11.30.2010

Sin aliento


Hizo todo mal. Tomó la línea verde cuando debió haber tomado la línea roja. Bajó en la calle Canal cuando debió haber bajado en la estación de la calle Houston. Llegó tarde a la función y tuvo que comprar una entrada para la siguiente: dos horas después. Dos horas, pensó al salir del Film Forum. Dos horas consigo mismo. Dos horas solo. Dos horas más pensando en cosas que nunca ha podido hacer porque en su cerebro, desde hace un buen rato, sólo entra un pensamiento a la vez y ese pensamiento no le deja ni tiempo ni neuronas ni tripas para pensar en otra cosa.

Caminó por la Sexta Avenida sin rumbo y fue justo ahí cuando se dio cuenta: su vida tampoco tenía rumbo, era un camino de tierra, mal iluminado y lleno de monte que no prometía nada al final. Hacía frío, pero él estaba hirviendo. El peso de la ropa, el suéter y la bufanda y la chaqueta y el gorro y los guantes y los pantalones y los zapatos, lo hacía caminar cada vez más lento, como si la gravedad, en él, actuara con mayor intensidad que en el resto de gente en Nueva York. Se detuvo. No pudo más. Ni siquiera pudo derrumbarse. Se quedó quieto como una escultura de hielo que se derrite de adentro hacia afuera.

What’s wrong?, le preguntó un policía. What’s right?, le preguntó él. You lost? Definitely. Need any help?, what ya lookin’ for? That’s the question, isn’t it? El policía ladeó la cabeza, dio un paso hacia atrás y le preguntó, You ok? Just fine, dijo, y volvió a caminar. You know what they say: it’s all good.

Llegó temprano. Las luces de la sala aún estaban prendidas. Justo detrás de él, como si le estuviera hablando al oído, un tipo cool le decía a una chica que en la sala de su casa, en Brooklyn, veía películas en la pared usando un proyector. You should come sometime, it’s awesome, le decía, we play video games too. Oh, I love video games!, respondió ella con acento europeo. I’ll go, for sure. Las luces se apagaron, él apagó el iPod en el que jugaba la quinta o sexta o quizá decimo octava partida de solitario del día. Las voces en la fila de atrás desaparecieron en la oscuridad y él pensó que todos estaban vivos, menos él.

Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg están sentados sobre las sábanas blancas de una cama que apenas y entra en el cuarto. Afuera está París, pero eso a ellos no les importa nada. ¿Por qué habría de importarles?, además. Seberg es preciosa, tiene el pelo corto, una camiseta a rayas sin mangas y un calzón que, a veces, parece un pañal, pero funciona. Belmondo es feo, necesita una cara más grande para tanta nariz y tanta boca, pero tiene actitud, esa mirada que tienen los que saben que morirán al final de la película. Seberg le pregunta a Belmondo si sabe quién es Faulkner. No sabe y, a menos que se trate de alguien que se ha acostado con ella, le da exactamente lo mismo quién sea Faulkner. Seberg tiene un libro entre las manos y empieza a leer sin que nadie se lo pida, “Between grief and nothing, I’ll take grief”.

Él tiene ganas de llorar. I’ll take grief, repite en voz baja, desde la butaca hacia la pantalla. El peso que sentía en el pecho empieza a derretirse. Ese ardor que lo hacía pensar en su corazón friéndose sobre un sartén empieza a bajar como si alguien en la cocina del infierno hubiese apagado la llama. Y se queda sin aliento. Por lo menos hoy, se salvó.


11.26.2010

A Post From The Bus


Escribo sentado en el bus que me lleva desde Washington DC a NYC. Mi laptop descansa sobre mis piernas y su respiración me calienta los muslos. Estuve en DC apenas unos días, justo para la celebración de acción de gracias. Este día (que fue ayer), me dicen, es más importante que navidad o, por lo menos, acá se lo toman mucho más en serio. La gente desaparece, todos se van a sus casas, vuelven con sus familias. Ayer, DC era una ciudad desolada, perfecta para una película de zombis.

DC es un sitio peculiar que de tan bonito resulta extraño y sospechoso. Para empezar, tiene el tamaño del vaticano, es una ciudad (en rigor, un distrito) inventada, hecha a la medida y colocada entre los estados de Maryland y Virginia. Todo es perfecto, limpio, ordenado, diplomático. La gente anda de traje, tiene el pelo corto, las uñas limpias, y paga todo con tarjeta. Todo está donde debe estar. Todo funciona Hay una ordenanza que no permite construir edificios más altos que el Capitolio y esa uniformidad, esa aplicación tan precisa de la geometría, me dio la impresión de estar dentro de una maqueta construida en tamaño real.

Raro detenerse frente a la Casa Blanca en un momento como este. En la calle, los optimistas dicen que a Obama solo le queda trabajar, desde ya, en su campaña de reelección y apostarle todo a un próximo periodo que, después del reciente comeback republicano, va a tener que pelear con toda su artillería moral. Hace unas semanas, en Miami, vi una camiseta que tenía impreso el sello demócrata y debajo la frase So far, he sucks. Todo el asunto me deprimió. La presencia de Obama en la Casa Blanca tiene un significado simbólico que se ha ido evaporando sobre el fuego de la frustración económica. Pero hay esperanza. Quizás este sea ese momento de la película en que el protagonista tiene la cara pegada al suelo, justo antes de levantarse.

Las luces de la ciudad aparecen de a poco por las ventanas del bus. Gotta go. De vuelta al caos newyorquino, un lugar donde me siento seguro. El mundo real se parece más a un sucio vagón de subway que a las calles pulcras de DC.

11.23.2010

FIL/UIO 2010


Para festejar el primer cumpleaños de HD, el Grupo Santillana saca la versión de bolsillo vía Punto de Lectura. No podría estar más feliz, esta nueva edición viene recargada con bonus tracks en los que me dio mucho gusto estar involucrado. Primero, nueva portada, un diseño de Paolo Renella que le da todo el protagonismo visual al narrador. Segundo, comentarios de la prensa que en su momento le dio la mano a la novela y la ayudó a conectarse con el público. Tercero, Preguntas Frecuentes (una entrevista) que, como su nombre lo indica, reúne aquellas cuestiones que aparecieron sin falta en las distintas ciudades por donde pasó nuestro corto pero intenso book tour. Y cuarto, Lista de reproducción: el iPod de Miguel, un pequeño orgullo personal en el que hablo-escribo sobre algunas de las canciones que aparecen en la banda sonora del libro, canciones que, de alguna forma, me ayudaron a definir el camino de HD y fueron, son, la puerta por donde ha entrado mucha gente hacia sus páginas.

No podré estar en la FIL personalmente, pero el miércoles 24, a las 19h00 en la sala Bolívar Echeverría del Centro Cultural Itchimbía, conversaré con Eduardo Varas (autor de Los Descosidos) vía skype. El evento se llama, muy convenientemente, “En línea”, y el tema será autores y libros 2.0 en el Ecuador del siglo XXI. Quiénes somos, qué nos une, qué nos separa, cómo se hace para vivir en nuestro país y tratar de escribir al mismo tiempo.


Por lo pronto, acá les dejo un track del iPod de Miguel. Es sobre la versión de “Don’t Think Twice it’s All Right” que aparece en uno de los capítulos. Ojo: no encontré videos de la versión en cuestión, pero encontré a Sophie Madeleine y estoy enamorado.

Nombre: Don’t Think Twice It’s All Right. Duración: 4:36 Artista: Bob Dylan Álbum: Before The Flood (disc 2) Puntuación: *****

Este tema presenta a quien a mi juicio es el personaje más intenso de la novela: Juliana. Tenía claro que esa intensidad era peligrosa y exigía ser cuidadosamente dosificada, por eso aparece poco y sus apariciones provocan efectos secundarios. Juliana pone esta canción tras enterarse de que hay un nuevo personaje en la vida de Miguel: su imagen freak del amor eterno. Él dice que es una versión grabada en 1966, pero la versión con la que trabajé la escena, la misma que escucho mientras escribo esto, fue grabada en 1974 y aún me afecta. Dylan canta-grita entre la rabia y la desesperación, como si esa mujer a quien le canta-grita estuviese en primera fila con otro y él quisiera asfixiarla con sus cuerdas vocales. Toca la guitarra acústica acelerando el pulso del tiempo y lo vuelve punk. El solo de harmónica hacia el final tiene tanto pulmón que me deja sin aliento. Así, de esa misma manera en la que me imagino a Dylan tocando esta canción, imagino a Juliana amando a Miguel. Quien ama siempre tiene la razón porque el amor es irracional.

En los primeros borradores, ahí donde ahora dice “Royal Albert Hall, 1966”, decía “Before The Flood, 1974” Horas antes de entregar la novela a mi editora decidí cambiarlo, me pareció que lo más dylanesco era inventar una versión de Don’t… para HD (también pensé en inventar una canción “inédita” de Dylan y soñé que alguien, en alguna parte del mundo, la buscaría hasta perder la cabeza). El Royal Albert Hall existe y está en Londres, pero Dylan no grabó su “Royal Albert Hall” Concert allí sino en el Free Trade Hall de Manchester. El concierto se popularizó con el nombre equivocado y la disquera le hizo honor al azar imprimiendo el álbum doble con comillas en el título. Por eso la noche del 17 de mayo de 1966 es la indicada para que exista una versión que Dylan nunca cantó, una versión que sólo han escuchado Juliana y Miguel.

11.18.2010

New York City


Hace un par de días fui a almorzar con un amigo a un restaurante en Soho, downtown New York. Él es ecuatoriano, lleva viviendo acá un año, o más, y está feliz, sin planes de moverse, con ganas, incluso, de quedarse para siempre. “Nueva York es la única ciudad que te permite ser quien realmente quieres ser”, me dijo. Esa frase, esa afirmación, sigue rebotando entre las paredes de mi cerebro. ¿Cuánto influye la ciudad en la que vives a la persona que eres? ¿Mucho o poco? ¿Todo o nada?

Mi amigo, que es diseñador gráfico de profesión, músico practicante y artista multimedia en ciernes, me decía que lo más importante, la razón para vivir aquí y no en ninguna otra parte del mundo, es el roce con otras personas de la misma onda, estar expuesto al trabajo de otros artistas que, como él (¿cómo todos?), vinieron a NYC para transformarse en la clase de artista que puede vivir del arte, de producir y consumir arte, cosa que en nuestro país, en nuestros países, todavía resulta ser un camino cuesta arriba. Y sí, la verdad es que una ciudad como esta te inspira y te mueve y te acelera pero, sobre todo, te expone, a los mejores conciertos, las mejores películas, el mejor teatro. Mi amigo, por ejemplo, está haciendo un documental sobre la banda venezolana Los Amigos Invisibles, radicada en USA, y fui con él a entrevistar a David Byrne, sí, el mismo, el Psycho Killer de Talking Heads que adoptó a Los Amigos… en su sello de world music. Fuimos a su estudio, repleto de discos, libros y piezas de arte medio freak, y mientras mi amigo hacía su trabajo yo pensaba wow, sí, esto es lo que quiso decir. Only in New York.

Ayer, mientras esperaba a alguien en la puerta del Barnes & Noble de Union Square (cuatro pisos llenos de libros), vi a Paul Auster bajar de un auto negro con su esposa, la escritora Siri Hustvedt. Se prendió un cigarrillo y se acercó a la vitrina de la librería como quien se acerca a un espejo. Yo me acerqué luego y entendí, su rostro estaba en la lista de los events of the week. Resulta que iba a leer partes de Sunset Park, su flamante nueva novela, y a firmar ejemplares. Por supuesto que entré y lo escuché y compré la novela y ahora tengo su autógrafo. Pero, mientras Paul Auster leía capítulos que suceden en Brooklyn, yo miraba alrededor, pensando cuántos de esos, como yo, se creían más o mejores escritores por estar escuchando al autor de La Trilogía de Nueva York en vivo. Cuántos de esos, como yo, se creían más o mejores escritores por tener una moleskine en el bolsillo, del lado del corazón. Cuántos de esos habían ido a ver a Paul Auster para sostenerse, para aguantar un poco más hasta que les llegue el momento, para reafirmar su moral y fortalecerse. Cuántos de esos estaban escribiendo en Nueva York porque si escribes en Nueva York puede que te conviertas en Paul Auster.

Conozco gente que ha descubierto que su vocación, su verdadera vocación es vivir Nueva York. Esa gente prefiere morir peleando aquí a la posibilidad de triunfar en su país de origen, aunque eso signifique perderse en el anonimato de una ciudad donde todos, más o menos, viven intentándolo y, de alguna manera, ganan simplemente por el hecho de vivir aquí y seguirle el ritmo a una ciudad que no espera. Pienso en Shortbus, esa declaración de amor en forma de película que John Cameron Mitchell le dedicó a NYC, en las escenas en las que la gente se ama sin reservas y se mezcla y se funde y, finalmente, se acompaña.

11.15.2010

Un día de trabajo


David Foster Wallace dijo alguna vez que su rutina de trabajo era escribir una hora y sufrir otras ocho porque no escribía: esa práctica, sin duda, fue una variable (¿la más grave?) en la ecuación de su muerte. Algo parecido le pasaba a Syd Barret, que durante una época larga pasó meses enteros en cama, pensando en las cosas que quería hacer pero sin poder mover un dedo para llevarlas a cabo. Los proyectos, cuando se quedan dentro del cerebro, terminan apoderándose de las células que los generaron hasta reducirlas a la mínima expresión. La única medicina, dicen, es continuar, seguir creando, trabajar aunque al final del día no haya nada para provarlo.

Escucho A Working Day, la canción que abre A Lonely Avenue, un disco de Ben Folds con letras de Nick Hornby, y no puedo evitar sentirme acompañado, menos solo, sentir que todos, o por lo menos varios de nosotros, estamos jalando para el mismo lado. En las notas del disco, Hornby describe brevemente de qué va la canción: Shortly after this song was finished, I was to one of the parents at my kids’ school. He’s an artist, and I asked him how his day had been. “Oh, you know”, he said. “I’m either a genius or a wanker.” Yes, I do know, as does anyone who sits on their own all day making crap up. Verdad absoluta. Todo eso es cierto. De hecho: esa es. Un genio o un pajero (y las mil cosas que hay entre lo uno y lo otro), no hay de otra, no hay para dónde correr.

Al mejor estilo Hornby, la letra es una especie de poema escrito con humor y honestidad brutal. Mi frase favorita es el puente entre las estrofas y el coro: Some guy on the net thinks I suck / And he should know / He’s got his own blog. Nada menos que genial.

La primera vez que leí la letra (ojo, la edición en “pasta dura” viene con cuatro cuentos de Hornby), lo confieso, pensé que sería una balada depre, down, de esas que te pegan y te levantan al mismo tiempo. Después de todo, el coro dice I’m a loser, I’m a poser / Yeah really, it’s over / I mean it and I quit / Everything I write is shit. Imaginé una guitarra acústica medio Arcade Fire o un piano desafinado a lo Tom Waits, una voz maniaco depresiva onda Tom Yorke o Trent Reznor. Para ser franco, esa posibilidad me emocionó harto y casi me pongo a gritar sí, heramno, yo te entiendo, no llores. Luego escuché la canción real y todo se dio la vuelta. Empieza con pulso electro-irónico, como si se tratase de una broma dentro de un juego de video, y se transforma en una memorable pieza en la tradición del más fino Brit Pop.

Nick Hornby lo hizo de nuevo, agarró una tragedia (ese momento en el que se decide nunca más escribir una puta letra en la vida), le puso los pies en la tierra y terminó riéndose consigo mismo. Ben Folds cachó la jugada, le hizo justicia, la potenció. Porque sí, claro, pasan las horas y el infierno se acerca y quema y todo se acabó para siempre pero, al final, seguimos vivos, seguimos haciendo esto que queremos hacer, al final es sólo eso: un día de trabajo.



I can do this
Really
I’m good enough
I’m as good as them
Don’t take it from me
Ask my friends
Ask my sister
They all think my stuff is great
Up there with any of them
I just need a break

I’m a genius
Really
I’m excellent
Better than them
I kicked their asses
All of them
Even that guy who thinks he’s so fucking cool
And gets all the attention
He doesn’t sell shit does he?

Some guy on the net thinks I suck
And he should know
He’s got his own blog

I’m a loser, I’m a poser
Yeah really, it’s over
I mean it and I quit
Everything I write is shit

I’m a loser and a poser
Yeah really, it’s over
Hey hey
It’s a working day
Hey hye
It’s a working day



11.07.2010

Dos hermanos (o cueste lo que cueste)


Ciertos directores tienen sus temas claramente definidos, esas cosas que los persiguen o que ellos persiguen y encuadran desde varios ángulos, tal vez porque buscan la verdad o porque saben, de antemano, que jamás la encontrarán. El tema, el gran tema del argentino Daniel Burman es la familia, las relaciones puertas adentro, el mundo chico desde donde se parte al mundo grande. Y “Dos hermanos”, basada en la novela “Villa Laura” de su compatriota Diego Dubcovsky (quien dicho sea de paso es coguionista y coproductor de la cinta), es una forma memorable de querer explicar o tratar de entender lo que pasa en los caminos torcidos del ADN.

Susana (Graciela Borges) y Marcos (Antonio Gasalla) se han quedado huérfanos, ambos están entrando en la tercera edad y aunque no es exactamente lo que quisieran, se tienen el una al otro, poco más, poco menos. Sin recurrir al famoso flashback, de una manera tan sutil como certera, “Dos…” nos cuenta la historia de una familia que ha logrado lo más importante: salvarse de sí misma. Se nota que estos hermanos han pasado por mucho, que se han hecho daño y se han guardado secretos que capaz era mejor decir en voz alta. Pero aún así, contra todo pronóstico, siguen juntos y, a su manera, hasta se quieren. Eso de que uno no puede escoger a su familia es cierto, pero quizás, con suerte, puede escoger cómo llevar las relaciones familiares, cuándo decir lo que hay que decir y cuándo guardar silencio y dedicarse a estar, ahí, al lado, aguantando cosas que no tendría por qué aguantar, aguantando porque eso es lo que hacen las familias, se aguantan, se toleran, o mueren en el intento.

De alguna manera, esta es una película de autoayuda, no es light ni se disfraza de experiencia trascendental de vida, pero es el tipo de cinta que nos enfrenta a la verdad, que nos revela un poco de nuestra propia personalidad, de eso que no queremos ver, y al final nos hace creer que si ellos pueden, si Susana y Marcos no se han arrancado la cabeza mordidas ni se han sacado los ojos, si todavía pueden ver a Mirhta Legrand en televisión mientras comen pasta y toman vino, nosotros también podemos. Algo así, me queda claro, habría sido imposible de lograr sin gente del calibre de Graciela Borges, una de las actrices más bellas y solicitadas en la historia del cine argentino, y Antonio Gasalla, que viene de una larga vida de cómico en televisión y, en un caso muy parecido al de Guillermo Francella en “El secreto de tus ojos”, logra ponerse a la altura de las circunstancias y sale ganando. Con esta película, la verdad, ganamos todos.

(El Diario, 7 de noviembre 2010)