4.25.2011

Los Pescados regresan a la costa


Este viernes 29 estaremos en Kill City, abriendo el show con que la banda portovejence Lagartija Electrónica presentará "Música para orgías", su primer disco. El concierto será en Diva Nicotina y sobra decir que ser parte de esto nos emociona un montón. Cuando empezamos a tocar como Los Pescados, eran muy pero muy pocas las bandas de Portoviejo que hacían música propia. Ahora, años después, son cada vez más y mejores.


Al día siguiente, sábado 30, pasamos a Montañita (ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que tocamos ahí, pero fue hace mucho), donde seremos parte del festival Pulan de Arte en la Playa, desde las 15h00 en Arena Guadúa.


Nos vemos pronto...

4.18.2011

Santo tren al sur


Esta semana viajamos al sur del Ecuador en peregrinaje rockero: la mejor forma de honrar la incipiente semana santa. El jueves 21 llegamos a Cuenca, vamos a tocar con Guardarraya y Jodamassa en el Rock Garden a las 21h00. Y el sábado 23 estaremos en Loja, tocando en Casa Tinku, la guarida del rock al sur del sur.

Ahí nos vemos...

Atte.

Los Pescados

4.09.2011

El Diablo sabe que has muerto


Ochenta y seis años y un número similar de películas. Sidney Lumet, que jamás se detuvo y siguió filmando contra todo y contra todos, se va cuando más lo necesitamos, en medio de una época que supo predecir, juzgar y enfrentar. Si existe un cine político y moral acerca de norteamerica es el de Lumet, un cine sin miedo, entregado al realismo que tanto le afectaba, a ver donde nadie quería ver y decir lo que la mayoría prefería callar. Quizás se le fue la mano, quizás filmó demasiado, pero lo importante es que vivió filmando lo que creía importante. La Academia le dio un Oscar recopilatorio por toda su obra y en ese momento supimos que había ganado por puntos, no por KO, pero había ganado al fin. Cuando vi Before the Devil Knows You're Dead, su última película, supe que después de tantos años su esencia seguía intacta, que el verdadero angry man era él y que era desde ahí desde donde filmaba, lleno de coraje y amor por su tierra. Como todos los enamorados, Lumet sufrió tanto como amó. Entró por la puerta chica, dirigiendo series de televisión, pero se va como los grandes, dejando un mundo distinto al que encontró.

4.07.2011

Temple de acero (o el nuevo viejo oeste)


Cuando Cameron Crowe dirigió “Vanilla Sky”, basada en una película del español Alejandro Amenábar, se refirió a ella no como un remake sino como un cover, es decir, lo que hizo Nat King Cole al cantar su versión de “Cachito mío”. El mismo término podría usarse en este caso, pues “Temple de acero”, versión hermanos Coen, no pretende rehacer “Valor de ley”, la cinta que en 1969 le diera a John Wayne su primer y último Oscar, sino revisitarla como si fuese una obra de teatro: misma trama, mismos personajes, distinto proceso de concepción y gestación.

Debido a sus antecedentes bipolares, resulta imposible saber si los Coen hicieron esta película porque aman u odian la original. Le que sí se nota, a leguas, es que aman el género. En una época que echa de menos los westerns de antaño, “Temple de acero” podría ser proyectada en un museo de Bellas Artes como parte de su colección permanente, es preciosa en sus ambiciones estéticas (el trabajo fotográfico de Roger Deakins, por ejemplo, transmite absoluto dominio técnico y capital emocional de sobra), elegante en su desarrollo y arriesgada en sus consecuencias. La joven Hailee Steinfeld hace que su personaje, una niña que creció a la fuerza y quiere dar caza al asesino de su padre, sea entrañable por su ingenioso encanto como por su testaruda y caprichosa virtud adolescente. Jeff Bridges, por su parte, vuelve a brillar tomándole la posta a John Wayne, brilla porque se apodera de un personaje que se presto a lugares comunes (viejo, alcohólico y dependiente de glorias pasadas) y lo lleva a rincones oscuros de su propio inconsciente, brilla porque hace, justamente, un cover de Wayne y no un vulgar copy-paste, sabiendo que lo que buscamos en estos casos es la esencia del tema original al servicio de las posibilidades artísticas del nuevo intérprete; Bridges, que también es músico, lo vio por ese lado, confió en su instinto y triunfó. Así se templa el acero, damas y caballeros.

Aquí debo hacer una confesión. La primera vez que vi “No es país para viejos” (¿por qué los traductores deciden hacer su trabajo al pie de la letra cuando, en este caso, debieron inventar algo mejor?), no entendía por qué tanto alboroto, no me pareció la gran cosa ni mucho menos la mejor película de los Coen. Tuve que volver a verla para entender su verdadero valor y ponerme a rezar. Con “Temple de acero” me pasó algo parecido, salí del cine más bien tibio y adormecido, pero ahora, cumpliendo con regar la palabra, me siento como un pastor que fue visitado por el espíritu santo. Quiero volver a verla ya, ahora mismo.


(El Diario, 03/04/11)

4.03.2011

Famosos




Si Daniel Kehlmann no fuese un joven escritor alemán, sería un rockero alemán maduro o, en todo caso, una celebridad, como la versión intelectual de David Hasselhoff, digamos. Tiene treinta y cinco años, un par de premios entre los pesos pesados, traducciones a granel y, lo más importante, tiene pulso, una voz sostenida que podría distinguirse hasta en el rincón más oscuro y sudado de un rave.


“!Una novela sin personaje principal! ¿Comprendes? La composición, las conexiones, el arco narrativo, pero ningún protagonista, ningún héroe que recorra todo el libro”, dice uno de los personajes de Fama, lo más reciente de Kehlmann, y eso es precisamente lo que pasa en el libro. Como en El hombre que inventó Manhattan de Ray Loriga, o Los informantes de Bret Easton Ellis, en este paseo de la fama decadente la única estrella grabada en el piso es la del autor, que se las arregla para que nueve relatos aparentemente sueltos se alineen como una tropa a la vanguardia. Kehlmann, sin duda, es conciente de su época y quiere innovar donde dicen que ya no se puede, pero la intención de Fama es más bien retro: rendirle tributo al mero hecho de escribir y contar historias falsas que parezcan reales o, cuando menos, parezcan historias y puedan hacernos daño. “No me conviertas en un personaje. No me metas en una historia, es lo único que te pido”, le dice una mujer a su esposo escritor, mientras éste, en otro cuento, le dice a uno de sus personajes, “Tú crees que sufres. Pero ahí no hay nadie que sufra, ¡no hay nadie!”, a lo que su creación responde, desde lo más profundo y poderoso de la ficción, “Qué cosas tan inteligentes se te ocurren. ¡Métetelas por el culo!”


Así, entre lo virtual y lo terrenal, entre ser y no ser, Fama es de manera clara y contundente una novela coral que celebra, por todo lo alto, el continuo big bang de la creación literaria. Quizás los libros, como dicen, desaparezcan un día de estos y sólo de ellos nos quede la fama invisible de un rumor acalorado, pero las historias seguirán ahí porque al final del día son nuestras historias y nosotros somos caníbales.



(El Comercio, 03/04/11)