9.15.2010

Symns, una introducción


Lo primero que hay que hacer es leer El genio que perdió el camino, la crónica biográfica que el argentino Pablo Perantuono escribió sobre uno de sus compatriotas más célebres y extremos, el escritor-monologuista-dealer-periodista-convicto-rocker-genio-junky-filósifo-loco Enrique Symns. La crónica se publicó originalmente en la revista Gatopardo y se puede encontrar en la tercera entrega de sus greatest hits: Crónicas de otro planeta. Este libro se consigue en Ecuador y vale lo que cuesta. Una vez leída la crónica, la verdad es que pueden hacer lo que quieran, igual, lo más probable es que no puedan hacer nada, que se queden ahí, pausados, tiesos en el pensamiento.

Enrique Symns no es un nombre que suene mucho fuera de la Argentina, quizás donde más se lo recuerda es donde más se lo odia, en Chile, donde fundó la revista satírica The Clinic y escribió (junto a otra periodista mítica, Vera Land) La última canción, una biografía de Los Tres que los mismos miembros de la banda declararon “no oficial” y prácticamente prohibieron (en amazon.com, por ejemplo, hay solo un ejemplar, es usado y cuesta $39.99), esto puede ser porque está cubierta por un tupido velo de mentiras o porque sufre una incandescente sobredosis de verdad, habría que ver. En todo caso, a Symns no lo invitan a las ferias del libro ni a los festivales de la palabra ni a los encuentros de periodistas cuando, a todas luces, se merece eso y tal vez se merezca un congreso internacional organizado en su nombre para festejarlo. Si se llegara a dar un congreso, Symns debería dividir sus charlas en dos grandes categorías: escribir y vivir. Él ha tenido que hacer lo uno para poder hacer lo otro, pero después de leerlo se entiende que su vida nunca, jamás, podrá ser superada por unos párrafos que intenten contarla. Después de una infancia analfabeta y silvestre, partió al mundo como una hoja que flota en el viento, fue el confidente de un violador de niñas en una celda brasilera y vendedor de combis VW en una avenida de Amsterdam. Symns existe, luego piensa y finalmente escribe. En su país fundó la ahora revista de culto Cerdos & Peces, una mezcla entre crónica roja y literatura de alta definición, dedicada a contar historias de personajes marginales y peligrosos a los que la sociedad tolera sólo si están encerrados: asesinos, traficantes, “gente mala”. La revista tuvo una vida intermitente, muy parecida a la de su creador y director. Así como Symns pasaba de abrirle con un monólogo a Los Redonditos de Ricota (que le dedicaron el tema Héroe del whisky) a un camerino con champán y adolescentes para terminar en la calle muerto de frío y crudo, su revista pasaba de la euforia de la cultura alternativa al olvido auspiciado por la bancarrota oficial. Esa historia, parte de esa historia o la parte de esa historia que Symns recuerda, está en El señor de los venenos (2004), un libro autobiográfico que te intoxica, te marea y te revuelve hasta convertirte en adicto.

Durante unas semanas, anduve como un pastor evangélico con El señor de los venenos bajo mi brazo. Estaba como loco, odioso, cargoso, leyendo capítulos aquí y allá, en voz alta, a manera de respuesta cada vez que un amigo me preguntaba cualquier cosa, cada vez que me sentía débil. Sigo un poco colgado en ese libro, lo tengo cerca, por si acaso. Symns tal vez no sea mi escritor, tal vez sea demasiado violento y demasiado barroco y demasiado triste y demasiado romántico, pero puedo verlo, escucharlo, querer a ese personaje intenso que no deja espacio libre en el cuerpo a la persona.




Era un niño solitario que espiaba la calle desde los portones de mi casa, que me separaban del misterioso mundo… Entretanto, los demás niños empezaban el día y continuaban la tarde marchando ordenadamente, encerrados entre paredes de horarios, en donde repartían una miserable porción de exquisito recreo en un menú donde lo que primaba eran las cazuelas de historia y geografía o las tortillas de botánica.

Mi desconfianza por los libros se debe más que nada a que la mayor parte de ellos se convirtieron en el museo de la inteligencia y la capacidad der contar robándole a las conversaciones la posibilidad de que la magia se esfume junto a la saliva.
Las reflexiones más asombrosas, las frases más poderosas que iluminan las conversaciones como los rayos en un bosque, los encuentros más densos y las frases poéticas que no son interceptadas por las cadenas asociativas nacen del entramado vital de las charlas de todos los hombres del planeta en cada momento. Digo: es diez mil veces más interesante hablar que pensar, cantar que escribir.

Un indio cagando en posición casi zen en medio de la selva paraguaya es una pintura vital que ningún cuadro de Van Gogh podría siquiera emular. Sé que un cuadro no existe cuando veo pasar a un gato frente a una pintura de Picasso sin prestarle la menor atención. No hay nada dentro del libro Crimen y Castigo que pueda si quiera compararse con los pasos de un asesino caminando hacia su víctima.

El consumo de drogas, muy especialmente de cocaína, fusiona individuos, clases sociales, fenómenos culturales y roles. En un recital de los Redonditos de Ricota, en Buenos Aires, podías estar bailando con la novia de un diputado o compartiendo un saque en el baño con el diputado.

…El mejor argumento para defenestrarla lo ha aportado la casta médica de cierto estado del gran país del Norte: ¡muchos médicos recomiendan la marihuana como remedio para casi todos los males! Se trata del suicidio de una planta mágica. El té de los chinos es una clara demostración: de aquella poderosa fiera alucinógena ha quedado ese gatito ensobrado que tomamos cuando nos duele la panza.

Un domingo descubrí que mi enamorada era una niña de 14 años, con curvas descomunales y una boca gigantesca, que había comenzado recientemente a ejercer el oficio de prostituta. Cuando se metió en mi cama, la atrapé y no la dejé partir durante todo el fin de semana. Bastaba con introducir su mano en mi bombacha para que se mojara, y como me negaba a usar condones (jamás usé un condón), no me permitía eyacular en su vagina. Tuve con ella innumerables orgasmos mientras consumíamos cachaza y anfetaminas. Cuando me metía en su boca, podía quedarme allí adentro sin que mi enamorada se quejara o advirtiera en ello una forma de explotación. La obsesión de que tragaran mi semen desapareció gracias a ella. Era como coger con un animal, es decir, con una hembra despojada de atributos intelectuales y morales, de todo concepto del pudor y la repugnancia.

Es de rufián acostarse con las amigas de tu mujer, pero es de caballero acostarse con la mujer de tu amigo.
Por fin, podés abandonar esa trampa que colocó Dios sobre tu paladar y tu estómago, ya no tenés hambre, y el apetito es algo que se esfuma en la memoria de tu aparato digestivo. No dependés de la ingestión de groseras moléculas de fideo o asado. Solo la digna sed te acompaña. La sed, todos lo sabemos, es mucho más hermosa y estética que el hambre.

¿Y quién le ha dicho a usted que el trabajo tiene más derecho a obtener más ventajas que el placer de escuchar música a todo volumen?

Siempre he amado a mis amigos y amigas con más creatividad y expectativa que a mis novias.

Todo lo que la pasión construye, el conocimiento lo destruye.

Siempre supe que el verdadero viaje del enamoramiento y el erotismo eran las aventuras circunstanciales, los encontronazos sorpresivos e irremediables con mujeres desconocidas, los amores de un día, los combates nómadas del deseo, los aprendizajes desesperados a la luz de una única oportunidad.

¿Cómo contarle que todo lo que había obtenido en mi vida se había ido escurriendo mientras lo disfrutaba?... La paraguaya, casi sin escucharme, se inclinó entre mis piernas y me desabrochó las calzas. Antes de hundirse en aquel hueco oscuro, dijo, casi disculpándose:
- No te preocupés, podés pensar en lo que quieras…
Y se tragó los vientos de mi desesperación.

En los departamentos, tres dictadores, la mesa, la silla y la cama, deciden los movimientos del animal atrapado. El complot entre la mesa y la silla dobla el cuerpo del mamífero para luego insertarlo entre ambos mobiliarios y la cama, quizá la enemiga más siniestra de nuestra especie, que agarra al hombre, lo horizontaliza hundiéndolo en las viscosidades de su inconsciente, mimetizándolo con la forma de tu opresora.

Creo que desde principios de la década de los 90 hasta estos días una zona de mi alma jamás me ha dejado de doler. En ocasiones trato de recordar la ausencia del dolor y recibo la confusa información de que no existen registros de tal estado.

…Y me puse a comer fideos y a tomar agua mineral, y a hacer esos trotes de mierda que hacen todos los boludos del mundo, no corriendo como un negro keniata para escaparse de un león o cazar un venado, sino solamente para vivir un poco más.
Y corrí, y leí libros y puse el cable y vi televisión sin parar y me dediqué durante todo un año a hacer las malditas imbecilidades en que consiste la vida.
Por suerte, un par de años después, aquel plan se echó a perder y empecé a drogarme de nuevo. Nunca podré estar seguro de si esa suerte fue mala o buena.






2 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias por la caricia!

Anónimo dijo...

Qué chimba de post. saludos!
y saludos a Elsa,