10.20.2014

La moraleja de la historia


¿Por qué no había visto Salinger? ¿No se supone que soy fan? ¿Que me he leído todos sus libros más de una vez? ¿Que leo The Catcher in the Rye por lo menos una vez al año? ¿Que cuando me dicen que ese es un libro para adolescentes y freaks me cabreo y no puedo creer que alguien sea capaz de decir semejante estupidez? Puta madre, si hasta me compré una camiseta con la portada del libro en el Strand de Nueva York; es más, compré dos, una para mí y otra para uno de mis mejores amigos, y se la regalé cuando se fue a vivir a otro país con su esposa y su hijo, es decir, cuando decidió, al fin, crecer; es más, durante el bautizo de mi ahijado, di una especie de discurso en el que le prometía al recién nacido que llegaría el día en que hablaríamos de Holden Caulfield; es más, he pasado horas buscando en tiendas de diferentes ciudades un sombrero que me recuerde al del buen Holden. ¿No se supone que creo en Salinger como escritor pero también como una especie de guía espiritual? ¿Que sería capaz de prenderle una vela como el joven Antoine Doinel a Balzac? ¿Entonces? ¿What the fuck? ¿Qué pasó?

Veamos. Salinger se estrenó en septiembre del 2013, es decir hace poco más de un año. Recuerdo haber visto los trailers, haber enviado ese link a varios amigos escritores y no escritores, haberme creído eso de que se trataba del “evento cinematográfico del año”. Recuerdo haberme emocionado. Recuerdo haberme emocionado mucho. Como soy análogo y para casi todos los efectos sigo viviendo en el siglo XX, cuando la peli salió no bajé un torrent ni nada por el estilo, sólo me senté a esperar hasta que apareciera una forma más convencional de verla, a leer las reseñas, a escuchar los comentarios, a ver los primeros clips. Por ahí, creo, partió todo este asunto. Al parecer, Salinger, el documental, no sorprendió a nadie: todo lo contrario, decepcionó a la afición que tanto lo había esperado y hubo quien lo calificó como una estafa. No estuvo en ningún festival importante y la única nominación que recibió fue impuesta por una cosa rarísima llamada los Golden Trailer Awards, donde se premia la forma en que las películas son marketeadas: ojo, digo “cosa rarísima” pero no me parece ninguna mala idea, yo soy de los que cree que debería existir el Oscar al mejor trailer del año. Pues bien, el primer trailer de Salinger, conocido como Biggest Secret, perdió su oportunidad de ocupar un espacio en la memoria colectiva frente al del documental Blackfish, ese sí, un filme celebrado y aplaudido y catalogado como importante. En pocas, Salinger no le importó a nadie, ni si quiera a los fans de Salinger.

La película venía, además, acompañada de un grueso libro que se suponía sería la biografía definitiva del escritor y que también recibió duras críticas, sobre todo de quienes corrieron a comprarla, los escritores que se hicieron escritores por culpa de Salinger: gente que no sólo se sintió robada sino también manipulada, usada, y resultó herida. Por eso, ahora que lo pienso, tampoco compré el libro, eran demasiadas voces en contra, voces conocidas, voces en las que confío, voces que comparten esta especie de fanatismo enfermo que al final del día lo que busca es poder creer en los milagros. La traducción al español, largamente anunciada por la editorial Seix Barral, también debía ser un evento literario para el mundo hispano, pero nada, ni mesas redondas en ferias importantes dedicadas a la obra ni palabras de aliento ni gente haciendo fila para comprarla. El proyecto Salinger –el documental y el libro– que pretendía correr el tupido velo a tres años de la muerte del escritor, logró el efecto opuesto, se enterró bajo el peso de su propio morbo (y del nuestro, por supuesto) y consiguió sin mayor esfuerzo lo que a Salinger le costó tanto trabajo construir y conservar: vivir en el anonimato. Mientras, durante décadas enteras, hubo personas que peregrinaron hasta la casa de campo de Salinger en Cornish, New Hampshire, para tratar de conocerlo y preguntarle a qué debían dedicar sus existencias sin propósito (a lo que él solía responder: yo no puedo decirte nada sobre tu vida, soy un escritor de ficción), los que buscábamos saber algo más y nos hubiésemos conformado con casi cualquier cosa, nos alejamos de la película y del libro que prometieron contarlo todo y faltaron a su promesa.

Ahora puedo decir con tranquilidad lo que estoy diciendo porque hace unos días, más bien de casualidad, descubrí –insisto, soy análogo– que el documental está completo en YouTube y dije de ley que nunca vi esto y puse play y me lo mandé de principio a fin. Y sí, no es, como dirían en mi pueblo, ninguna gran huevada. Aunque creo que cualquiera que haya leído a Salinger debería verlo sólo por cumplir con el trámite y porque seguro se enterará al menos de un chisme que antes desconocía. No hay grandes revelaciones. No hay grandes testimonios. No hay ninguna tesis interesante a la que den ganas de seguirle la pista o venderle el alma. Hay, sí, una promesa: obras por venir. Y si eso sucede sólo dios sabe lo que pasará en la tierra. 

Pero si algo realmente importante hay en este documental, es el recuento, más o menos detallado, del momento en que Salinger decide exiliarse del mundo literario y farandulero. Según varios de sus biógrafos y algunos de sus primeros amigos, él siempre supo (no creyó, no supuso, supo) que tenía talento y que había llegado a la tierra para escribir y nada más que para escribir. En el documental alguien menciona que Salinger solía decir que en la historia sólo existían dos escritores, Herman Melville y J.D. Salinger. Pero también cuentan que, tímido y nervioso como un pequeño saltamontes, le mostró algún manuscrito a Hemingway (lo que no deja de ser un acto de valor kamikaze), y hablan mucho sobre sus esfuerzos desesperados y a ratos patéticos y tristes por publicar a toda costa, decenas de rechazos mediante, en el New Yorker, y así recibir una especie de confirmación, de certificado de calidad o licencia para escribir profesionalmente. Si nos ponemos a sumar esas variables, la ecuación da como resultado un escritor, digamos, del tipo Truman Capote, enormemente talentoso pero también necesitado de atención y, sobre todo, urgido por sentirse o más bien porque otros lo sientan importante. Pero Salinger, cuando reventó su fama, lo que tuvo fue una implosión. Pidió que saquen su foto de las solapas y las contratapas de sus libros, eliminó la posibilidad de una portada que fuese más allá del título y el nombre del autor de la obra, y se escondió de la manera más pública posible. Cuando Salinger se fue, todos se enteraron de que se había ido, todos voltearon a ver, todos fueron a buscarlo. ¿A quién se le ocurre rechazar el éxito?        

Y la respuesta de Salinger es quizás esa guía espiritual que andamos buscando. El trabajo de escribir es, en sí mismo, una recompensa. No se debe pedir más. No se debe buscar más. El trabajo, hacer el trabajo, es el premio, el estímulo, el triunfo. Volví a escuchar esto mientras veía el documental y fue como escucharlo por primera vez y me dieron ganas de hacerme un tatuaje con esas palabras en alguna parte del cuerpo. Trabaja sin esperar resultados. Trabaja sin pensar en lo que pensarán los otros de tu trabajo. Trabaja en voz baja, encerrado, sin que nadie se entere. Trabaja y no hagas promesas. Trabaja y no hagas preguntas. Trabaja y no digas mentiras. Trabaja y no hables de tu trabajo como si fuera algo importante. Trabaja solo. Trabaja y concéntrate. Trabaja y enfoca. Trabaja para ti. Trabaja y haz que ese trabajo crezca sin sol y sin agua. Trabaja y, si puedes, sálvate.

Salinger tal vez sacrificó demasiado, convivía con sus personajes como si fueran personas de carne y hueso, pero abandonó a sus hijos y a la madre de sus hijos por estar cuidando y educando y queriendo demasiado a esos personajes. Fue lo que escogió. Fue lo que hizo. Puede haberse equivocado, aunque lo más probable es que haya sido inevitable. Es lo que pasa cuando un hombre tiene una misión. Todo a su alrededor desaparece.   
   

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