1.23.2012

Maná Maná


En Paso de ti (o ¿Cómo sobrevivir a mi ex?), el personaje de Jason Segel está trabajando en su propia versión de Drácula, un musical protagonizado por marionetas. Hacia el final vemos el show y, contra toda sospecha, es divertido, emocionante y conmovedor. Pues bien, al parecer aquello no fue ni una coincidencia ni, mucho menos, una salida de emergencia. Segel y Nicholas Stoller, director de Paso…, han vuelto a reunirse para montar el mejor espectáculo de marionetas que haya existido jamás: Los Muppets.

Han pasado varios años desde que la Rana René, Miss Piggy, Gonzo y compañía eran la realeza del entretenimiento. En este siglo están cada uno por su lado, ocupados en oficios menos glamorosos –con la excepción de Miss Piggy, patrona de la moda en París– y resignados al lado oscuro del escenario. Pero no todos sus fanáticos los han olvidado. Un pequeño muppet-2.0 llamado Walter sueña con verlos en vivo y está a punto de conseguirlo al viajar a Los Ángeles con su hermano mayor (Segel) y su cuñada (Amy Adams). El único problema es que el estudio de los Muppets está abandonado, enterrado en polvo y cubierto de telarañas. Aún así, Walter recorre su interior y descubre los planes de un texano malvado (Chris Cooper) que quiere demoler el estudio para buscar petróleo (risa de maniaco). Para impedirlo hay que reunir diez millones de dólares y sólo hay una forma de hacerlo. Es hora de reunir a la vieja pandilla.

Si alguien me quiere hacer creer que la amistad no se corrompe ni se ensucia, que los amigos de uno están siempre ahí, esperando una llamada, que sean Los Muppets. Si alguien me quiere hacer creer que se puede viajar por mapa y atravesar el océano convertido en una línea roja como en las películas, que sean Los Muppets. Si alguien me quiere hacer creer que el amor sobrevive al tiempo y a las circunstancias y que el olvido en realidad no existe, que sean Los Muppets. Si alguien me quiere hacer creer que nada es imposible para una marioneta que camina chistoso y de alguna forma misteriosa y mágica puede expresar con su rostro emociones poderosas, que sean Los Muppets. Si alguien me quiere hacer creer que Cooper no hace el ridículo como malvado, que Segel no se pasa de bueno y que Adams no resulta demasiado comprensiva, que sean Los Muppets. Si alguien me quiere hacer creer que un cuarteto de barberos puede cantar Nirvana. Si alguien me quiere hacer creer. Si alguien me puede hacer creer que el mundo es uno canción feliz cuando hay alguien que cante contigo, esos son Los Muppets.

(El Diario, 22/01/12)

1.17.2012

El sur de verdad


Una de las películas más latinoamericanas que he visto últimamente se hizo en Nashville, al centro del estado de Tennessee, una de las ciudades más norteamericanas jamás inventadas. Y se llama Música Campesina.

Esta es la historia de Alejandro Tazo, Tazo like the tea, un chileno que viaja a los Estados Unidos siguiendo a su novia pero estando allá, supuestamente instalado, rompe con ella porque no la soporta –la que conoció en Chile, al parecer, era otra persona– y se queda a la deriva.

Tazo no habla muy bien inglés pero es fan de la música country, toca guitarra y la mejor idea que se le ocurre es viajar en bus a Nashville con la esperanza, ingenua pero sincera, de que algo así como el espíritu de Jhonny Cash lo guarde y lo proteja de todo mal. Así es, así pasa. Uno sospecha que llegar a una gran ciudad es como comprarse un seguro de vida y cuando pone los pies en la calle está igual de perdido que antes, o más.

Tazo no quiere volver a Chile. No quiere volver porque volver sería fracasar y es mejor fracasar lejos de casa, donde nadie te conoce, donde nadie sabe que la estabas pasando mejor en tú país aunque no lo sabías. Entonces vaga sin un rumbo fijo, medio on the road sin tanto camino, medio missing sin tanta desgracia. Lo que le pasa también le pasa a un montón de gente, pero claro, él siente que su caso es el más grave porque es el único caso que en verdad conoce.

Llegar a un lugar que parecía perfecto y no encajar es peor que nunca haber llegado. Tazo se compra las botas, se deja las patillas, se hace los tatuajes, pero nada, sigue pareciéndose más a sí mismo que a los que preferiría parecerse. Está solo pero, por suerte, no está aburrido. De alguna manera, todo lo que hace le parece nuevo y distinto. Dormir puede ser un riesgo si aquello sucede en un hotel de segunda, donde un universitario con la cara trizada por el acné está dispuesto a pagarle por acostarse con él. Caminar por el parterre de una autopista, arrastrando una maleta como un personaje de Atari desempleado, puede ser todo un viaje si el destino es anywhere. Comer sánduches y sólo sánduches puede ser delicioso, pero ya en serio, ¿cuántos sánduches con papas fritas te puedes comer antes de sentir náuseas y quebrarte?

Quizás los latinoamericanos somos más latinoamericanos cuando estamos lejos. Quizás sólo estando lejos y teniendo algo que extrañar nos sentimos latinoamericanos del todo. Quizás, quizás, quizás. Al final Alejandro Tazo se sube a un escenario y canta, canta en español y en esa canción está su país entero o todo lo que extraña de Chile. I’m from Chile, dice, the south, the real south. El sur de verdad. Pero Tazo no mira hacia abajo, mira hacia arriba.




Música Campesina se estrena este viernes 20 de enero en el Ochoymedio de Quito.
Acá pueden leer el testimonio de su director después de haber ganando mejor película en el Festival Internacional de Cine de Valdivia.

1.09.2012

Una mujer que roba libros


Una mujer hermosa entra a una librería y se roba un par de libros. El librero lo sabe pero no dice nada porque quiere volver a verla. La mujer vuelve una, dos veces más, hasta que el hombre sale de atrás del mostrador, la enfrenta y con el pretexto de una requisa finalmente la manosea. Rico. La mujer es perfecta. No hace falta mucho más para perder la cabeza.

“Una lectura fácil se logra con una escritura difícil”, dice el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, y por lo menos tratándose de él no queda la menor duda. Severina, su novela más reciente –que aterrizó hace poco en Ecuador con Alfaguara– se despacha en una sentada, de una, como si este amor raro y prácticamente increíble entre un librero y una ladrona no fuese inevitable, como todo lo que debe pasar en un libro.

Rey Rosa es muy probablemente el mejor escritor minimal de nuestro barrio. Los personajes de Severina casi no se dicen nada, casi no se conocen porque qué miedo conocerse realmente, pero hacen bastante. Ella pertenece a una extrañísima familia que le ha dedicado años –¿siglos?– a los libros, no a escribirlos ni a venderlos sino a leerlos, con la aún más extraña certeza de que si uno se lo propone, si se lo propone con la insistencia de un monje budista, puede leerlo todo, y que viaja con esa misión por el mundo usando pasaportes falsos y estafando librerías. Él es un tipo sin mucho pasado ni mucho futuro, que como en una novela negra de esas que sucedían en Los Ángeles, pasa de cazador a víctima y termina siendo parte del misterio que en un principio se propuso resolver.

Severina cuenta todo lo que ya se ha contado pero lo cuenta de una manera distinta (¿cuántas veces leí esto?) y es desde su diferencia desde donde nos hace diferentes. Nos transforma. Nos propone las cosas no al revés pero sí de lado, de perfil. Nos pone en jaque. Nos coloca. Nos toca de largo como un remix en una fiesta de intoxicados. Uno cree que lo sabe todo aún cuando no sabe nada porque es mejor asumir el conocimiento que ignorarlo. Como estos personajes, que se hacen los locos porque así es más sencillo cargar con su locura. Porque mejor pensar que se ama a dudar que se ama. Rico.

(El Comercio, 08/01/12)

1.06.2012

Algo de Piglia


-Mi madre dice que leer es pensar -dijo Sofía-. No es que leemos y luego pensamos, sino que pensamos algo y lo leemos en un libro que parece escrito por nosotros pero que no ha sido escrito por nosotros, sino que alguien en otro país, en otro lugar, en el pasado, lo ha escrito como un pensamiento todavía no pensando, hasta que por azar, siempre por azar, descubrimos el libro donde está claramente expresado lo que había estado, confusamente, no pensado aún por nosotros. No todos los libros, desde luego, sino ciertos libros que parecen objetos de nuestro pensamiento y nos están destinados. Un libro para cada uno de nosotros. Hace falta, para encontrarlo, una serie de acontecimientos encadenados accidentalmente para que al final uno vea la luz que, sin saber, está buscando.