. Bajó en la calle Canal cuando debió haber bajado en la estación de la calle Houston. Llegó tarde a la función y tuvo que comprar una entrada para la siguiente: dos horas después. Dos horas, pensó al salir del Film Forum. Dos horas consigo mismo. Dos horas solo. Dos horas más pensando en cosas que nunca ha podido hacer porque en su cerebro, desde hace un buen rato, sólo entra un pensamiento a la vez y ese pensamiento no le deja ni tiempo ni neuronas ni tripas para pensar en otra cosa.

Caminó por la Sexta Avenida sin rumbo y fue justo ahí cuando se dio cuenta: su vida tampoco tenía rumbo, era un camino de tierra, mal iluminado y lleno de monte que no prometía nada al final. Hacía frío, pero él estaba hirviendo. El peso de la ropa, el suéter y la bufanda y la chaqueta y el gorro y los guantes y los pantalones y los zapatos, lo hacía caminar cada vez más lento, como si la gravedad, en él, actuara con mayor intensidad que en el resto de gente en Nueva York. Se detuvo. No pudo más. Ni siquiera pudo derrumbarse. Se quedó quieto como una escultura de hielo que se derrite de adentro hacia afuera.

What’s wrong?, le preguntó un policía. What’s right?, le preguntó él. You lost? Definitely. Need any help?, what ya lookin’ for? That’s the question, isn’t it? El policía ladeó la cabeza, dio un paso hacia atrás y le preguntó, You ok? Just fine, dijo, y volvió a caminar. You know what they say: it’s all good.

Llegó temprano. Las luces de la sala aún estaban prendidas. Justo detrás de él, como si le estuviera hablando al oído, un tipo cool le decía a una chica que en la sala de su casa, en Brooklyn, veía películas en la pared usando un proyector. You should come sometime, it’s awesome, le decía, we play video games too. Oh, I love video games!, respondió ella con acento europeo. I’ll go, for sure. Las luces se apagaron, él apagó el iPod en el que jugaba la quinta o sexta o quizá decimo octava partida de solitario del día. Las voces en la fila de atrás desaparecieron en la oscuridad y él pensó que todos estaban vivos, menos él.

Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg están sentados sobre las sábanas blancas de una cama que apenas y entra en el cuarto. Afuera está París, pero eso a ellos no les importa nada. ¿Por qué habría de importarles?, además. Seberg es preciosa, tiene el pelo corto, una camiseta a rayas sin mangas y un calzón que, a veces, parece un pañal, pero funciona. Belmondo es feo, necesita una cara más grande para tanta nariz y tanta boca, pero tiene actitud, esa mirada que tienen los que saben que morirán al final de la película. Seberg le pregunta a Belmondo si sabe quién es Faulkner. No sabe y, a menos que se trate de alguien que se ha acostado con ella, le da exactamente lo mismo quién sea Faulkner. Seberg tiene un libro entre las manos y empieza a leer sin que nadie se lo pida, “Between grief and nothing, I’ll take grief”.

Él tiene ganas de llorar. I’ll take grief, repite en voz baja, desde la butaca hacia la pantalla. El peso que sentía en el pecho empieza a derretirse. Ese ardor que lo hacía pensar en su corazón friéndose sobre un sartén empieza a bajar como si alguien en la cocina del infierno hubiese apagado la llama. Y se queda sin aliento. Por lo menos hoy, se salvó.


11.26.2010

A Post From The Bus


Escribo sentado en el bus que me lleva desde Washington DC a NYC. Mi laptop descansa sobre mis piernas y su respiración me calienta los muslos. Estuve en DC apenas unos días, justo para la celebración de acción de gracias. Este día (que fue ayer), me dicen, es más importante que navidad o, por lo menos, acá se lo toman mucho más en serio. La gente desaparece, todos se van a sus casas, vuelven con sus familias. Ayer, DC era una ciudad desolada, perfecta para una película de zombis.

DC es un sitio peculiar que de tan bonito resulta extraño y sospechoso. Para empezar, tiene el tamaño del vaticano, es una ciudad (en rigor, un distrito) inventada, hecha a la medida y colocada entre los estados de Maryland y Virginia. Todo es perfecto, limpio, ordenado, diplomático. La gente anda de traje, tiene el pelo corto, las uñas limpias, y paga todo con tarjeta. Todo está donde debe estar. Todo funciona Hay una ordenanza que no permite construir edificios más altos que el Capitolio y esa uniformidad, esa aplicación tan precisa de la geometría, me dio la impresión de estar dentro de una maqueta construida en tamaño real.

Raro detenerse frente a la Casa Blanca en un momento como este. En la calle, los optimistas dicen que a Obama solo le queda trabajar, desde ya, en su campaña de reelección y apostarle todo a un próximo periodo que, después del reciente comeback republicano, va a tener que pelear con toda su artillería moral. Hace unas semanas, en Miami, vi una camiseta que tenía impreso el sello demócrata y debajo la frase So far, he sucks. Todo el asunto me deprimió. La presencia de Obama en la Casa Blanca tiene un significado simbólico que se ha ido evaporando sobre el fuego de la frustración económica. Pero hay esperanza. Quizás este sea ese momento de la película en que el protagonista tiene la cara pegada al suelo, justo antes de levantarse.

Las luces de la ciudad aparecen de a poco por las ventanas del bus. Gotta go. De vuelta al caos newyorquino, un lugar donde me siento seguro. El mundo real se parece más a un sucio vagón de subway que a las calles pulcras de DC.

11.23.2010

FIL/UIO 2010


Para festejar el primer cumpleaños de HD, el Grupo Santillana saca la versión de bolsillo vía Punto de Lectura. No podría estar más feliz, esta nueva edición viene recargada con bonus tracks en los que me dio mucho gusto estar involucrado. Primero, nueva portada, un diseño de Paolo Renella que le da todo el protagonismo visual al narrador. Segundo, comentarios de la prensa que en su momento le dio la mano a la novela y la ayudó a conectarse con el público. Tercero, Preguntas Frecuentes (una entrevista) que, como su nombre lo indica, reúne aquellas cuestiones que aparecieron sin falta en las distintas ciudades por donde pasó nuestro corto pero intenso book tour. Y cuarto, Lista de reproducción: el iPod de Miguel, un pequeño orgullo personal en el que hablo-escribo sobre algunas de las canciones que aparecen en la banda sonora del libro, canciones que, de alguna forma, me ayudaron a definir el camino de HD y fueron, son, la puerta por donde ha entrado mucha gente hacia sus páginas.

No podré estar en la FIL personalmente, pero el miércoles 24, a las 19h00 en la sala Bolívar Echeverría del Centro Cultural Itchimbía, conversaré con Eduardo Varas (autor de Los Descosidos) vía skype. El evento se llama, muy convenientemente, “En línea”, y el tema será autores y libros 2.0 en el Ecuador del siglo XXI. Quiénes somos, qué nos une, qué nos separa, cómo se hace para vivir en nuestro país y tratar de escribir al mismo tiempo.


Por lo pronto, acá les dejo un track del iPod de Miguel. Es sobre la versión de “Don’t Think Twice it’s All Right” que aparece en uno de los capítulos. Ojo: no encontré videos de la versión en cuestión, pero encontré a Sophie Madeleine y estoy enamorado.

Nombre: Don’t Think Twice It’s All Right. Duración: 4:36 Artista: Bob Dylan Álbum: Before The Flood (disc 2) Puntuación: *****

Este tema presenta a quien a mi juicio es el personaje más intenso de la novela: Juliana. Tenía claro que esa intensidad era peligrosa y exigía ser cuidadosamente dosificada, por eso aparece poco y sus apariciones provocan efectos secundarios. Juliana pone esta canción tras enterarse de que hay un nuevo personaje en la vida de Miguel: su imagen freak del amor eterno. Él dice que es una versión grabada en 1966, pero la versión con la que trabajé la escena, la misma que escucho mientras escribo esto, fue grabada en 1974 y aún me afecta. Dylan canta-grita entre la rabia y la desesperación, como si esa mujer a quien le canta-grita estuviese en primera fila con otro y él quisiera asfixiarla con sus cuerdas vocales. Toca la guitarra acústica acelerando el pulso del tiempo y lo vuelve punk. El solo de harmónica hacia el final tiene tanto pulmón que me deja sin aliento. Así, de esa misma manera en la que me imagino a Dylan tocando esta canción, imagino a Juliana amando a Miguel. Quien ama siempre tiene la razón porque el amor es irracional.

En los primeros borradores, ahí donde ahora dice “Royal Albert Hall, 1966”, decía “Before The Flood, 1974” Horas antes de entregar la novela a mi editora decidí cambiarlo, me pareció que lo más dylanesco era inventar una versión de Don’t… para HD (también pensé en inventar una canción “inédita” de Dylan y soñé que alguien, en alguna parte del mundo, la buscaría hasta perder la cabeza). El Royal Albert Hall existe y está en Londres, pero Dylan no grabó su “Royal Albert Hall” Concert allí sino en el Free Trade Hall de Manchester. El concierto se popularizó con el nombre equivocado y la disquera le hizo honor al azar imprimiendo el álbum doble con comillas en el título. Por eso la noche del 17 de mayo de 1966 es la indicada para que exista una versión que Dylan nunca cantó, una versión que sólo han escuchado Juliana y Miguel.

11.18.2010

New York City


Hace un par de días fui a almorzar con un amigo a un restaurante en Soho, downtown New York. Él es ecuatoriano, lleva viviendo acá un año, o más, y está feliz, sin planes de moverse, con ganas, incluso, de quedarse para siempre. “Nueva York es la única ciudad que te permite ser quien realmente quieres ser”, me dijo. Esa frase, esa afirmación, sigue rebotando entre las paredes de mi cerebro. ¿Cuánto influye la ciudad en la que vives a la persona que eres? ¿Mucho o poco? ¿Todo o nada?

Mi amigo, que es diseñador gráfico de profesión, músico practicante y artista multimedia en ciernes, me decía que lo más importante, la razón para vivir aquí y no en ninguna otra parte del mundo, es el roce con otras personas de la misma onda, estar expuesto al trabajo de otros artistas que, como él (¿cómo todos?), vinieron a NYC para transformarse en la clase de artista que puede vivir del arte, de producir y consumir arte, cosa que en nuestro país, en nuestros países, todavía resulta ser un camino cuesta arriba. Y sí, la verdad es que una ciudad como esta te inspira y te mueve y te acelera pero, sobre todo, te expone, a los mejores conciertos, las mejores películas, el mejor teatro. Mi amigo, por ejemplo, está haciendo un documental sobre la banda venezolana Los Amigos Invisibles, radicada en USA, y fui con él a entrevistar a David Byrne, sí, el mismo, el Psycho Killer de Talking Heads que adoptó a Los Amigos… en su sello de world music. Fuimos a su estudio, repleto de discos, libros y piezas de arte medio freak, y mientras mi amigo hacía su trabajo yo pensaba wow, sí, esto es lo que quiso decir. Only in New York.

Ayer, mientras esperaba a alguien en la puerta del Barnes & Noble de Union Square (cuatro pisos llenos de libros), vi a Paul Auster bajar de un auto negro con su esposa, la escritora Siri Hustvedt. Se prendió un cigarrillo y se acercó a la vitrina de la librería como quien se acerca a un espejo. Yo me acerqué luego y entendí, su rostro estaba en la lista de los events of the week. Resulta que iba a leer partes de Sunset Park, su flamante nueva novela, y a firmar ejemplares. Por supuesto que entré y lo escuché y compré la novela y ahora tengo su autógrafo. Pero, mientras Paul Auster leía capítulos que suceden en Brooklyn, yo miraba alrededor, pensando cuántos de esos, como yo, se creían más o mejores escritores por estar escuchando al autor de La Trilogía de Nueva York en vivo. Cuántos de esos, como yo, se creían más o mejores escritores por tener una moleskine en el bolsillo, del lado del corazón. Cuántos de esos habían ido a ver a Paul Auster para sostenerse, para aguantar un poco más hasta que les llegue el momento, para reafirmar su moral y fortalecerse. Cuántos de esos estaban escribiendo en Nueva York porque si escribes en Nueva York puede que te conviertas en Paul Auster.

Conozco gente que ha descubierto que su vocación, su verdadera vocación es vivir Nueva York. Esa gente prefiere morir peleando aquí a la posibilidad de triunfar en su país de origen, aunque eso signifique perderse en el anonimato de una ciudad donde todos, más o menos, viven intentándolo y, de alguna manera, ganan simplemente por el hecho de vivir aquí y seguirle el ritmo a una ciudad que no espera. Pienso en Shortbus, esa declaración de amor en forma de película que John Cameron Mitchell le dedicó a NYC, en las escenas en las que la gente se ama sin reservas y se mezcla y se funde y, finalmente, se acompaña.

11.15.2010

Un día de trabajo


David Foster Wallace dijo alguna vez que su rutina de trabajo era escribir una hora y sufrir otras ocho porque no escribía: esa práctica, sin duda, fue una variable (¿la más grave?) en la ecuación de su muerte. Algo parecido le pasaba a Syd Barret, que durante una época larga pasó meses enteros en cama, pensando en las cosas que quería hacer pero sin poder mover un dedo para llevarlas a cabo. Los proyectos, cuando se quedan dentro del cerebro, terminan apoderándose de las células que los generaron hasta reducirlas a la mínima expresión. La única medicina, dicen, es continuar, seguir creando, trabajar aunque al final del día no haya nada para provarlo.

Escucho A Working Day, la canción que abre A Lonely Avenue, un disco de Ben Folds con letras de Nick Hornby, y no puedo evitar sentirme acompañado, menos solo, sentir que todos, o por lo menos varios de nosotros, estamos jalando para el mismo lado. En las notas del disco, Hornby describe brevemente de qué va la canción: Shortly after this song was finished, I was to one of the parents at my kids’ school. He’s an artist, and I asked him how his day had been. “Oh, you know”, he said. “I’m either a genius or a wanker.” Yes, I do know, as does anyone who sits on their own all day making crap up. Verdad absoluta. Todo eso es cierto. De hecho: esa es. Un genio o un pajero (y las mil cosas que hay entre lo uno y lo otro), no hay de otra, no hay para dónde correr.

Al mejor estilo Hornby, la letra es una especie de poema escrito con humor y honestidad brutal. Mi frase favorita es el puente entre las estrofas y el coro: Some guy on the net thinks I suck / And he should know / He’s got his own blog. Nada menos que genial.

La primera vez que leí la letra (ojo, la edición en “pasta dura” viene con cuatro cuentos de Hornby), lo confieso, pensé que sería una balada depre, down, de esas que te pegan y te levantan al mismo tiempo. Después de todo, el coro dice I’m a loser, I’m a poser / Yeah really, it’s over / I mean it and I quit / Everything I write is shit. Imaginé una guitarra acústica medio Arcade Fire o un piano desafinado a lo Tom Waits, una voz maniaco depresiva onda Tom Yorke o Trent Reznor. Para ser franco, esa posibilidad me emocionó harto y casi me pongo a gritar sí, heramno, yo te entiendo, no llores. Luego escuché la canción real y todo se dio la vuelta. Empieza con pulso electro-irónico, como si se tratase de una broma dentro de un juego de video, y se transforma en una memorable pieza en la tradición del más fino Brit Pop.

Nick Hornby lo hizo de nuevo, agarró una tragedia (ese momento en el que se decide nunca más escribir una puta letra en la vida), le puso los pies en la tierra y terminó riéndose consigo mismo. Ben Folds cachó la jugada, le hizo justicia, la potenció. Porque sí, claro, pasan las horas y el infierno se acerca y quema y todo se acabó para siempre pero, al final, seguimos vivos, seguimos haciendo esto que queremos hacer, al final es sólo eso: un día de trabajo.



I can do this
Really
I’m good enough
I’m as good as them
Don’t take it from me
Ask my friends
Ask my sister
They all think my stuff is great
Up there with any of them
I just need a break

I’m a genius
Really
I’m excellent
Better than them
I kicked their asses
All of them
Even that guy who thinks he’s so fucking cool
And gets all the attention
He doesn’t sell shit does he?

Some guy on the net thinks I suck
And he should know
He’s got his own blog

I’m a loser, I’m a poser
Yeah really, it’s over
I mean it and I quit
Everything I write is shit

I’m a loser and a poser
Yeah really, it’s over
Hey hey
It’s a working day
Hey hye
It’s a working day



11.07.2010

Dos hermanos (o cueste lo que cueste)


Ciertos directores tienen sus temas claramente definidos, esas cosas que los persiguen o que ellos persiguen y encuadran desde varios ángulos, tal vez porque buscan la verdad o porque saben, de antemano, que jamás la encontrarán. El tema, el gran tema del argentino Daniel Burman es la familia, las relaciones puertas adentro, el mundo chico desde donde se parte al mundo grande. Y “Dos hermanos”, basada en la novela “Villa Laura” de su compatriota Diego Dubcovsky (quien dicho sea de paso es coguionista y coproductor de la cinta), es una forma memorable de querer explicar o tratar de entender lo que pasa en los caminos torcidos del ADN.

Susana (Graciela Borges) y Marcos (Antonio Gasalla) se han quedado huérfanos, ambos están entrando en la tercera edad y aunque no es exactamente lo que quisieran, se tienen el una al otro, poco más, poco menos. Sin recurrir al famoso flashback, de una manera tan sutil como certera, “Dos…” nos cuenta la historia de una familia que ha logrado lo más importante: salvarse de sí misma. Se nota que estos hermanos han pasado por mucho, que se han hecho daño y se han guardado secretos que capaz era mejor decir en voz alta. Pero aún así, contra todo pronóstico, siguen juntos y, a su manera, hasta se quieren. Eso de que uno no puede escoger a su familia es cierto, pero quizás, con suerte, puede escoger cómo llevar las relaciones familiares, cuándo decir lo que hay que decir y cuándo guardar silencio y dedicarse a estar, ahí, al lado, aguantando cosas que no tendría por qué aguantar, aguantando porque eso es lo que hacen las familias, se aguantan, se toleran, o mueren en el intento.

De alguna manera, esta es una película de autoayuda, no es light ni se disfraza de experiencia trascendental de vida, pero es el tipo de cinta que nos enfrenta a la verdad, que nos revela un poco de nuestra propia personalidad, de eso que no queremos ver, y al final nos hace creer que si ellos pueden, si Susana y Marcos no se han arrancado la cabeza mordidas ni se han sacado los ojos, si todavía pueden ver a Mirhta Legrand en televisión mientras comen pasta y toman vino, nosotros también podemos. Algo así, me queda claro, habría sido imposible de lograr sin gente del calibre de Graciela Borges, una de las actrices más bellas y solicitadas en la historia del cine argentino, y Antonio Gasalla, que viene de una larga vida de cómico en televisión y, en un caso muy parecido al de Guillermo Francella en “El secreto de tus ojos”, logra ponerse a la altura de las circunstancias y sale ganando. Con esta película, la verdad, ganamos todos.

(El Diario, 7 de noviembre 2010)

10.30.2010

La úlcera de José Donoso


La edición de bolsillo de El obsceno pájaro de la noche (Punto de Lectura, 2006), el clásico del escritor-chileno-del-boom José Donoso, viene con una especie de making of al final escrito por el mismo autor. El texto se llama Claves de un delirio: los trazos de la memoria en la gestación de El obsceno pájaro de la noche, es largo, generoso, contundente y se siente casi demasiado sincero. En su comentario en off, Donoso cuenta la historia de su muy pero muy particular úlcera, que se activa cada vez que se propone escribir una novela y que en el caso de El obsceno… casi acaba con su vida.


Al parecer Donoso empezó, como muchos, a bosquejar su novela escribiendo ideas sueltas, apuntes, sensaciones, capítulos enteros que no se conectaban entre sí, que vivían peleando bajo un mismo techo que se estaba quedando corto: y en eso se le fueron diez años. ¿Cómo se hace para vivir con una novela adentro durante diez años? Fácil, se sangra por dentro. En uno de estos ataques, sucedido en Estados Unidos, a Donoso le aplicaron morfina sin saber que era alérgico a ella. “Tuve un increíble acceso de locura, con alucinaciones, paranoia y, sobre todo, un terror más ancho que la vida”. Durante quince días, el escritor estuvo internado en una clínica, atrapado en un violento delirio esquizofrénico. Sentado frente a la cama del paciente estaba un profesor de lógica que Donoso había conocido unos pocos días antes, y que definió el episodio de salud como “una perfecta reconstrucción paralógica del universo”. “La política, el sexo, los prejuicios raciales enterrados, todos esos elementos adquirieron en esas alucinaciones otra vida… más grande”, cuenta José Donoso. Lo cierto es que una vez superada la crisis, el escritor no encontró otro remedio que quemar la novela en la que estaba trabajando con la esperanza de exorcizar así todos sus demonios. Por suerte, su esposa lo detuvo y le dijo que la única forma de escapar de la novela era, precisamente, terminarla, publicarla, deshacerse de ella por la vía legal y entregársela al mundo para que dejara de comerle las tripas. En ese momento, en un acceso de lucidez o en un acto de amor, Donoso volvió a intentarlo, se encerró con las cientos de páginas que ya había escrito y al cabo de ocho meses terminó lo que no había podido terminar a lo largo de una década entera.




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10.25.2010

Doble o nada: Los Pescados en el Rocktobeerfest


Seguimos en Kill City. Este miércoles 27 vamos a tocar en el Bierjaus (C.C. Comercial Las Terrazas, Samborondón), otra de nuestras casas acá en el Guayas. Gracias a toda la gente que fue y nos apoyó el sábado pasado en la inauguración del Santana Rock Bar. Lo de esa noche fue una celebración descontrolada, el comienzo de algo que podría ser grande, hubo mucho más feeling que rigor y la cosa se vivió a punta de ñeque, con el corazón por encima de los cables, cual CBGB criollo. Durante aquella faena el escenario se llenó de gente (al cartel original se sumaron Luis Rueda y El Jefe Vergara), el concierto se convirtió en un pequeño festival y tocamos poco pero escuchamos mucho. Ahora vamos con todo, para arriba, con un setlist que incluye temas de todos los discos y un par de cosas que no están en ellos, algo de El año del Pescado, algo de No somos siameses y algo, un adelanto, de Por la boca muere el Pez, el nuevo álbum que ya está en el horno. Vengan a servirse el aperitivo.

La foto es de Bruno Carranza, baterista de Víbora Julieta.

10.21.2010

Los Pescados en la casa de Santana


Este sábado 23 de octubre, desde las 21h00, estaremos en la inauguración de una nueva casa para el rock en Kill City. Santana Rock Bar (Rocafuerte y Padre Aguirre, donde solía estar el Heineken) abre sus puertas con un concierto, como corresponde. El cartel, que podría crecer sobre la marcha, tiene ahora tres bandas de cajón: Los Pescados, Demencia Extrema y Víbora Julieta. La movida guayaca sigue creciendo, vamos ahí.

10.18.2010

Tu piel me hace llorar


El tráiler de The Social Network, la película de David Fincher sobre los creadores de Facebook, es aterrador y hace pensar que nada bueno puede venir cuando se quiere tener amigos a la fuerza, porque sí, porque sumando son un millón de amigos y nadie que tenga un millón de amigos puede estar tan solo como para buscarlos en Internet. Pero lo mejor, lo que me estremeció hasta la médula y me hizo llegar a casa a verlo una y otra vez, fue la canción de fondo, esa versión de Creep que me parece perfecta e imposible aún después de haberla escuchado en un loop infinito.

Al contrario de lo que pensaba, de lo que imaginé y creí un hecho histórico, la versión que se usa para promocionar (¿promocionar?, capaz no sea la palabra correcta, digamos que esta versión sirve de advertencia: algo fuerte viene en camino) la peli no es obra de Trent Reznor & Atticus Ross (este último un productor inglés, colaborador de NIN), autores de la banda sonora, sino de Scala & Kolacny Brothers, un coro de chicas formado en Bélgica que transforma sus canciones favoritas en sus canciones, punto. No es raro que esta pieza magistral venga de Europa, donde más o menos tienen claro quiénes son y entienden que hacer un cover no es vender la identidad sino reafirmarla y hasta potenciarla. Un coro latinoamericano, excluyendo quizás a Chile, Argentina y Brasil, jamás hubiese tenido el descaro de cantar en inglés, mucho menos algo que no sea considero “clásico” aunque, como lo demuestra esta versión, clásico es todo lo que te marca y te acompaña desde cierto punto hacia delante.

No sé cuántos momentos Creep tuve durante la adolescencia ni cuántos de esos momentos se necesitan para dejarla y hacer eso que llaman crecer. Sé que los tuve, que dolieron, que fueron en su mayoría culpa mía, que solo yo los recuerdo, que no he logrado dejarlos ir del todo, que vuelvo a ellos porque extraño el confort de estar triste por algo, por alguien, que llegaron hasta al fondo cuando apenas y podía defender mi superficie. Esta versión me ha devuelto esos momentos o lo que queda de ellos, pero para bien: recuerdo la angustia, ese peso que se soporta cuando se está solo en el cuarto y esa soledad y ese cuarto parecen la eternidad y el mundo. Esta versión me pone down, pero también me hace mirar hacia arriba, pensar que de no ser por todo eso no existiría todo esto.

La versión original de Radiohead nunca me dio tan duro o por lo menos nunca me obsesionó. ¿Qué pasa con esta? Creo que es el hecho de escuchar tantas voces unidas en un solo esfuerzo cuando la canción, si habla de algo, es de la soledad: el factor coro, en este caso, te hace parte de. El piano empieza suave, desde abajo, y va ganando intensidad sólo en ciertos golpes. Las voces entran como un rumor, voces pálidas como fantasmas que van haciéndose carne como los recuerdos que arrastran, sobre todo en la segunda estrofa, en ese I want you to notice when I’m not around que se pasa de la raya y cae en la desesperación, en la súplica, en lo que se derrama cuando se dice en voz alta la procesión que se lleva por dentro.



10.14.2010

Cordero, el making of


Esta noche, a las 19h00 en el Teatro Sucre, se estrena la nueva película de Sebastián Cordero: Rabia. La cinta inaugura una edición más del Festival Iberoamericano de Cine “0 latitud” Para estar a la altura de la ocasión, la revista Mundo Diners me pidió que entrevistara a Sebastián y escribiera una especie de perfil biográfico. El resultado es lo que los artistas plásticos llaman “técnica mixta”, un texto híbrido, un mix de cosas y emociones que me tiene muy contento.

Aquí va. Las fotos son de Coco Laso.


Sebastián Cordero
Una historia basada en hechos de la vida real

Por Juan Fernando Andrade


Martes, 3 de agosto, 2010. Sebastián Cordero y yo estamos sentados en el piso alfombrado del cuarto de su hijo, cada uno tiene un gin tonic en la mano. Nos conocimos en 1999 pero nos hicimos amigos siete años después, cuando empezamos a trabajar juntos en uno de sus proyectos. Entre los dos está mi grabadora y el foco rojo apunta hacia él. Curioso, como periodista uno tiene la obligación de preguntar las cosas que no se atreve a preguntar como amigo.

- Empecemos por el principio. ¿Qué recuerdas de tu infancia?
- Nací en el 72, soy el menor de cuatro hermanos, recuerdo haber sido muy pegado a ellos, sobre todo a mi hermano Juan Esteban. Teníamos mucho en común. Me interesaba mucho todo lo que hacía. Coleccionaba mariposas, estaba muy metido en la entomología, toda esa onda de matarlas sin que se les dañen las alas. Cuando se iba de paseo de fin de curso al oriente, volvía con una cantidad de bichos impresionante, a mí me parecía fascinante todo eso. Y todo lo que me contaba de la música, era alguien lleno de anécdotas, como una enciclopedia viviente. Me gustaba mucho sentarme a escucharle.

- Tu hermano músico.
- En algún momento todos tocamos piano. Mi mamá tenía esta obsesión con la música y nos empujó en esa dirección. Mis papás grababan casetes para enviarle a un tío que vivía en Estados Unidos. No éramos nada malos, de hecho gané menciones en algunos concursos. Pero todos, menos Juan Esteban, fuimos abandonando la música de a poco. Yo toqué piano de los cuatro años hasta como los trece, también toqué violín, guitarra y saxofón. La música era un elemento en la casa.

En su casa se almorzaba y se comía con música clásica de fondo. Esteban, su padre, tenía una colección de vinilos que organizaba y escuchaba en orden alfabético, de esta forma, pensaba, llegaría el día en que lo hubiese escuchado todo.

- Mi papá era muy neurótico en ciertas cosas, tenía esta onda obsesiva de no perderse de nada. De niños viajábamos mucho. La primera vez que fuimos a París mi papá tenía el libro “París en cuatro días”, que era un clásico. En esos cuatro días veías todo, to-do. Yo luego viví seis años allí y todos los monumentos los conocí probablemente durante esos cuatro días del primer viaje con la familia.

Mónica Espinosa, su madre, me cuenta que las vacaciones de verano se organizaban en torno a los grandes festivales de música clásica en Europa. “Siempre pensé que mis hijos debían saber que en el mundo hay otra gente que hace lo mismo que ellos y tal vez mejor. Desde pequeños estuvieron expuestos a la excelencia.” Mónica creció en una familia dedicada a la agricultura, en su casa nunca hubo libros ni discos, pero ella estudió danza clásica y tomó lecciones de francés desde pequeña. Era cuestión de tiempo, mejor estar preparada.

Salzburgo, Austria, 1976. Los Cordero Espinosa atraviesan el Atlántico para ver a la violinista alemana Anne-Sophie Mutter al mando de Herbert von Karajam, director de la Orquesta Sinfónica de Berlín. Demasiado tarde, no hay entradas. Esteban toma la mano de su hijo mayor y trata de consolarse mostrándole el teatro. Un acomodador se les acerca y les pide gentilmente que se retiren. Esteban lo mira a los ojos, le habla en voz baja, le dice este niño es pianista, hemos venido desde otro continente, por favor. El acomodador pone su mano sobre el hombro del chico, sonríe y le dice ven conmigo. Anne-Sophie Mutter interpreta el tercer movimiento del concierto para violín de Beethoven, Juan Esteban la ve de la mano del acomodador, quien además le invita chocolates.

- ¿Te acuerdas de tu papá?
- Lo conocí muy poco, murió cuando yo tenía nueve años. Lo veía como este señor muy grande que me intimidaba, de hecho me daba mucho miedo. Nunca tuve una amistad, nunca me reí con él, le tenía un respeto malsano. A veces él entraba a la casa y yo me callaba, no sé por qué.

- ¿Qué hacía tu papá?
- Era abogado, pero nunca ejerció, decía que para ser un buen empresario tienes que ser abogado. Como empresario se dedicó a la importación de autos, era el gerente de la compañía Automotores y Anexos. La verdad es que quería ser escritor.

Esteban y Mónica decidieron mudar su familia de Quito a París, darse la oportunidad de una vida diferente y, sobre todo, dársela a sus hijos. Sería perfecto, Mónica formaría parte de un mundo para el que se había preparado toda su vida, Esteban tendría el año sabático que necesitaba para escribir su novela en paz, para dedicarle a su familia el tiempo que le habían robado los negocios, y los chicos tendrían lo mejor de la cultura a la vuelta de la esquina. Si uno de ellos hubiese querido ser contador, tendría que haberlo hecho a escondidas de sus padres.

París, Francia, 1981. En vísperas de su aniversario de bodas, Esteban no piensa salir a celebrar. Abre una botella de champaña y se queda en casa con su esposa y sus hijos. Han pasado solo tres meses desde su llegada y en un par de horas tiene que salir de vuelta a Quito en viaje de negocios, cualquier festejo quedará para su regreso. Mónica quiere llevarlo al aeropuerto pero él insiste en tomar un taxi. Sebastián y Juan Esteban lo acompañan a la calle. Después de guardar su equipaje en el maletero, Esteban se inclina hacia su hijo mayor y le dice ahora tú eres el hombre de la casa. No tiene palabras para Sebastián, sólo una mirada. El taxi se aleja. Los hermanos se despiden moviendo las manos. Esteban regresa a verlos.

Dos días después, Mónica recibe una llamada del Ecuador. Le dicen que vuelva lo antes posible, con sus hijos, Esteban tuvo un accidente. Le dicen está delicado pero no le va a pasar nada. Mónica siente esa punzada en el corazón.

Esteban regresa de un almuerzo en casa de su mejor amigo en el Valle de los Chillos, al norte de Quito. El cambio de hora, los tragos, la noche. Se queda dormido sujetando el volante. El entierro es el 26 de octubre, ese mismo día, Esteban y Mónica cumplen dieciocho años de casados.

- ¿Quién tomó la decisión de volver a París?
- Antes de volver para el entierro, mi mamá nos sentó a todos en el comedor y nos preguntó si queríamos vivir otra vida en París o regresar a Quito. Finalmente nos quedamos mucho más de lo que pensaba quedarse mi papá. Yo le veo como un momento bacán, liberador, decir vamos allá, a la aventura, a ver qué pasa. Mi mamá tuvo una valentía gigante, lanzarse con cuatro hijos, sola.

- ¿Te gustó vivir en Francia?
- En Francia comencé a ir al cine. La primera película que fuimos a ver fue Cazadores del Arca Perdida, me la repetí tres o cuatro veces. Era escapismo total y de repente era wow, este es un mundo que me encanta. Con mis hermanos empezamos a ir al cine muchísimo. Era un momento en el que yo estaba especialmente vulnerable y me llegó esto de una manera muy fuerte. Aparte de las películas íbamos a dos o tres conciertos de música clásica a la semana, con mi mamá, era una forma de estar juntos.

- A ver, ¿decidiste que querías ser director de cine a los nueve años?

- Pues… sí, creo que sí.

Viviana, su hermana mayor, me cuenta que el primer sueño en la vida de Sebastián, a los cuatro años de edad, era ser Papa, ni sacerdote ni obispo sino Papa. Sebastián no lo recuerda, pero desde aquel anuncio su padre sintió por él una profunda admiración, en nada relacionada con la iglesia. Para Esteban, ser Papa significaba llegar hasta donde su pudiera llegar. El chico estaría bien.

- ¿Y qué pasó cuando tus hermanos te dijeron que iban a hacer una película?
- Para mí fue un poco un shock. Lo venía planeando desde el colegio, aplicando a universidades para estudiar cine, y de repente mis hermanos me salen con la noticia de que iban a hacer una película. Sentía como que, ¿de dónde?, ¿por qué? Me invitaron a participar, de hecho yo iba a actuar en esa película…

Quito, Ecuador, 1991. Viviana y Juan Esteban escriben el guión de Sensaciones: siete músicos jóvenes se retiran a una hacienda en la mitad del páramo y hacen un disco que revela el sonido de los Andes, en su búsqueda interior, experimentan con drogas y uno de ellos encuentra la última sensación en la muerte. Dos de esos personajes serán interpretados por Juan Esteban y Viviana. Avalon, su mascota, también está entre el reparto. El plan es que Sebastián forme parte de la producción como actor y codirector. Manuel, hermano menor de Zacarías (Juan Esteban), está basado en él, ambos nacieron en la misma fecha, son géminis y pasaron por el piano y el violín antes del saxo. El menor de los Cordero sube al tren con sus hermanos, pero el rodaje se atrasa y cuando debe elegir entre irse o quedarse no lo piensa dos veces y parte a Los Ángeles, ha sido aceptado en el programa de escritura de guión de la prestigiosa USC (Universidad del Sur de California).

- …Mi hermano me decía “de gana te gastas la plata estudiando, la universidad gringa te va a cobrar un montón de plata, por qué no te quedas aquí y haces una película, al final lo que cuenta en la vida son las películas que has hecho, no el diploma que después ni vas a poder encontrar” Irme fue la mejor decisión que pude tomar, pero una de mis grandes frustraciones es que Juan Esteban murió cuando yo estaba en mi tercer año de universidad y nunca llegó a ver nada interesante hecho por mí. Es heavy pensar que él murió a los veintiséis y para mí siempre será mayor. Ahorita he vivido mucho más de lo que él posiblemente vivió en toda su vida y siento que él ha vivido más que yo…

Quito, Ecuador, 1993. Juan Esteban escucha los temas de Jorge Villamizar, alias “Coqui”, quien luego formará parte del popular grupo Bacilos, y se compromete a componer los arreglos. Para lograr sentirlos, propone escucharlos junto a la cascada del río Pita, en el Valle de los Chillos. Son las tres de la tarde de un domingo y Avalon, la mascota de Sensaciones, forma parte del paseo. Al llegar, el labrador se lanza al agua persiguiendo su imagen, Juan Esteban entra al río para rescatarlo, el agua le llega a los talones, parece seguro. Las suelas de sus zapatos se deslizan sobre las piedras mojadas como si el río lo estuviese reclamando, no lo puede creer, alcanza a reírse mientras la corriente lo arrastra hacia la cascada, esta es la última sensación.

- … Lo mismo pasa con mi papá, murió cuando tenía 43 años, yo ya voy por 38, en 5 tendré la misma edad que él cuando murió y me raya eso, el tema de cumplir ciertas metas en cierto tiempo y a cierta edad. Para mí, después de los 43 hay como un hueco negro en mi vida, como que si me muero al día siguiente ya cumplí, es muy raro. El tema de la mortalidad, de tener un límite y del valor que le da la muerte a la vida es algo que, a pesar de que no lo he explorado abiertamente en mi trabajo, está muy presente.

- Claro que lo has explorado, súper abiertamente. Pescador (su cuarto largometraje, el guión que escribimos juntos) es la única película de Sebastián Cordero donde no se muere nadie.
- Sí, en ese sentido es la que más vida tiene.

- Voy a confesarte algo. Cuando empezamos a trabajar juntos, no entendía qué tenías en común con tus películas. Eres un tipo que vive bien, que sale de vacaciones y conoce casi que todo el mundo, pero tus temas son oscuros, eso, la verdad, me parecía un poco chanta.

Venecia, Italia, 1999. Sebastián Cordero tiene veintiséis años y estrena su ópera prima en el Festival de Cine de Venecia, es la primera vez que una película ecuatoriana llega tan lejos. Ratas, ratones, rateros, es la historia de Ángel y Salvador, dos primos salidos del Ecuador marginal que hacen su vida entre crímenes cada vez peores. Salvador es sensible y tímido. Ángel es el tipo de persona que busca sobrevivir sin que importe mucho quién se quede en el camino. Sin embargo, Salvador tiene sus pecados y Ángel sus redenciones.

- No sé, a veces la mejor forma de contar cosas autobiográficas es a través de personajes lejanos a uno mismo. Yo me identifico muchísimo con Salvador mientras que Ángel es mi peor pesadilla, pero ambos son parte de mí. Me he obsesionado con los personajes que son ambiguos, complejos, que pueden tener buenas intensiones pero igual la cagan o hacen algo bueno por casualidad. Siempre me ha frustrado, al punto de cabrearme, el sentir que algo se proyecta de una forma y no es así. Si todos estamos sufriendo, por qué no hablar de ese sufrimiento, por qué pretender que todo está bien. Un personaje perfecto es mentira, no me lo creo, siempre busco el pero y termino con personajes que están más llenos de defectos que de cualidades, igual pueden ser entrañables.

- ¿Sospechaste el éxito que tendría Ratas…?
- No. Yo hice la mejor película que pude hacer en las condiciones en las que me encontraba. Ratas… se hizo con el modelo del cine norteamericano independiente de los setentas: poner plata propia y pedirle plata a todo el mundo. Tuvo un largo recorrido por festivales internacionales y el rato de exhibirla acá fue una locura, tuvo 135,000 espectadores en cines sólo con cuatro copias, una cifra sin precedentes en el Ecuador.

- Esa película te convirtió en una personaje público. ¿Qué se siente?
- Mi vida fue expuesta, aunque la gente se me ha acercado siempre en buena onda, fue raro. Me decían “estás haciendo algo importante para el país”. Yo no hice la película pensando en el país, más bien es una peli muy crítica. Era la época del “sí se puede” y me ponían de ejemplo con Iván Vallejo (el montañista que conquistó el Everest) y Nicolás Lapentti (tenista, sexto en el mundo en 1999). Al final de ese año me invitaron a ser jurado en el Reina de Quito.

Sebastián Cordero es el tipo de persona que te permite ser invisible. No se lo propone, simplemente pasa. Te sientas a comer pizza con él y debe levantarse una o dos veces a poner el brazo sobre los hombros de un perfecto desconocido y sonreír para el lente de un teléfono celular. En pleno páramo, mientras rueda una escena de Pescador, los curiosos se detienen, bajan de sus autos y caminan entre la neblina para pedirle un autógrafo. En Guayaquil, la administradora de una cevichería pone una botella de vodka sobre la mesa y dice “es un honor tener al maestro con nosotros”, después, obvio, hay una fila de meseros esperando tras ella el turno de posar junto al maestro. Cabrón.

- Hubo mucha expectativa por tu siguiente paso, ¿sentías presión?
- En ese momento me pesaba mucho que todo el mundo estuviera pendiente de mí. Tal vez por eso me demoré un ratote en hacer la siguiente.

Cannes, Francia, 2004. Crónicas, su segunda película, se estrena en la sección oficial Un Certain Regard (una cierta mirada) del festival de Cannes, acaso el más célebre del mundo, es la primera vez que una película ecuatoriana llega tan lejos. Cordero desfila por la alfombra roja acompañado del elenco: John Leguizamo (ejemplo perfecto del hijo de migrantes latinos que triunfa en USA), Leonor Watling (una chica Almodóvar) y Damián Alcázar (uno de los actores mexicanos más premiados de todos los tiempos). Dos de los varios productores de la película son Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, ambos nominados al Oscar. El productor ejecutivo es Jorge Vergara, magnate mexicano, dueño de la marca de suplementos alimenticios Omnilife, quien antes había invertido capital en proyectos de Cuarón (Y tu mamá también) y del Toro (El espinazo del diablo).

De alguna manera, Crónicas es la película más exitosa y menos popular de Cordero. Por un lado, le abrió las puertas del exterior, lo conectó. Por otro, tuvo menos de la mitad de espectadores que Ratas… Incluir un reparto internacional le sumó credenciales y le restó identidad. Aunque pase en Babahoyo y esté impecablemente realizada, es difícil saber de dónde es o para dónde va. Isabel Dávalos, su ex esposa, trabajó en la producción de Crónicas y tiene muy claros los factores que, según ella, provocaron el “fracaso” comercial de la película. “Primero, le cedimos todos los derechos a Jorge Vergara para que el Sebastián pudiera hacer su película a lo grande. Segundo, cuando entraron los actores internacionales perdió mucho de su esencia original. Tercero, al momento del estreno, el Sebastián y yo nos estábamos separando, no teníamos ni la química ni el ánimo para sacarla adelante, cuando te divorcias, los primeros meses son los peores. Cuarto, en México se estrenó un año después de Cannes, cuando ya había sido absolutamente pirateada. Quinto, en Estados Unidos fue promocionada como una película para migrantes. Esa película fue una inversión a la carrera del Sebastián, y en eso funcionó muy bien.”

- Mirando para atrás, ¿crees que tener actores internacionales le ayudó a la película?
- La película es sobre un equipo de televisión que llega a Babahoyo tras la pista de un asesino en serie que viola niños pequeños. Que el equipo fuera de Miami me parecía lógico, creo que la película ganó con el reparto internacional, siento que funciona bien. Yo sé que en el Ecuador la percepción es que Crónicas fracasó porque tuvo menos espectadores que Ratas…, pero a mí me abrió muchísimas puertas.

- Te pesa ser un cineasta más de crítica que de público.
- Quien te diga que no le importa si el público va a ver su película te está mintiendo, eso no es real. Eso es fácil de decir hasta que el público sí va a ver la película.

- ¿Eres la persona que quieres ser?
- Tengo una onda constante de sentir que lo que estoy haciendo no es suficiente, ¿suficiente para quién?, no sé. Miro para atrás, y no tengo ese rollo. Mirando para atrás, el tiempo desperdiciado es el que más me gusta. Los días en los que teniendo cosas que hacer me he hecho la pera y me he puesto a ver una película encerrado en mi casa, eso es una maravilla, pero para llegar a eso, me azoto, me atormento mucho. Lo que me encanta de un rodaje es que todo se pone en paréntesis y tengo una reafirmación de que lo más importante en mi vida en ese momento es filmar, cualquier otra cosa puede pasar a un segundo lugar en las prioridades, eso me alivia profundamente. El estrés gigantesco de un rodaje es menos estresante que la vida diaria, en la que no sé si debería estar haciendo más. En un rodaje sé que debo cumplir con ciertas obligaciones. Es terrible, debería estresarme más pero más bien me tranquiliza, es una estructura que va hacia delante.

- Creo que estás cerca de la persona que quieres ser, por lo menos más de lo que piensas.
- Lo que quería de niño, de adolescente, cuando pensaba en dedicarme al cine, era poder dedicarme solo a eso, que esa sea mi actividad, y poder hacerlo de largo. Ya van cuatro largos y espero que vengan muchos más. Habrá películas a las que les vaya mejor que a otras, que harán más dinero que otras, que tengan mejores críticas que otras. Mientras pueda seguir contando historias, todo bien. El poder seguir haciendo cine ya es que me vaya bien.

Miércoles, 4 de agosto, 2010. Hemos hablado toda la noche y estamos algo mareados. A pocos meses del estreno de su tercer largometraje en el Ecuador, Sebastián Cordero está nervioso. Rabia, producida íntegramente en España, ha sido un éxito rotundo en festivales pero aún no logra captar al gran público. El chico, qué duda cabe, todavía quiere ser Papa. Cabrón.
(Mundo Diners, octubre de 2010)

10.11.2010

Enseñanza de vida (o aprender a la fuerza)


Hay cosas que se aprenden en la escuela, cosas que se aprenden en la calle y cosas que nunca se aprenden. “Enseñanza…” es una película sobre aprender lo que se pueda mientras dure, aunque en el proceso toque limpiarse las lágrimas de la cara y seguir como si nada sabiendo que sí, que todo. Estamos en Londres, es 1961. Ella tiene dieciséis años, la vida por delante, todo para ganar. Pero está enamorada y eso siempre complica las cosas. Mucho más para ella, que está enamorada de sí misma y aún no sabe quién es.

Ella es Jenny (la mejor Carey Mulligan hasta la fecha, encantadora, irresistible) y está saliendo con David (Peter Sarsgaard, el clásico actor subestimado que aún no obtiene ni el reconocimiento ni el protagónico que merece), un tipo mucho mayor. En realidad, está saliendo con la vida de David, saliendo del salón de clases y entrando en un mundo de jóvenes adultos y adinerados que la pasan bomba: fiestas, conciertos de jazz, un fin de semana en París. Jenny está viviendo algo que no le corresponde, que la supera, algo que también podría ser el amor porque el amor es muchas cosas, pero sobre todo está viviendo y eso es lo que importa. Su mérito está en intentar, en arriesgarse como se arriesga esta película, en cruzar la línea para conocer sus propios límites y tener que volver con la cabeza entre los hombros, cargando con sus errores pero sin el menor remordimiento. Ciertas cosas, ciertas verdades, sólo pueden aprenderse a la fuerza. “Enseñanza…” podría ser una comedia romántica o un culebrón dramático, pero se salva por venir de donde viene, por tener lo mejor del cine inglés, el tono: discreto, ingenioso, gracioso cuando puede y serio cuando debe.

Desde hace años que los fans del escritor Nick Hornby esperábamos, más que esta película, esta oportunidad. Quienes lo vemos no como un héroe ni un genio sino como un aliado y un cómplice, sentimos que ésta es su película aunque no sea nada más, ni nada menos, que su guión. La historia ha dado un giro justo y necesario. Luego de que varias de sus novelas han sido llevadas a las salas de proyección (las memorables, sin duda, son “Alta fidelidad” y “Un gran chico”), Hornby tiene la oportunidad de escribir cine basándose en el libro de memorias de la periodista británica Lynn Barber. Y lo mejor es que el Hornby guionista es hermano o primo hermano del Hornby novelista: cuida a sus personajes, los quiere, vuelve a demostrar que un cuento, en cualquier formato, no necesita protagonistas increíbles, que basta con ser gente.

(El Diario, 10 de octubre 2010)



10.09.2010

Deep Brauer


Simón Brauer vuelve a mirarnos como nadie nos había mirado: en 3D. Se supone que todos los seres humanos vemos en tres dimensiones, se supone, pero ver es una cosa muy distinta a percibir y es en la percepción de las cosas donde está la clave. El pasado 7 de octubre Brauer presentó en sociedad el libro Quito Profundo, su versión fotográfica del centro histórico de la ciudad, en formato 3D Stereo. A falta de mejores palabras, sólo me queda decir que las fotos son (están) increíbles en todo el sentido y la extensión de la palabra. Increíbles por sorprendentes. Increíbles porque es difícil creer, asumir, que existen. Además, increíbles porque no se sabe si lo que está en el cuadro está viniendo hacia nosotros o si somos nosotros los que estamos entrando en cuadro. Eso tal vez lo sabe Brauer, tal vez.

El lanzamiento fue en la Casa de la Fundación Municipal Teatro Nacional Sucre (con ese nombre no dan ganas de ir, lo sé, pero los nombres, como las apariencias, engañan), el lugar estaba copado y tocó hacer fila para poder ver de la exposición. Fue como estar en un parque de diversiones, ver la cara de la gente que salía mientras uno entraba, verlos y estar a punto de saber qué les había pasado, atravesar la misma experiencia, la misma sensación, salir y ver las caras de los que aún no entraban y darles esa mirada, esa señal, ese ya van ver telepático. Y claro, las ganas de volver a subir.

La exposición estará abierta hasta el 24 de octubre.

CASA DE LA FUNDACIÓN MUNICIPAL TEATRO SUCRE
MANABÍ Y GUAYAQUIL (PLAZA DEL TEATRO)
DE 1OH00 A 16H30
DE MARTES A DOMINGO


10.07.2010

Vargas Llosa, el Nobel


Mucho muy emocionado. Soy fan de Vargas Llosa desde que leí Los Cachorros por primera vez. Lo vi una vez en Buenos Aires, en el Bar Sur del barrio San Telmo, escuchando tangos con su familia. No pude decirle mucho, capaz no le dije nada, pero cual groopie le pedí un autógrafo que guardo con el mismo cariño con que guardo sus libros. A la final, el Nobel no es tan distinto a cualquier otro premio: vale cuando ganan los que uno quiere que ganen.



10.05.2010

25 years later...


Hace 25 años, la novela Less Than Zero convirtió a Bret Easton Ellis, más que en un escritor, en un estilo literario e incluso en un estilo de vida. Hace unos pocos meses, apareció Imperial Bedrooms, la secuela que nadie esperaba y que ha vuelto a poner al autor en el centro de una escena muy parecida a las que suceden en sus libros.

Si no les gustó la primera, ni si quiera se molesten en hojear la segunda. Clay is back y lo peor, lo mejor, es que nunca cambió o jamás se propuso cambiar. El mismo vacío, la misma desesperación, esa misma sensación de que pase lo que pase al final no pasará mucho, no pasará nada. Curioso, conozco gente que ha tratado de leer Easton Ellis y no ha podido porque, dicen, es imposible de querer. La verdad no sé, no creo, que lo que busquen sus libros sea exactamente cariño. Recuerdo leer Less Than Zero y sentir que todo eso era simplemente too much, muy heavy, muy superficial, muy denso, muy cercano, como una Ciudad de Dios al revés, al punto de sentir en las tripas cómo lo que estaba leyendo me atropellaba, me pasaba por encima. No puedo decir que quise a Clay entonces o que lo quiero ahora, pero sí que me interesa, capto su soledad, ese abandono lujoso y decadente que llena su vida de sustitutos, de placebos, y la decora con fake plastic trees y con emociones que parecen the real thing pero se desinflan de un momento a otro. Clay vive anestesiado, pero vive. A su manera, de lejos y apostando justo lo necesario para no perder, hasta lo intenta.

Un cuarto de siglo después, Clay es guionista en Hollywood y está trabajando en una película llamada The Listeners (algo así como: los que escuchan). Aunque su novela más autobiográfica sea Lunar Park, en la que autor y personaje llevan exactamente el mismo nombre a cuestas, en Imperial Bedrooms vuelve ese alter ego que tanto tiene en común con el escritor. Bret Easton Ellis adaptó al cine su libro de cuentos The Informers (Los informantes) y la experiencia no fue nada agradable: la película necesitaba una estructura extensa y coral tipo Robert Allman o Paul Thomas Anderson que, en teoría, estaba en el guión original, pero como la industria está llena de intermediaros, terminó siendo una cinta comprimida en la que apenas y entraron algunos personajes de los cuentos abriéndose espacio a codazos. Viéndolo por ese lado, capaz esto es Bret Easton Ellis, la venganza. El Hollywood de Imperial Bedrooms no está muy lejos del infierno, todos se usan, todos se abusan y todos son gente que no son tratando, a toda costa, de transformar eso que no son en aquello que quieren ser: una gran mentira es mejor que una triste verdad. Esta vez, a la voz dañada de Clay se le suma una historia casi policial tipo L.A. Confidential que algo tiene de Raymond Chandler y mucho de thriller onda film noir.

Casi todos los personajes de Less Than Zero están de vuelta: Blair, Rip y el detonante Julian, que vuelve a causar el tipo de explosión que salpica a todos los que están cerca. Quizás el truco sea cambiar como cambia la vida, asumir un nuevo papel cada tanto y ajustarse a las circunstancias, cambiar de diálogo, no de discurso. Esta gente no lo ha hecho, son los mismos adolescentes de hace 25 años tratando de evadir el sufrimiento a través del placer, mirando hacia otro lado, donde está Palm Springs.



…the city it seemed as if you were looking at a vast and abandoned world laid out in anonymous grids and quadrants, a view that confirmed you were much more alone than you thought you were, a view that inspired the flickering thoughts of suicide.

“Rain,” I say. “That’s not your real name”
“Does it matter?”
“Well, it makes me wonder what else isn’t real”
“That’s because you’re a writer,” she says. “That’s because you make things up for a living.”
“And?”
“And”, she shrugs, “I’ve noticed that writers tend to worry about things like that”

The surface Rain presents is really all she’s about, and since so many girls look like Rain another part of the appeal is watching her try to figure out why I’ve become so interested in her and not someone else.

What keeps me interested, and it always does, is how can she be a bad actress on film but a good one in reality?

I can suddenly see my reflection in a mirror in the corner of the bedroom: an old-looking teenager.

…and the world becomes a science-fiction movie because none of it really has anything to do with me. It’s a world where getting stoned is the only option.

I text Rain: If I don’t hear from you I’m going to make them give the part to someone else. In a matter of minutes I get a text from her: Hey Crazy, I’m back! Let’s hang. Xo.

“Just really beautiful girls, really beautiful boys, kids who came out here to make it and needed cash and wanted to make sure that if they ever became Brad Pitt there’s no hard evidence that they were involved in anything like this.”

She immediately moves into me and says she’s sorry and the she’s guiding me toward the bedroom and this is the way I always wanted the scene to play out and then it does and it has to because it doesn’t really work for me unless it happens like this.

“I want to be with you,” I’m saying.
“That was never going to be part of it” I ask. I press two fingers on both sides of her mouth and force her lips into a smile.
“Because you’re just the writer”

The fades, the dissolves, the rewritten scenes, all the things you wipe away, I now want to explain these things to her but I know I never will, the most important one being: I never liked anyone and I’m afraid of people.

Ojo: la novela ha sido traducida por Mondadori con el título Suites Imperiales.