6.19.2017

El último round, la eternidad


El director John G. Avildsen murió el pasado viernes 16 de junio, tenía 82 años y un cáncer en el páncreas. Pero no es justo dejarlo ir así, en silencio, por lo bajo, como si se tratara de cualquiera. Hay que despedirlo con honores, ponerse de pie un buen rato, hacer ruido y dejar claro que Avildsen aguantó hasta el último round antes de dar el paso definitivo hacia delante y hacia la eternidad. El futuro será distinto ahora que este cineasta se ha convertido en un cuerpo celeste.

Quizá Avildsen hizo poco, pero sin duda logró mucho. Ya en 1976, después de obligar a Sylvester Stallone a escribir golpe por golpe la secuencia final de Rocky (la primera, la genial, la obra de arte; y también la V, en 1990, menor pero con personalidad y valor propios), pudo haberse retirado y habría hecho más que suficiente (le ganó el Oscar a Lumet y a Bergman): no sólo llenó de dignidad a la cinta sino que además le dio el carácter que mantiene hasta ahora en su formato mitad película de cine arte-contemplativa con preocupaciones sentimentales y mitad drama de acción.

Casi diez años después, en 1984, mientras Rocky se fajaba con Drago en la Unión Soviética, Avildsen se puso enfrente y arriba de Karate Kid, le dio un norte a la película y de nuevo mezcló géneros como el mejor: pasa en la vida, pasó en las cintas de este director. Hoy por hoy, aparece como una bastante adelantada a su tiempo cinta sobre el bullyng más intenso, con algo de comedia romántica, algo de pérdida de la inocencia, mucho de filme-de-aprendizaje y harto de película justiciera. Y sí, para cuando llegó la tercera parte el sentimiento ya estaba refrito, pero aún así seguía latiendo.

Avildsen tenía un sentido de la moral del que se puede aprender bastante (hay que saber dónde estamos parados y por qué hacemos lo que hacemos y defendemos lo que defendemos), incluso cuando, sobre el final de sus películas clave, se pone más bien romántico. Llegar a esos momentos de clímax y a esas temperaturas manteniendo entero el sentido de la realidad es una cualidad de la que no todo director se puede ufanar. Avildsen lo lograba y no sin esfuerzo nos envolvía en sus melodramas.

Un chico de trece, catorce años, o quince, a lo mucho, practicando frente al espejo la patada de la grulla le debe todo ese coraje a Avildsen. Lo mismo el que sale a correr para sudar y terminar subiendo algunas escaleras en alguna parte, saltando en lo más alto, con los brazos arriba. Todos los que pensaron que no estaban vencidos, que había que dar la pelea y arriesgar el pellejo, todos le deben algo a Avildsen. Todos los que gracias a su cine pensamos que las cosas podían ser distintas. Todos le debemos algo a.    

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(El Diario Manabita)

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