7.03.2017

Manual para escritores limpios


Lucia Berlin parece más un personaje que una escritora. Un personaje, claro, de su propia creación.

Durante sus últimos años de vida estuvo atada a un tanque de oxígeno por una sonda de plástico transparente, el color de la respiración, y esto resulta irónico, incómodo, injusto, porque había superado todo lo demás, los días de su infancia cambiándose de casa a cada rato entre diferentes lugares de Estados Unidos, su adolescencia en Chile y a su juventud en México, un padre distante y una madre alcohólica, violenta y depresiva que amenazaba con matarse todos los días, sus amores y los tres padres de cuatro hijos a los que  crió y mantuvo prácticamente sola, trabajando en lo que fuera, desde recepciones de hospitales hasta casas donde hacía la limpieza, el cáncer que mató a su única hermana cuando todavía era joven, otro cáncer que amenazó con matarla a ella y varias décadas de alcoholismo que casi la matan. Al final no fue nada de eso lo que acabó con ella sino algo más lento y doloroso: sufría de escoliosis desde pequeña y ya entrando en los 60 su columna se había desviado hasta perforar uno de sus pulmones. Murió en el 2004, el día de su cumpleaños número 68, pero empezó a vivir hace poco, hace no tanto. 

En el 2015 se editó una antología con más de cuarenta de sus cuentos que son como los capítulos breves de una gran novela, poderosos y bien afilados (más de uno cae sin tropiezos en la categoría de inolvidable), a la que se rindió enseguida la crítica norteamericana y que los medios pusieron entre lo más alto de todas las listas: según The New York Times, The Washington Post y The Guardian de Londres, por ejemplo, estuvo entre los mejores libros de ese año. En Latinoamérica y España pasó lo mismo cuando el volumen apareció en castellano bajo el título Manual para mujeres de la limpieza, el 2016, y estuvo entre lo mejor publicado también en este lado del mundo. Lucia Berlin llegó y se abrió espacio con nada más –ni menos– que su obra, como corresponde, y aunque en el caso de los escritores la fama póstuma sea más bien un lugar común, esta aparición roza lo divino y lo mejor es que no lo es del todo. Los más alterados la comparan con Chéjov, Carver y Bukowsky; con Alice Munro y Lorrie Moore; y yo también la enfrentaría con el Fitzgerald de El Crack-Up. Pero lo cierto es que Lucia Berlin merece su propio lugar entre estos nombres porque el mundo que lleva puesto es muy de ella, personal e intransferible, como lo son las formas que se da para caminar sobre sus propios recuerdos sin destrozarlos. 

Del cuento Temps Perdu: atender todos los quejidos de un paciente sólo lo anima a estar enfermo y esa es la verdad. Del cuento Inmanejable: en la profunda y oscura noche del alma todas las licorerías y los bares están cerrados. Del cuento Dolor: cuando tus padres mueren es tu propia muerte a la que te enfrentas¿Acaso no entiendes nada sobre la locura? Del cuento Querida Conchi: Estudié periodismo porque quería ser escritora, pero lo que hace el periodismo es cortar todo lo bueno que llegues a escribir. Del cuento Triste idiota: ¿Cómo harás para recoger los pedazos de tu vida? No quiero esos pedazos viejos, quiero seguir adelante tratando de no hacerle daño a nadie más. Del cuento Luto: La muerte de los otros es nuestra cura, nos enseña a perdonar, nos recuerda que no queremos morir solos. Del cuento A ver esa sonrisa: Somos incestuosos pero de una manera rara, es como si fuésemos gemelos… De cualquier manera, cada día nos conocíamos mejor y cuando finalmente terminamos en la cama era como si ya hubiésemos estado el uno dentro del otro. Del cuento Mamá: Mi mamá me decía “La mala semilla”… Dios les manda los desmayos a los borrachos porque si supieran lo que han hecho morirían de vergüenza. Del cuento Silencio: Exagero mucho y mezclo la ficción con la realidad, pero la verdad es que nunca miento. 
              
Manual para las mujeres de la limpieza se deja leer como una autobiografía nada de soterrada pero sí partida en un montón de capítulos que nos sirven de guía en esta especie de viaje al centro de Lucia Berlin. O así se siente, que es lo importante: como si fuésemos nosotros los que estamos entrando en ella cuando lo más probable es que esté sucediendo todo lo contrario. En el interior de los cuentos, cuando los sacudimos a ver qué tienen adentro, suena siempre una escritora que no le teme a su vida sino al revés, que se apoya en ella para cuestionar el resto del universo, para contar cómo sobrevivió a sí misma, y que siempre incluye a los personajes secundarios de los que estuvo rodeada: su madre, su hermana, sus hijos, algún hombre, alguna mujer, alguna amiga, alguna persona que no volverá a ver jamás porque a veces eso es lo que toca si queremos continuar respirando: dejar de frecuentar ciertas amistades.

Lucia Berlin se muestra, se expone, incluso se pone en riesgo y hasta cae en los peligros de la conciencia, pero nunca se exhibe, conserva la dignidad en todo momento y en su boca, en sus dedos, las cosas que no parecían tan importantes se vuelven cuestiones de vida o muerte y uno se pregunta si acaso leerla no es también una urgencia o cuando menos un desvío en el camino por el que se suponía íbamos seguros pero que nadie sabe adónde va.   
 
Sólo los escritores limpios, a los que no les duele echar su carne en el asador y rodar sobre las brazas, pueden hacer cosas como las que hace Lucia Berlin. Porque no hay secretos, y quien los guarde jamás será un escritor. No hay inocentes, y quien los proteja jamás será un escritor. No hay mentiras, y quien las diga jamás será un escritor.  

(El Comercio)

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1 comentario:

Anónimo dijo...

De acuerdo. No hay i n o c e n t e s